La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José María Ruilópez

La hipocresía latente

La multa de la Agencia de Protección de Datos a una empresa gijonesa de páginas porno

La Agencia Española de Protección de Datos multa a una empresa de Gijón promotora de páginas porno «por vulnerar la normativa de protección de datos», ya que no impide con claridad la entrada en esas páginas a los menores. Según informa LA NUEVA ESPAÑA. Cuando leí la noticia no sabía si reír o llorar. Cuando está el gobierno peleando por una ridícula ley Trans, donde niños de 12 o 14 niños pueden cambiar de nombre, pasar de ser Pili a ser Javi, o de ser Nacho a ser Conchi. Incluidas operaciones de ocasión con cambios genitales que todos ustedes ya habrán leído en diversos medios, donde algunos o algunas, con los años se acaban arrepintiendo. «¡Mamá yo no sabía que iba ser así!». Porque los progenitores, muy protectores y «modeinos», si el nene dice que vio en clase esto o lo otro lo comenta en casa y pronto los papás corren al juzgado para cambiar el nombre, luego al boticario que le dé hormonas para que le salgan al niño unas buenas tetas, que tiran más que dos carretas, que se decía antes. Ahora no sé si se puede. Pero me importa un pito. Y a la niña le insuflan otras hormonas para que le cambie la voz, le salga la nuez, lo que algunos llaman bocado de Adán y un bigotillo incipiente. Y a renglón seguido van al médico para que la pilila del nene se la conviertan en vagina dándole la vuelta como el dedo de un guante, y a la nena le cambien el bollo (como lo llaman en Cuba) por un pene de quita y pon.

Y ahora viene la Agencia esta a tocarnos los cataplines. Pero no dice nada que cada vez que entramos en una tienda nos piden todos los datos, que deben ser confidenciales, hasta para cambiar la pila del reloj, y no digamos para la vacuna, para ir al médico: «Usted tuvo purgaciones hace varios años». Para los no iniciados, es una inflamación de las vías urinarias, por transmisión sexual u otras causas. «No, doctor», dice el atribulado paciente, «es que tengo problemas de próstata y tuve infección de orina». El médico, un carcamal de los de antes, que ya ni quedan: «no habrá andando por ahí con alguna piruja». «Por favor, doctor, que yo soy de misa semanal».

Y en cuanto sale el humillado paciente de la consulta, a las pocas manzanas se encuentra con el escaparate de una tienda de objetos sexuales. Este se va a enterar, piensa para sí, recordando al médico. Entra y se encuentra con toda una gama de aparatos: geles, vestimentas y caprichos para hacer la vida más plácida. Las bolsas chinas, los chinos están en todo, los dados Kamasutra, lupas para alargar el pene hasta el infinito. Menuda broma el que pidió por internet un alargador de penes en 10 segundos y le mandaron la lupa esa. Muñecas hinchables, como la de «tamaño natural» en la película de Berlanga interpretada por Michel Piccoli. Hace años conocí a una mujer muy lozana (hermoso adjetivo), después de una comida de empresa en compañía de varios colegas, que además de «eso» hacía poesías, según afirmaba. Y a cada poco repetía: «Soy una escort y vivo a todo confort».

La gente esta debe creer que los niños de ahora son como los de hace 50 años. Recuerdo la primera teta que vi. Fue en una revista, tirados varios reclutas sobre una cama, ojeándola. Qué juventud más gilipollas. Ahora hay una cadena de televisión que ponen películas españolas de hace 40 o 50 años donde hay más porno que en las actuales, que todo son narcotraficantes a tiro limpio. Debe ser que todo se pega. Para más inri, que se dice, el diario «El país» cita las páginas susodichas. No se esfuercen en buscar, ahí están: «cumlouder», «serviporno», «soloporno.xxx», «diverporno» y «porn300».

¿A qué llamará menores la tal Agencia? Si hoy ya saben más que cualquier adulto. Recuerdo una charla entre críos de 9 o 10 años de ambos sexos en una piscina este verano allá en el pueblo. Todo era sexo y palabrería del argot porno.

Hace unos años prohibieron la publicación de contactos en los periódicos, las pelis en la televisión por la noche, los anuncios en el teletexto. Solo nos falta el catecismo antes del telediario que nos explique qué es lo del sexto mandamiento y los actos impuros. Encuentro un artículo en un suplemento semanal sobre el gran Marcel Proust, el autor de «En busca del tiempo perdido», donde afirma, según el escritor Jesús Ferrero: «Jamás deseé a una mujer». «Ya le dije el otro día a André Gide que jamás he tenido amores que no fueran uranianos. Siempre he vivido en Urano». En Venecia conoce a un músico llamado Reynaldo. Hacen el amor en el hotel Lido, «o mejor no lo hacen, Marcel se masturba mientras contempla la desnudez de su amigo». «Proust aborrecía la penetración, y buscaba una sexualidad periférica, indecisa y llena de elementos indirectos».

La Agencia, que tiene 171 empleados y 20 millones de presupuesto, ya sabe que esta sanción es recurrible ante la Audiencia Nacional. Perdón, me está llamando la peruana esta de hace un rato por el teléfono fijo. No sé de dónde sacó mis datos. Lleva así toda la semana. Ya no sé cómo quitármela de encima. ¿Tendré que llamar a la Agencia esta, o estará muy ocupada revisando consoladores?

Compartir el artículo

stats