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Sol y sombra

Luis M. Alonso

Desinformación

Pedro Sánchez se ha referido a la desinformación como una amenaza para la seguridad del Estado. Resulta asombroso comprobar cómo algunos políticos se limitan a señalar los grandes riesgos que ellos mismos alientan muchas veces desde sus propias esferas de gobierno asociadas a los mayores enemigos, independentistas y antisistema, de las instituciones estatales de este país o desde sus gabinetes presidenciales. Una cosa es predicar y otra dar trigo; el viejo refrán castellano parte de un asunto estrechamente emparentado con la demagogia.

En la llamada era de la información, la desinformación es un peligro en general. Se preguntarán por qué. El flujo constante de noticias falsas nos aleja de la verificación y del rigor. ¿Por qué hacerlo? Estamos demasiado ocupados sintiéndonos informados en medio de bombardeos virales, mercancía averiada, chismes que contribuyen a la banalización de la vida y un relato político de baja estofa. La culpa no es del todo de las redes sociales, que reflejan el depauperado estado mental de la sociedad. Proviene también del entorno del poder, que, por razones de conveniencia o simplemente de ignorancia, se dedica a desinformar. Ejemplo; no ha pasado una semana desde que Fernando Simón –¿se acuerdan del personaje?– desvinculaba de ómicron el incremento de la incidencia de contagios. Hoy sabemos que representa en algunas comunidades autónomas entre el 80 y el 90 por ciento de los casos. A Dios gracias, porque según parece los efectos de esta contagiosa variante sudafricana equivalen a poco más que un catarro.

Lo de Simón es desinformar. Más grave aún, es hacerlo en una situación constante de alarma por parte de las autoridades, que tan pronto se muestran proclives a relajar las medidas en aras de “un equilibrio entre salud y economía” como a seguir imponiendo las mascarillas al aire libre, cuando los científicos y otros expertos se han cansado de decir que no sirven para nada. Una medida gratuita en todos los sentidos, igual que gratuito es referirse a las amenazas que, en parte, uno mismo fomenta.

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