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Para cambiar

A ver si adivinan quién es

Conversación de vermú

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

A. Monterroso

En mi próximo libro titulado: “La gorra y otros relatos cortos”, que verá la luz a principios de octubre, en uno de las 41 narraciones, incluyo esta conversación que he escuchado a dos conocidos tomando un vermú. Estoy seguro que mis queridos lectores, con su agudeza habitual descubren a que personaje se refieren.

–¿Te acuerdas cuando íbamos todos los finales de mes a Bilbao?

–Claro, hombre, cómo no me voy a acordar...

–Pues hace ya la friolera de cincuenta años

–¡Joder!, como pasa el tiempo. Todavía me parece que fue ayer cuando éramos, directores, tú de la oficina de Gijón, y yo de la de Oviedo, e íbamos convocados a rendir cuentas al jefe de la zona norte.

–Ahora que me lo dices, me falla tanto la memoria que no consigo acordarme bien de los nombres de algunos de los colegas que nos acompañaban en aquellas reuniones.

–Si hombre, recuerda que además de nosotros, iban los responsables de las sucursales de Bilbao, Pamplona, San Sebastián, Santander, Torrelavega, La Coruña y Vigo.

–La verdad es que les he perdido a todos la pista. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Sabes tú algo de su paradero?

–Pero bueno, ¿no me digas que no sigues las vicisitudes del más famoso de aquella pandilla que permanece, a pesar del transcurso de los años, en el candelero político?

–Es verdad, se me había olvidado que ahí continúa agarrado a la Presidencia con el mismo ímpetu como si fuera su primer mandato.

–Si, me parece admirable que, después de tanto tiempo, se mantenga como el primer día, aunque me extraña bastante que no hayan aflorado nuevos líderes mas jóvenes y con ideas renovadoras, que lleven las riendas de la gestión y los destinos de aquella tierra.

–¿Recuerdas cuando, en petit comité, durante las cenas, previas a las reuniones con el zona, en el restaurante Bermeo del hotel Ercilla, nos contaba que en su infancia se había hartado de comer urogallos?

–¡Si coño!, como no me voy a acordar. Es que, al parecer, su padre debía tener un trabajo relacionado con el bosque y, claro, en aquellos tiempos de posguerra y de hambre, todo era bueno para quitar la gazuza.

–Ahora que lo mencionas, también me viene a la memoria que contaba con detalle que, en la época de celo, los machos, se volvían casi ciegos y sordos en los cantaderos para atraer a las hembras y producían con el pico un ruido tan estridente que se oía a cientos de metros. Detallaba que para cazarlos, solo era cuestión de seguir el sonido y, como no vuelan debido a su peso, los mataban de un estacazo. Nos decía que se cocinaba guisado y el sabor era como el de un pollo salvaje. Me pregunto yo, si ya estaban, como ocurre ahora, en extinción.

–También recuerdo que, en aquellos tiempos, ese personaje ya era un emprendedor, pues era propietario, allá en su pueblo de montaña, de un tugurio parecido a una discoteca, donde decía que ganaba bastante pasta y que las bebidas que vendían al personal joven eran de garrafón.

–Si ¡ja ja ja!, ya era espabilado el bribón.

–Yo creo que ha querido olvidarse de aquellas circunstancias y del trabajo en el Banco, porque, en sus entrevistas y peroratas políticas, nunca menciona esa etapa ni alguno de esos matices.

–Es que, a lo mejor, si salen a la luz esos episodios, pueden perjudicar su imagen y su carrera política.

–¿Tu crees que si se sabe lo de los urogallos, la gente seguiría votándolo?

–Vete tu a saber; pero así todo, ¿quién puede probar que lo que decía era verdad o un farol para hacerse el interesante?

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