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Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

La edad sentida

Cada vez con más frecuencia lo sentido se impone a lo pensado e, incluso, a lo experimentado

Mi madre, según descubro ahora, debía de ser una adelantada a su tiempo. Solía contar que mi abuela, es decir, su madre, cuando le preguntaban, ya con muchos años, qué se sentía siendo tan vieja, siempre respondía lo mismo: nadie vive en la edad que tiene. Mi madre lo contaba porque ella empezaba a sentir lo mismo, y ahora, que nosotros alcanzamos su edad en aquel momento, empezamos a sentir que no vivimos en la edad real que tenemos.

Me ha recordado esto una noticia de esas que no suelen recoger los periódicos generalistas por remota, complicada y difícil de explicar. La encontré en la web católica Aceprensa y. aunque estaba datada el día 28 de diciembre, no era ninguna broma. La noticia se titula “México: un fallo judicial a favor de la edad sentida”.

Contaba que una sentencia de la Suprema Corte de México permitía el cambio de edad en documentos oficiales de acuerdo con los sentimientos del afectado. Incluso utilizaba las escurridizas expresiones “verdad personal” y “realidad social” como conceptos independientes de la realidad biológica.

La polémica no se hizo esperar en el país americano, dado que asuntos tan peliagudos como el cambio de nombre o de sexo, la consideración de menores en casos de abusos o el derecho a subsidios y pensiones se basaría, según la sentencia, precisamente en la percepción personal, ya sea de la edad o de la identidad sexual.

La sentencia, en principio, intentaba solucionar un problema burocrático. El de los errores administrativos al certificar dos fechas de nacimiento distintas o los provocados por retrasos registrales. Nada inusual. Mi padre, sin ir más lejos, estaba asentado –se decía entonces- un mes después de nacer, con lo que su edad real nunca coincidió con la del DNI y otros documentos oficiales. Pero la sentencia iba más allá de su propósito inicial al primar los mencionados conceptos de “verdad individual” y “realidad social” sobre los datos biológicos, dejando una puerta abierta para otros asuntos de mayor trascendencia.

La Corte sostiene que los documentos registrales deben coincidir con “la vivencia interna de los individuos” y concede el derecho al cambio de los documentos cuando “la persona se haya comportado públicamente” en un sentido distinto al de la información en ellos contenida.

El domingo en estas mismas páginas se ofrecía un reportaje titulado “¿Podéis dejarnos en paz con la edad?”, en el que se recogían testimonios de famosas que consideraban que la edad femenina sigue siendo aún “un potente foco de perjuicios”. Se contaban casos como el de Madonna que había recibido todo tipo de insultos por mostrarse insinuante en las redes sociales. Los comentarios eran del tipo “es como si tu abuela estuviera jugando a ser sexi”. Madonna ha denunciado ser víctima de “censura, sexismo, edaísmo y misoginia”. Se le han sumado, proclamando ser víctimas de discriminación también por edaísmo, actrices tan relevantes con Melanie Griffith, que se queja de ya solo recibe ofertas para papeles secundarios; Sarah Jessica Parker, quien fue criticada por pretender ser tan joven en la segunda parte de Sexo en Nueva York como en la primera hace veinte años: o Carrie-Ann Moss, quien asegura que al cumplir los cuarenta ya le ofrecían papeles de abuela. Sin duda, todas ellas cambiarían su edad oficial por la edad sentida.

La sentencia del tribunal mexicano viene a confirmar un fenómeno que lleva años gestándose. La primacía creciente del sentimiento sobre la realidad. Pero las cosas son como son; no como nos gustaría que fueran. Debemos tener cuidado, porque si vivimos de acuerdo con las percepciones, y no con la realidad, nos convertimos en carne de cañón para el Metaverso. Ese nuevo mundo que el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, define como un entorno donde los humanos interactúan social y económicamente como avatares en un ciberespacio, que actúa como una metáfora del mundo real pero sin sus limitaciones físicas o económicas. Ahora nos toca elegir dónde queremos vivir, si en el mundo real o en su metáfora.

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