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Manuel Gutiérrez Claverol

La sequía se ceba con Europa

Los ríos sufren los efectos del descenso de los caudales

Recuerdo que cuando Franco se refería a la "pertinaz sequía" en sus alocuciones producía frecuentes risotadas, pues no era tal lo que ocurría (la cosecha agrícola solo fue pésima en la temporada 1944-45), sino una argucia del régimen para justificar aquella etapa de miseria y hambruna. Pero hete aquí que ahora sí resulta incuestionable que nos toca vivir un tiempo climático diferente e inusual al acostumbrado, que no provoca sonrisas, y además parece que llegó para quedarse: mayor temperatura de la habitual en la atmósfera (olas de calor) –con récords históricos―– y en las aguas terrestres y marinas, solapamiento de las estaciones, escasez y/o abundancia de la lluvia que provoca estiajes o inundaciones, ciclogénesis, incendios, etc., lo que podríamos llamar eventos meteorológicos extremos, dada su anormalidad.

Siguiendo información del IPCC ("Intergubernamental Panel on Climate Change") –donde cooperan miles de científicos de todo el mundo–, la subida calórica alcanzará los 4,4 grados a finales de siglo si siguen creciendo las emisiones de efecto invernadero igual que lo han hecho en las últimas décadas. Después de China y EE UU, la Unión Europea es el tercer emisor de gases nocivos perjudiciales, por lo cual si continúa la inacción frente al cambio climático (China acaba de hacer público que va a incumplir las recomendaciones y no colaborará) puede convertirse en papel mojado el Acuerdo de París de 2015 en el cual se estableció como objetivo básico que el calentamiento global no sobrepasase 1,5 a 2 grados. Ello propiciará que sean cada vez más frecuentes y con mayor virulencia fenómenos como las olas de calor que estamos padeciendo en la canícula.

Aunque son múltiples los aspectos involucrados en esta temática, afectando fundamentalmente a la agricultura y ganadería, voy a centrarme en el palmario estiaje que padecen los ríos, noticia de acuciante actualidad en los medios de comunicación.

El persistente calor y la ausencia de lluvia provocan que se resequen muchas de las corrientes hídricas, ello comporta importantes consecuencias para la economía, fauna y habitantes de sus riberas. La prolongada aridez propicia el descenso de caudal de muchas vías fluviales, con una importante impronta para su navegabilidad y en la disminución de su capacidad de producción hidroeléctrica.

La gran arteria de la Unión Europea, el río Rin, soporta un crítico descenso de profundidad (en algunos lugares no llega al medio metro de calado), lo que conlleva graves restricciones para surcarla los buques de carga por algunos trechos. Con 1.230 km de longitud –transitable en un tramo de 883 km, desde Basilea hasta su delta, o sea una verdadera autopista fluvial– brota en los Alpes suizos y tras pasar por Austria, Liechtenstein, Alemania, Francia y Países Bajos, desemboca en el Mar del Norte, cerca de Róterdam. Buena parte de la agricultura, el turismo y la producción energética germana dependen de la salud de este río.

El Danubio atraviesa la parte centro-oriental europea, con dirección oeste a este, recorriendo diez países, desde Alemania hasta Rumanía, para desaguar en el Mar Negro, después de salvar 2.850 km. Este verano, los niveles son muy bajos y el grado térmico alto –en algunos puntos, verbigracia Baviera, supera los 26 ºC– lo que afecta al contenido en oxígeno y por ende a la fauna piscícola, como es el caso de las truchas. El descenso histórico de la cota de agua pone en riesgo la circulación de los cruceros, de manera que para sortear los tramos menos caudalosos las compañías navieras utilizan un servicio de autobuses.

El río Elba, que nace en la República Checa y desagua en el Mar del Norte cerca de Hamburgo, discurre gran parte de su trazado por Alemania. En ambas naciones, es la segunda vía navegable y, al igual que el Danubio y también el Rin, sufre con la sequía un impacto turístico y del transporte de mercancías, éste necesario para canalizar la producción industrial de los territorios que baña.

En Francia preocupa el río Loira, el más extenso del estado vecino superando los mil kilómetros y, con su merecida fama por sus pintorescos paisajes y castillos, está igualmente aquejado por los bochornos estivales. Dado el ascenso de la temperatura de sus aguas, presenta dificultades para seguir enfriando las centrales nucleares que se encuentran en sus márgenes.

Por su parte, el más importante de Inglaterra y la principal fuente de abastecimiento de agua de Londres, el Támesis, presenta una circunstancia peculiar como consecuencia de las condiciones climáticas adversas, su naciente primitiva sufrió un desplazamiento de unos 8 km aguas abajo de su punto inicial.

Hechos similares acontecen asimismo en las naciones del sur de Europa, afectando a los ríos italianos (especialmente el Po, con el menor caudal de los últimos 70 años), portugueses (Douro y Tejo) y, como no, a la red hidrográfica española con frecuentes e importantes presas en los ríos Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir y Ebro, cuyos embalses están en mínimos. Y así un largo etcétera de una situación que está exacerbando a la mayoría de europeos.

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