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La prueba definitiva

La contundente victoria de los populares en Andalucía fuerza a los socialistas a modular su política

El resultado de las elecciones andaluzas marca un hito en la historia electoral de la democracia española. Los partidos de la derecha han obtenido una victoria rotunda, con una diferencia amplia sobre los de la izquierda. El gran vencedor ha sido el Partido Popular, que ha conseguido redondear todos sus objetivos sin necesidad de emplearse a fondo. Ha alcanzado un récord de votos a pesar del número de partidos competidores, la mayoría parlamentaria, gracias al premio que el sistema electoral concede al ganador cuando este aventaja claramente a sus adversarios, y ha derrotado en todas las líneas al PSOE. El mapa electoral de Andalucía, que se pintaba en rojo, aparece ahora teñido de azul.

El PP ha logrado en Andalucía algo más que una mera confirmación de Juan Manuel Moreno. Ha reducido a los dos rivales que en las elecciones de 2018 habían roto el monopolio que ejercía en el centroderecha. Ciudadanos ha sido eliminado y Vox ha visto frustradas sus expectativas de ser socio necesario para la formación del Gobierno. El apoyo al partido de la derecha radical ha crecido, pero su evolución futura, después de estas elecciones, sigue siendo incierta. Y el resultado deja en una situación calamitosa a las tres izquierdas, en particular a la coalición Por Andalucía, que formará parte de la plataforma liderada por Yolanda Díaz, y al PSOE, que desde 2012, cuando el PP lo ganó la primera vez por menos de un punto, ha sido abandonado por casi la mitad de sus votantes. Así pues, la reelección de Moreno llega acompañada de un realineamiento electoral que tiene visos de proyectarse al resto de España.

Los comentaristas se preguntan por el “efecto Feijóo”, un cambio de ciclo y el tiempo que le resta a Pedro Sánchez en el Gobierno. El líder del PP no es, desde luego, la explicación del éxito electoral, pero ha contribuido a ella respaldando la estrategia de Moreno y reforzando su mensaje, un tanto insustancial. Moreno ha puesto la imagen y Feijóo, en su gira por varias circunscripciones, la solvencia política. Ambos han acertado en mostrar ante los electores la actitud que estos demandaban. Quizá sea pronto para certificar la apertura de un ciclo electoral nuevo en España, pero salta a la vista que el clima político ha cambiado. La primera conclusión que se extrae de la votación del domingo es que la mayoría de los andaluces están hartos de la polarización estéril de la que solo se benefician los partidos y sus dirigentes.

Mientras el PP cabalga hacia la Moncloa, espoleado por “la fórmula Feijóo”, el PSOE no puede disimular su nerviosismo. La inquietud de los socialistas está justificada. El PP se está adueñando del centro de la arena electoral, donde se disputan las mayorías, y recibe puñados de votos de la izquierda moderada. El problema para el PSOE es cómo acudir a esa cita sin romper la coalición de gobierno, bastante maltrecho ya, y la alianza parlamentaria con los nacionalistas. La noche electoral de Andalucía puso de manifiesto la desorientación de la izquierda. La política nacional no se ha detenido en este trienio y Pedro Sánchez ha perdido la ubicación. El dirigente político que cruzaba el escenario como un campeador hace un mutis por el foro, aplacado por las complicaciones sobrevenidas.

El triunfo del PP le exige una reacción rápida y solo tiene una opción. Si quiere aspirar a la reelección, tendrá que modular su política. En realidad, Pedro Sánchez ha sido un líder siempre zarandeado, que unas veces ha querido afirmarse y otras se ha dejado llevar. En su circunstancia, el resultado de las elecciones andaluzas implica un enorme desafío a su liderazgo político, incluso superior al que supondría una ruptura de la mayoría parlamentaria.

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