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Ángela Labordeta

Alquimia del dolor

Las personas que empatizan con la violencia y con la destrucción

¿Qué tienen en la cabeza aquellas personas cuya empatía es con la violencia y con la destrucción? Lo desconozco, pero resulta estremecedor pensar que hay personas que alcanzan el poder con el respaldo de su pueblo o en contra de su voluntad y una vez que eso ocurre se instalan en la amenaza, nunca real, a la que se agarran para justificar atrocidades contra otros seres humanos a los que quieren exterminar por no compartir religión, color o ideología, o a los que quieren someter provocando la destrucción, el caos, el exilio y la muerte.

Al pensar en esas mentes cuya idea del poder está terriblemente unida al horror, me planteo cuál habrá sido su infancia y en qué momento de sus vidas el jardín en el que jugaban se convirtió en un campo de concentración donde el único juego consistía en hacer prisioneros y vender rehenes, mientras desde las ventanas sonaba una sonata de Liszt y en sus cabezas, todavía de niños, se construía un imperio que no tenía fronteras y que resultaba despiadadamente injusto, despiadadamente burlado de toda inocencia en el instante en el que la música daba paso al ruido ensordecedor de las bombas y la pelota se despeñaba y rodaba hasta resultar invisible, porque el juego había terminado y los gritos eran de horror y las lágrimas enjuagaban todos los dolores y respondían a todas las ausencias.

Me pregunto si esas personas supieron amar en algún instante y comprendo que la respuesta debiera ser que sí, pero creo que al amar también se equivocaron y simplemente el odio era el sentimiento que removía sus manos y sus corazones y el amor era el refugio donde instalaban a los suyos, a los idénticos, de manera que nunca amaron, solo odiaron sin comprender que cuando la marea te arrebata la última huella en la arena, el sueño se hace insumiso para recordarte que todo es efímero.

Imagino que nunca sintieron ni sienten miedo e imagino que jamás se preguntaron sobre las cicatrices que su forma despiadada de tratar a los otros dejaba y deja en los cuerpos que huyen o en aquellos que sobreviven en el peor de los calvarios.

Hay gente que nace odiando, porque si no es imposible entender que un solo hombre desee la destrucción con tanto afán y maldad, con tanta deliberación y con toda la sangre fría someta a sus víctimas a ser arrojadas al mar en medio de la noche, a morir en cámaras de gas o bajo las bombas y a vivir alejados de los suyos con la incertidumbre y el miedo siempre visible en su mirada.

Nos queremos vivos y en paz, serenos de nuestra historia que una y otra vez nos intentan arrebatar contándonos que nos creemos lo que no somos, porque somos lo que ellos quieren que seamos.

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