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Luis M Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

Nacho y el recuerdo de una foto

No es cierto que la vida nos prepare para los momentos irreparablemente tristes y entre ellos está la muerte. Todavía conservo la foto en buen estado del sainete de fin de curso que protagonizamos Nacho Domínguez-Gil y yo. Debemos de tener entre 8 y 9 años, y llevaba por título, creo recordar, “El último”, en mi deshonra. Nacho encarnaba al alumno aventajado, a mí me correspondía interpretar al cacharrete de la clase. Los dos vestimos de pantalón corto y medias de lana hasta las rodillas. Él porta en la mano un diploma, mientras que yo intento justificar mi comportamiento como el tarambana que era Guillermo Brown, el personaje de mis libros favoritos de la infancia. Detrás, nos observa el padre Honorio. No quiero convertir esto en un apéndice de “El florido pensil”, pero el recuerdo que me transmite esa vieja foto permanecerá siendo el vínculo con la gran persona que nos acaba de dejar. Ese es, en realidad, el sentido de las viejas fotos. Lo que esta plasma tiene, además, el mérito añadido de habernos hecho sonreír un rato comentando aquella especie de debut teatral que nos convirtió en esporádicos actores. Entonces éramos vecinos de calle y compartíamos infancia, pero la vida conduce por diferentes caminos. Durante años no nos vimos, aunque las veces que nos encontrábamos nos despedíamos con el propósito de volver pronto a coincidir.

El traumatólogo Ignacio Domínguez-Gil, como se ha dicho, era jovial y bondadoso, dueño de una enorme curiosidad, además de ser un reconocido profesional de la medicina, cariñoso y atento con los pacientes. Todos coinciden en destacar su bonhomía y la entereza con que combatió la larga y terrible enfermedad que le obligó a alejarse del hospital. Gran aficionado a la gastronomía, melómano seguidor de las temporadas de ópera y fervoroso taurino, dedicó algunos años a la política en los que jamás dejó de comportarse como una persona bien educada y dialogante. Paloma, lo siento mucho, un fuerte abrazo.

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