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Retrato de Jovellanos.

Tengo de coger la flor

La reforma del Estatuto de Autonomía

Hubo en los ilustrados, a la par que una preocupación continuada por las reformas que el país exigía, una consecuente entrega a la causa pública con el fin de minorar lastres y trabas, de ser justos y valientes con las muchas causas que lo merecían. Con aquellos hombres de luces y de letras se consolidó una cierta actitud, que tuvo en ellos algo de fundacional y que con intermitencias y cambios se desplegaría a lo largo de los siglos XIX y XX y que el devenir histórico transformó muy lentamente en reformas políticas.

Nuestro Jovellanos ejemplificaba en grado máximo esa actitud, en todo lo que tuvo de optimismo y entrega, de laboriosa confianza al servicio de la reforma y modernización del país, también de su propia tierra de origen, de las cosas más trascendentales y esenciales de ella. Desde la lengua asturiana a las infraestructuras y puertos, del transporte y la comunicación entre valles a las materias primas de las minas, buscando todas las posibilidades creativas y a la mano que se ofrecieran para elevar el nivel de educación y conocimiento para el más que necesario progreso.

Estas reflexiones históricas me trasladan en la distancia del lugar y del tiempo –dos océanos de por medio– a la rima y el ritmo de lo acontecido estos últimos meses en las negociaciones de nuestros representantes políticos para la reforma de nuestro vetusto y regio estatuto de autonomía; el de esta uniprovincial comunidad autónoma, antaño Reino rebajado a Principado, querida patria y añorada tierra de exuberancia sin igual y de superlativo grandonismo, que nos prometía en la transición democrática un país habitado y con voluntad de ser, un país de tradición valiente, con más libertad y menos ira, con las palabras futuro, progreso y destino escritas en el horizonte común.

Más de cuarenta años después de aquel histórico hecho, el árbol de nuestras flores patrias se nos ha vuelto más bien mustio, convertido en un rancio florero de plexiglás, en un país que no quiere llegar a ser, en una tierra desafinada, sin metas claras ni rumbos propios por los que transitar seguros y plenos de ilusión, un país deshabitado, sin demasiado amor y creencia en lo propio, de mirada cada vez más localista, desconfiada y confusa. Tal vez preludio de un fracaso compartido y conjunto de al menos dos generaciones recientes de asturianos. De una parte, por raquitismo y conjura de algunos necios y de otra por la profunda hernia umbilical e inacción de otros muchos.

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