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Jorge J. Fernández Sangrador

La rectitud de intención

La altura moral de un obispo que no hablaba mal de nadie

Gabino Díaz Merchán.

LA NUEVA ESPAÑA me pide que glose en unas líneas la figura de Monseñor Gabino Díaz Merchán y, puesto que no serán pocos quienes, con mejores títulos que yo, lo harán durante los próximos días, me limitaré solamente a trazar unas pinceladas rápidas acerca de su persona.

Don Gabino no permitió jamás que se hablase mal ni se hiciese befa de nadie en su presencia. Mantuvo esta altura moral, que él mismo observaba no hablando mal de los demás, durante los años, todos, de su pontificado en Asturias y de su jubilación en la Casa Sacerdotal.

Cuando tratábamos algún asunto con él, en el que hubiera que mencionar a terceras personas, había que hacerlo con gran miramiento de no emitir un juicio negativo sobre ellas. Nos habituó de tal manera a este modo de proceder, que la primera vez que yo oí a un obispo hablar mal de un sacerdote me escandalicé.

La libertad, la sobriedad, la templanza, el sentido de la justicia, la ecuanimidad, la dignidad personal, la majestad en la celebración de la Eucaristía, la sabiduría, la piedad, el humor, el criterio, la ponderación, la amenidad, el comedimiento, la prudencia, la perspicacia, le eran connaturales.

Nos ha legado un acervo de sentencias inolvidables. Las conservamos como un tesoro. Y voy a referir una. Era yo entonces director del Instituto Superior de Estudios Teológicos del Seminario Metropolitano y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Despachaba con él con frecuencia.

Al preguntarle, en un momento de confidencias, cómo se las arreglaba para no verter nunca una opinión negativa sobre nadie, me reveló cómo lo hacía, pero no voy contarlo. Lo que sí repetiré aquí fue lo que me dijo cuando le confesé que, ante cierto problema, de difícil solución, yo no sabía cómo actuar. “Con rectitud de intención”, me respondió.

Puede que uno se equivoque en el modo de abordar una situación, que yerre al enjuiciarla, que las formas no sean las adecuadas, pero de lo que nunca estaremos dispensados, puesto que eso siempre nos será dado realizarlo, es la de tener rectitud de intención.

Para ello hay que estar muy purificado por dentro, pero no es algo imposible, porque, durante décadas, don Gabino Díaz Merchán nos dio ejemplo continuado de que esa meta se puede alcanzar. Y de ésta y de otras muchas virtudes y cualidades que lo adornaron en vida emanaba de él ese perfil tan difícilmente hallable en los que gobiernan: la autoridad moral.

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