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Anxel Vence

El chismorreo se moderniza

Los líos amorosos de Tamara Falcó

Media España o quizá más vive apasionadamente los avatares de la separación de Tamara Falcó, mucho más conocida ahora mismo que Mario Vargas Llosa. Consultados por un programa de telerrealidad, algunos jóvenes identificaron al Premio Nobel como el novio de Isabel Preysler: y ese día subieron hasta 100.000 las búsquedas de su apellido en Google. Para que luego digan que los programas de la llamada telebasura no contribuyen a mejorar el nivel cultural de la gente.

Los chismorreos tienen mala fama, quizá porque los practica casi todo el mundo. Y no solo en España, contra lo que se tiende a creer. La prensa popular del Reino Unido, por ejemplo, basa su éxito en el seguimiento de las vidas de la realeza, que allá dan para mucho con las aventuras de Harry y Meghan, los escándalos de Andrew y demás amenidades que también interesan por aquí.

Si acaso, la particularidad de España reside en que las teles –especialmente una de patente italiana– crean sus propios personajes y se retroalimentan de ellos. La última en alcanzar el estrellato es la mentada Tamara, aunque años atrás existió otra del mismo nombre y también con madre incorporada. No tardarán en surgir otras a medida que el público demande nuevas emociones.

Se está abriendo, sin embargo, una brecha generacional en estos asuntos del cotilleo que tal vez explique el bajón de audiencia de algún canal especializado.

Los chavales de la Generación Z (gente de entre 15 y 25 años) han dejado ya de ver la tele, esa antigualla, y ni siquiera recurren a las enseñanzas del padre Google para enterarse de lo que ocurre o al menos de lo que les interesa. Lo suyo es informarse en TikTok, red social china que usa el lenguaje de los vídeos cortos y les ahorra la engorrosa tarea de leer. No hay certeza de que la irrupción de TikTok guarde relación con la caída de audiencia de los programas de telerrealidad en España; pero algo podría haber influido. Y más que influirá en los próximos años.

Los nuevos consumidores de cotilleos se desentienden de las Tamara Falcó y no digamos ya de las Belén Esteban, que acaso sean para ellos carne de Jurásico.

No quiere eso decir que las Tamaras y las Belenes vayan a desaparecer, por supuesto. La pirámide de población española está lo bastante cargada de gente añosa por la parte de arriba como para que la tele siga siendo durante bastante tiempo la principal fuente de creación de personajes famosos.

La Tamara de hoy, por ejemplo, continúa la saga de otra Tamara, menos aristocrática, que años atrás alcanzó fama en las crónicas marcianas de Javier Sardá, presentador que ahora ha vuelto. Se conoce que Nietzsche estaba pensando aun sin saberlo en la televisión cuando esbozó su concepto del eterno retorno.

Puede que TikTok o cualquier otro medio del futuro acabe con la primacía de la tele, por más que eso vaya para largo. Se trata, en todo caso, de un simple cambio de formato. Cualquiera que sea el canal de información –digámoslo así– que termine dominando, la materia prima será, como siempre, el chismorreo sobre la vida de los demás. Da igual si Rosalía, Dulceida o Tamara.

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