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Manuel Gutiérrez Claverol

La utopía de conocer el interior de la Tierra

La mayor perforación superó los 12 kilómetros de profundidad

A la humanidad le inquietó conocer lo que hay por debajo del suelo que pisamos desde tiempos inmemoriales, una incógnita irresoluble hasta que el desarrollo moderno de la ciencia pudo abrir los ojos, de modo tibio, para vislumbrar lo que esconden los ignotos abismos subterráneos. Hay que retrotraerse a la aportación de la geofísica para comprender, si bien de manera un tanto velada, que la Tierra está constituida –como si de una cebolla se tratara– por diversas capas esféricas concéntricas de composición química y mecánica bastante diferenciada: corteza (con un grosor que oscila, grosso modo, entre 3 km en las honduras oceánicas y 70 km en los grandes sistemas montañosos), manto (capa sólida rica en sílice que se extiende hasta unos 2.900 km) y núcleo (esfera rica en hierro con un radio de 3.486 km). En efecto, el croata Andrija Mohorovicic, analizando ondas sísmicas P y S tras un terremoto en 1909, descubrió el límite que separa la corteza del manto subyacente, discontinuidad que recibió su nombre o simplemente Moho.

En la Antigüedad se pensaba que nuestro astro era un disco ciclópeo, mientras en la Edad Media tanto Aristóteles como Ptolomeo sostenían que era esférico. El asunto se enredó a partir de mediados del siglo XVII, en concreto cuando se puso de moda la creencia de que nuestro planeta estaba hueco, teoría que, junto a los agujeros de los polos, ha vuelto a resurgir en las redes sociales, con fervientes seguidores en EE UU, lo cual demuestra que la difusión digital de las “fake news” posibilita que una persona piense lo que alguien propone, aunque sea un dislate.

¿Quién no recuerda la odisea de un profesor de mineralogía y su sobrino, a la que se refiere en 1864 Julio Verne en su novela “Viaje al centro de la Tierra”? Otros escritores también ambientaron relatos de ciencia ficción basados en la zona oculta del globo.

Pero volvamos al mundo de la realidad científica. Las trayectorias de las ondas sísmicas (captadas por los sismógrafos) no dibujan en el interior terráqueo líneas rectas, lo cual pone de manifiesto la heterogeneidad de los materiales, resultando evidente que sus trayectorias acusan cambios paulatinos en la velocidad, además de variaciones abruptas de la misma a determinadas cotas (muy apreciables al llegar al núcleo: discontinuidad de Gutenberg). El interior terráqueo se caracteriza por un aumento gradual de la temperatura (el grado geotérmico promedio es de 3ºC al descender 100 m), la presión y la densidad con la profundidad, lo que afecta a las propiedades físicas de la materia.

La minería más honda del mundo corresponde a minas de oro de Sudáfrica, con tajos entre 2,6 y más de 4 km; prosiguen las canadienses de cobre, zinc y níquel, con 2,5 km. A cielo abierto, las más enormes se concentran en el “cañón de Bingham” (Salt Lake City, Utah, EE UU), que benefician un yacimiento de cobre, con 1,2 km; le sigue “mina de Mir”, una explotación de kimberlitas y diamantes, ubicada en Siberia Oriental (Rusia), con 525 m. Un lugar de privilegio en este tipo de ranking lo ocupa un antiguo minado de diamantes (mina Kimberley) en Sudáfrica, donde se halla un gran pozo excavado, en buena parte a mano, el “Big Hole” –trabajaron hasta 50.000 mineros con picos y palas–, con casi 1,1 km de hondura, del que se sacaron unas 3 toneladas de la popular joya gemológica.

El conocimiento directo que esconde el subsuelo profundo principió en 1957, con el “proyecto Mohole”, auspiciado por EE UU con la intención de horadar la corteza del Océano Pacífico, en las costas de México. El sondeo fue abandonado nueve años después por falta de financiación.

Una compañía de hidrocarburos rebasó, en 1974, con el “Bertha Rogers Hole” (Oklahoma, EE UU) los 9.500 m; una vez superadas las altas presiones reinantes la sonda cortó un depósito de azufre a elevada temperatura que afectó a la broca. Se trata de la extracción petrolífera más profunda que existe.

El “Kola Superdeep Borehole” supuso un descomunal avance geológico. Ubicado en el noroeste de la Unión Soviética, en la península de Kola (cerca de Finlandia), comenzó en 1970 logrando la mayor penetración conocida hasta el momento. Su finalidad era investigar el Moho, eligiéndose ese lugar del Círculo Polar Ártico al encontrarse relativamente próximo a superficie el límite entre la corteza (aquí de naturaleza basáltica) y el manto superior. Se emplazaron varios sondeos partiendo de uno principal, el más profundo de los cuales consiguió, en 1989, los 12.262 metros –a pesar de lograr una profundidad jamás alcanzada, representa una nimiedad de tan solo el 0,19% del radio terrestre–, alcanzando la temperatura los 180 ºC, no sin antes haberse producido derrumbes que debieron ser reperforados. Se extrajeron testigos pétreos con microfósiles datados en 2.700 millones de años (Precámbrico, Neoarcaico).

Ahora la responsabilidad recae en Japón, pues lidera un proyecto de perforar a través del lecho marino en las aguas de Costa Rica –donde la corteza tiene un espesor de seis kilómetros–, utilizando un barco (Chikyü) equipado con la tecnología más moderna, en la línea actualizada del citado proyecto Mohole.

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