Al día siguiente de que nos dejaras, LA NUEVA ESPAÑA me pidió que escribiera unas palabras en tu recuerdo, invocando para ello el conocimiento de nuestra entrañable amistad. Esa amistad que nos ha unido tanto desde que a los dieciséis años nos conocimos en el camino a la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, en los viajes del metro a Moncloa y, después, en el tranvía –el famoso “pepe” en la boca de todo estudiante universitario de Madrid de aquella época– que nos acercaba a la Ciudad Universitaria. Desde entonces, y hace de ello ya sesenta y cinco años, aunque nuestras vidas hayan transcurrido por distintos lugares y profesiones, nuestra amistad se consolidó en una profunda intimidad, lo que siempre ha hecho sentirme un privilegiado al poder disfrutar de ella.

Por esto, no me ha resultado fácil escribir sobre ti, porque no puedo apartar al hacerlo la emoción –y la tristeza– que para mí supone la realidad de no disponer ya de tu conversación, de tu consejo, de tu sonrisa, de tu excepcional inteligencia y de tu enorme bondad. Porque tú eras todo eso: inteligencia, bondad y entrega a los tuyos por encima de cualquier otra cosa.

En estos días, mucho se ha escrito sobre ti, alabando en general lo que para el mundo de la comunicación y del periodismo has representado. No quisiera repetir lo que ya se ha dicho, pero me temo que hasta cierto punto va a resultar inevitable. Trataré no obstante de destacar aspectos sobre los que no se ha insistido suficientemente, a fin de que las nuevas generaciones que no te han conocido más que por referencia o por disfrutar esporádicamente de tu "obra" puedan tener una más exacta medida de lo que has significado y, sin duda, seguirás significando como un verdadero referente.

Se ha dicho o dejado entrever, por algunos que si eras "de derechas" y, por otros, que si eras "de izquierdas"; si bien, estas afirmaciones no se expresaban con pretensión de desautorizarte, o al menos yo no las he entendido así. Pero yo sé bien que no eras ni lo uno ni lo otro, lo que ya se refleja en sí mismo en esa disparidad calificadora. Eras algo tan importante, y tan sencillo de entender aunque no tanto de practicar, como un periodista independiente en toda la extensión y alcance del concepto. Sin duda, tenías tus ideas sobre los distintos temas políticos, sociales y económicos, pero conseguías realizar tu trabajo, que no era de opinión sino de información, desde la distancia personal como situado en la cima de un otero desde la que contemplabas –y, sobre todo permitías que los televidentes lo contemplaran– el panorama completo del problema.

Por eso, tus debates televisivos en La Clave –que instalaron un nuevo modo de hacer periodismo– han tenido en la historia de nuestra democracia la trascendencia que ahora todo el mundo les reconoce. Esos debates han constituido el precedente para muchos otros posteriores y actuales, que, sin embargo, en mi criterio tienen poco que ver con los que tú supiste construir por inteligencia y por amor a nuestro país en un momento crítico de nuestra historia. Porque, en tus debates de La Clave, llamabas a debatir a quienes eran personas conocidamente expertas en los temas concretos objeto de discusión, de indudable prestigio nacional e incluso internacional, que exponían sus contrapuestos puntos de vista sobre la cuestión; por tanto, y dicho sea sin menoscabo para ellos, no a profesionales habituales de los debates, a comentaristas –periodistas o no– que opinan sobre cualquier tema, tal y como acontece en la actualidad. Diferencia sustancial y no de matiz, entre los auténticos debates y las mesas de análisis, que determina un resultado muy distinto: aquellos debates se escuchaban porque aprendíamos a formar criterio con ellos sobre el asunto en cuestión, mientras ahora escuchamos los análisis para ver quien critica más o mejor, o incluso más acomodadamente a nuestras creencias. A mi juicio, eso hace que La Clave haya sido hasta hoy, y probablemente para siempre, irrepetible.

Has ejercido de este modo un magisterio profesional que constituye –repito– un indiscutible referente en tu profesión. Porque, con tu quehacer, desde tu profesión periodística, has actuado como un verdadero servidor público en su más noble sentido, contribuyendo a conformar un país enterado, y, a la postre y por todo ello, proclive al diálogo y a la tolerancia; en definitiva, a un estilo de entendimiento que caracterizó la vida pública de este nuestro país durante los importantes años de nuestra transición política, haciéndola posible y prestigiosa en el mundo. Has ejercido un periodismo que era plenamente responsable de su trascendencia social y política

Pero, junto a tu indiscutible inteligencia para contribuir a conseguir ese efecto, que tanto tenemos que agradecerte, te caracterizaba también tu enorme bondad y generosidad. Me consta a cuántas personas de las que te han rodeado, sean familiares, amigos o simplemente conocidos, has ayudado de una forma u otra en lo que has podido y sin pedir jamás nada a cambio. Seguro que te has ido sabiendo que todos ellos te lo han agradecido desde los más remoto de sus corazones.

Y qué hablar de tu asturianismo –de Pravia y con residencia en Cudillero–, ejerciente y militante, del que presumías, con toda razón como no puedo dejar de reconocerte desde mis tres partes de gallego y una cuarta también de asturiano. Un ejemplo de tu amor sincero e incondicional a tu tierra.

Cuántas vivencias, contigo y con tu querida Julia, se quedan en mi pensamiento; sólo sé que hemos estado juntos en los momentos en que nos necesitábamos. Pero, al final no hay palabras para que los que hemos tenido la suerte de conocerte podamos agradecer al destino tu presencia en nuestras vidas. Baste, pues, con decirte desde el corazón, amigo del alma, que tu vida ha dejado un legado imperecedero, que tu recuerdo está en nosotros sólidamente grabado, y que merecidamente puedes descansar en paz.