Los problemas de los administrados para relacionarse con sus administraciones y con determinadas entidades privadas es el otro virus que resiste tras la pandemia. La falta de atención presencial y los sistemas para regular un acceso pautado a todo tipo de mostradores resultaban perfectamente justificables, incluso deseables, en plena expansión de los contagios. Tocaba protegerse. El caso es que, pasados los agobios de la emergencia sanitaria, las medidas excepcionales han pervivido en oficinas y despachos, y no solo los públicos, sin que nadie acierte a explicar por qué razón algo que era factible hace dos años, las puertas abiertas para trámites, ahora resulta imposible. Desde luego, la vuelta a la normalidad que tanto imploraban las autoridades y deseaban los ciudadanos no era esto.

La indignación de los asturianos por las complicaciones que vienen sufriendo para realizar gestiones con el Gobierno central, el autonómico o los ayuntamientos, y cumplimentar las cuestiones más sencillas, ha ido en aumento. Muchos de los afectados dejaron patente su impotencia y frustración en cartas y comunicaciones enviadas a este periódico, que empezaron a ser reiteradas en los últimos meses. Esto, unido al atasco burocrático todavía por resolver, acentuó el enfado. Cada cual cuenta la feria según le va en ella, enseña el refrán. Seguramente también durante el mismo periodo otras personas habrán tenido experiencias satisfactorias. Varias fueron reseñadas en estas páginas.

Como fruto del interés que el asunto despertaba, LA NUEVA ESPAÑA inició el pasado domingo la serie "Vuelva usted mañana" para canalizar de alguna manera una inquietud que se estaba generalizando y para contribuir, con esa puesta en común, a la búsqueda de salidas. Al fin y al cabo, esa es la principal responsabilidad, incluso diríamos que obligación, de un medio que pretende ser útil a sus lectores y está siempre, por encima de cualquier otro afán, al servicio de los asturianos. La avalancha de situaciones recogidas pone de manifiesto un estado de malestar que debe interpretarse como el punto de partida para diagnosticar sosegadamente el problema y resolverlo. El peor síntoma sería tomárselo como el fruto de una rabieta pasajera o de ataques histriónicos.

Esta recopilación de casos no puede, ni persigue, convertirse en una enmienda a la totalidad del sistema, ni cuestionar el desempeño profesional de unos funcionarios que cumplen órdenes, en ocasiones no dan abasto o están mal repartidos por el inmovilismo de la Administración y pagan los platos rotos, obligados a dar la cara y, a veces, a aguantar el improperio y el desahogo de los destemplados. Pero sí constituye el retrato cierto que los administrados realizan de lo que ocurre, su percepción del trato recibido. El termómetro marca una temperatura elevada. Algo falla. No existe nada más devastador que un aparato burocrático inoperante, porque además de paralizar la actividad económica, engulle el esfuerzo y capacidad del personal valioso.

Tampoco admite muchas más demoras una revisión a fondo de los procedimientos confusos, las normas obsoletas, las tecnologías deficientes e insuficientes, las instalaciones escasas y las pésimas inercias de una organización inmovilista diseñada prioritariamente pensando en criterios internos, antes que en su misión puertas afuera. En la gloria de lo digital y telemático volver más lenta que antes cualquier petición es un contrasentido absurdo. La cita previa en sí misma supone un avance para evitar colas cuando se organiza adecuadamente y se complementa con otras prestaciones simultáneas, pero infiere perjuicios cuando se aplica de manera rígida e inflexible, rodeándola de impedimentos y obstáculos artificiosos.

Nadie discrepa de que simplicidad, agilidad y proximidad son principios básicos de la buena gobernanza. La proximidad se estancó. Muchas villas, esenciales en el entramado geográfico comarcal, deberían contar con nuevos departamentos descentralizados. La agilidad y la simplicidad figuraban entre los compromisos prioritarios al inicio de la legislatura. Han pasado casi cuatro años y las leyes para cumplirlos todavía sestean en la Junta. Las adelanta a máxima velocidad la restitución del Consejo Económico y Social (CES), un organismo inútil renacido anteayer por vía exprés. Si sus señorías así lo deciden, retornará en semanas al candelero, como regalo de Reyes, para repartirse cargos, encargos y dietas.

Asturias no puede permitirse el lujo de seguir apoquinando con los impuestos más altos del país y contar con una asistencia que concita en la sociedad opiniones tan negativas. Un factor de competitividad que debería proponerse exhibir la región frente a territorios más dinámicos sería precisamente el de disponer de una administración eficiente. Capaz de atraer inversiones por su rapidez, de satisfacer al contribuyente por su calidez y de derribar los muros que convierten al usuario en rehén y escudo humano de su incompetencia. En esto, como en la fantasmagórica resurrección del momio y la momia del CES, el secreto consiste en querer. Querer es poder.