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Javier Junceda

El empresario que mira a las estrellas

Francisco Rodríguez, el industrial lácteo apasionado de la cultura y de su país

Cuando le preguntas por el número de empleos que genera su multinacional, te contesta que unos dos mil. Lo dice sin darle importancia y sin afán alguno de exactitud, solo por satisfacer la curiosidad de su interlocutor. A Paco Rodríguez lo que de verdad le apasiona es hablar de Ortega. Y de la Argentina, de la música, de los coches antiguos, o de su legendaria mili en Sidi Ifni. También le inquieta la marcha del país, desde las cosas más mundanas a las que le llegan al alma. Entre estas últimas sitúa el creciente y generalizado empantallamiento ciudadano, que tanto dificulta el contacto personal, social o familiar.

Europa, o más bien cómo organiza sus mercados, suele ser igualmente motivo de sus preocupaciones. No es antieuropeísta, aunque advierte peligros en la forma en que desde hace décadas se viene abordando el asunto lácteo, que a su corporación ha afectado, para mal. Tal vez por eso ha pasado de elaborar Camembert en el salón de baile de una pequeña aldea hace sesenta años a producir hoy infinidad de artículos para la alimentación infantil o su uso en la repostería, pese a que continúe triunfando con los mejores quesos, mantequillas o natillas del país, que comparte generosamente con sus amigos en Navidad. Echa de menos aquellos foros de los que antes disponían las buenas gentes del campo para discutir con franqueza y defender sus intereses propios, proponiendo medidas convenientes para su futuro, que los gobiernos de turno solían poner por obra. No descarta volver algún día a ver funcionando algo así, tal vez a través de entidades asturianas sensibles a esa actividad que tantísimo ha supuesto y supone para la región.

A Paco, como a Terencio, nada de lo humano le es ajeno. Ha sido y sigue siendo espléndido mecenas de algunos de nuestros mejores artistas o escritores, a los que ha tratado y querido mucho. Su prodigiosa memoria acumula cientos de anécdotas de esas fecundas relaciones, que han de extenderse al patrocinio del deporte, desde las camisetas del Real Madrid a la competición rural más modesta. Dudo que exista iniciativa cultural o festiva en el Principado que no haya contado alguna vez con su desprendido apoyo.

Aunque tenga sus convicciones –y bien firmes–, no le estorban a la hora de entenderse a las mil maravillas con quienes piensan distinto. Considera al semejante como lo que es, no por lo que vota. Al ser España y Asturias dos de sus principales obsesiones, Paco es más persona de ideales que de ideologías. Lleva regular las discusiones bizantinas, en especial aquellas envueltas en gran aparato verbal. Por eso suele ir al grano y atacar directo los temas, a diferencia de los que piensan dos veces lo que van a decir para no decir nada.

Francisco Rodríguez García sabe como pocos lo que es una empresa. Lo que es la competencia, sin la cual ningún empresario puede llamarse así. O la verdad que hay en la frase que repite Victor Küppers de que "o enamoras o bajas precio". Nadie le tiene que recordar a estas alturas lo que sirve o no en el mundo mercantil, que conoce al dedillo y por sus cuatro costados. Ha visto arruinarse a fortunas inconmensurables, de ahí que relativice el valor del dinero y prefiera frecuentar materias que lo trascienden incluso en épocas tan poco propicias para ello, como estas.

Si el hombre es el único animal que mira hacia arriba, en el caso de Paco Rodríguez sus expresivos ojos azules lo acostumbran a hacer siempre en dirección a las estrellas, esas que albergan las cuestiones que de verdad importan. Y que sea por muchos años, como dicen en Cataluña cuando felicitan los aniversarios.

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