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Antonio Trevín

Nueva y vieja política popular

Los apuros de Casado, el desparpajo de Rajoy y el sentido común de Feijóo

A Casado se le está poniendo cara de Albert Rivera. Ayer centrista moderado, hoy derechista radical y mañana, “quién sabe donde”.

La alarma cunde entre los populares. Unos desearían que fuese sustituido por la populista Ayuso. Otros, por el centrista Feijóo. Este último, representante de la vieja política popular, trató la semana pasada de enderezar el errado derrotero de su presidente. “El gran reto que tienes tú hoy”, le dijo a Casado, en un acto de partido en A Coruña, “es llevar la responsabilidad, la serenidad y el sosiego a la política española”. Advirtiéndole también contra la política de la división y el enfrentamiento.

Su alegato cayó en saco roto. “¿Tenemos que dejar de hacer oposición? Pues no”, le replicó su teórico “jefe”, tan pagado de sí mismo como inconsciente de su progresivo deterioro electoral.

De seguir así, los populares tendrán que tomar medidas drásticas. Una de las hipotéticas soluciones sería que Alberto cogiera su fusil y se trasladara de Santiago a Madrid. Revolucionaría no solo al PP, sino a toda la política española.

Él y Rajoy constituyen la cara y la cruz de una misma moneda política, por más que extrañe. Sus trayectorias están ligadas, como la de Ulises y Penélope, Thelma y Louise o Gila y la guerra. Feijóo lleva cuatro mayorías absolutas consecutivas. Rajoy se mueve con desparpajo en ámbitos judiciales e investigaciones parlamentarias sobre asuntos comprometidos como la Kitchen, operación policial de la que cuanto más conocemos, más recuerda las aventuras de Mortadelo y Filemón.

Ibáñez, su autor, los convirtió en Técnicos de Investigación Aeroterráquea, la TIA, a la que poco tendría que envidiar el Ministerio de Fernández Díaz. El mismo Mariano podría encarnar el papel de su director general, responsable del “tinglao”, normalmente ausente. El papel de Superintendente Vicente, el Súper, quien encomendaba las misiones, correspondería al exministro Fernández Díaz. A Francisco Martínez, su secretario de Estado ayer y enemigo judicial hoy, le tocaría las funciones de Ofelia, la secretaria que trasladaba las órdenes del Súper. Cospedal da el tipo para Irma, una secretaria guapa y embelesadora. Al hombre con conocimientos en todos los campos posibles, el doctor o profesor Bacterio, correspondería al comisario Villarejo y Enrique García Castaño, el Gordo, su subordinado oficial y extraoficial, podría asumir, sin mayor problema, el papel del agente Bestiájez.

Consciente de ello, seguramente, Rajoy afrontó con total desenfado su comparecencia en comisión parlamentaria por asunto tan grave –el caso Watergate queda en minucia de aficionados a su lado–. Arqueó cejas, encogió hombros, negó realidades contrastadas y dio respuestas surrealistas a las perogrulladas de Rufián:

–¿Ha sido usted presidente, señor Rajoy?

–Pues no lo se, ¿usted que diría, señor Rufián?.

Definitivamente, la vieja política del PP está, aún, a varios cuerpos de distancia de sus nuevos liderazgos. Deberían reflexionar sobre la enseñanza que nos legó Bertrand Russell: “Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”.

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