Por nuestra tierra, presidente Pedro de Silva

La capacidad y osadía del primer Gobierno autonómico

Adrián Barbón

Adrián Barbón

El presidente Pedro de Silva recordaba el domingo en LA NUEVA ESPAÑA las primeras elecciones autonómicas, celebradas el 8 de mayo de 1983, hace ya 40 años. Otra de esas efemérides que pasan casi de tapadillo, a hurtadillas, como si no fuesen hitos principales de nuestro pasado reciente que es, a su vez, la mejor etapa de nuestra historia.

Siempre he reconocido mi admiración por Pedro de Silva y sus gobiernos. El domingo le imaginaba revuelto de curvas y kilómetros al volante de su Seat Ritmo, con esa extraña mezcla incombustible de cansancio, ilusión y energía que insuflan al cuerpo las campañas electorales. Aquel joven candidato socialista con sotabarba recorría, casi escrutaba, los vericuetos de una autonomía por hacer.

Hoy nadie discute –al menos, en ese amplísimo segmento político que sólo excluye las posiciones más extremas– que Pedro de Silva ha sido el mejor presidente de Asturias durante estas cuatro décadas. La potencia evocadora de su escrito me ha animado a explicar por qué participo de esa convicción. Voy con el intento.

Elijo un inicio un punto herético. Su mayor acierto, con ser enorme, no fue la edificación normativa. La división en circunscripciones para dotar de alma y cuerpo político a las alas en una región entregada a una inercia centrípeta por la atracción gravitatoria de la gran industria (Gijón, Avilés, cuencas del Nalón y Caudal) o el sistema de elección del presidente, concebido para impedir bloqueos, continúan siendo rasgos de referencia de nuestro sistema autonómico. Sería rácano si no incluyese un elogio a la mente arquitecta de este modelo, el consejero y después vicepresidente Bernardo Fernández.

Sostengo que, sobre estos éxitos, descuella otro: la capacidad y la osadía para anticiparse a los acontecimientos, para saber que otra Asturias era posible. Este valor puntúa muy poco en política, siempre atada en corto por la inmediatez. A los medios de comunicación tampoco les entusiasman los horizontes a largo plazo porque requieren respuestas al aquí y al ahora, y lo que escape de ese radio les suena lejano y gaseoso, a castillos en el aire.

La exploración de nuevas fronteras exige conocimiento –no se puede pensar Asturias sobre la indocumentación o la nada–, intuición y audacia. Pedro de Silva acreditó estas virtudes en sus dos mandatos. Enumero, con lagunas, algunas de esas rutas o fuerzas del cambio, por jugar con el título de un libro del mismo presidente:

El turismo.

Es el ejemplo más conocido. Recibida con desdén, con un desprecio colectivo, la apuesta por el potencial turístico de Asturias

y, en particular, por el rural

ha acabado convirtiéndose en uno de los vectores económicos más pujantes.

La protección de los recursos naturales.

Está ligada a la anterior: sin una, la otra sería imposible. De hecho, la conjunción fructificó en el lema «Asturias, paraíso natural», tan consolidado como icónico. Que disfrutemos la costa mejor conservada de España responde a esa claridad de planteamientos.

La superación de la obsesión radial de las comunicaciones.

Tampoco entendida entonces. Asturias es periférica si fijamos el centro en Madrid, no si pensamos en Francia o la fachada atlántica europea. La salida al Este que preconizó Pedro de Silva era, vista con los años, un antecedente del Corredor Atlántico que hoy reclamamos conjuntamente con Galicia, Castilla y León y Cantabria.

La necesidad de una nueva economía ligera.

Durante años, algunos agentes estuvieron empeñados en que la reducción paulatina de la siderurgia y la minería debería ser compensada por algo tan o más grande como lo que desaparecía. Esta legislatura, el fuerte despegue de las «start ups» demuestra que aquel tejido dinámico, ágil, asentado sobre la ciencia, la innovación y el desarrollo tecnológico tampoco era una ensoñación.

La red de equipamientos de las alas.

Me refiero a la educación y, sobremanera, a los hospitales comarcales de Jarrio, Arriondas y Cangas del Narcea, inseparables del desempeño de Juan Luis Rodríguez-Vigil al frente de la Consejería de Sanidad. Sin el Estado autonómico, jamás se habrían hecho realidad. No se trataba sólo de mejorar la red educativa y sanitaria, sino de vertebrar la cohesión territorial, imprescindible para evitar que la zona central engullera, como un gran agujero negro, las posibilidades de crecimiento del Oriente y el Occidente.

Y, en fin, el aprovechamiento y orientación de los fondos europeos. Cuando se quiere poner en cuestión la destreza de Asturias para captar y gestionar los recursos de la UE se olvida que el Principado fue pionero en la puesta en marcha de un Plan Nacional de Interés Comunitario que permitió sanear los ríos –esos cauces arteriales que son el Nalón y el Caudal– de la cuenca central.

Cuarenta años después, me siento orgulloso de ese legado.

Sobre esa armazón germinal creció la obra de todos los demás gobernantes socialistas: Juan Luis Rodríguez

Vigil, Antonio Trevín, Vicente Álvarez Areces y Javier Fernández. Sin olvidarme, por supuesto, de Rafael Fernández, cuyo mandato inició la etapa autonómica como primer presidente. Ni uno solo lo tuvo fácil, pero todos demostraron estar a la altura de lo que Asturias necesitaba.

Francamente, tampoco yo lo he tenido sencillo.

La pandemia, la crisis debida a la escasez de materias primas y la inflación han enfrentado a mi gobierno a la legislatura más dolorosa y difícil de la historia autonómica. Este mismo mes, la ciudadanía decidirá si también hemos sabido responder a esta sucesión imprevista de galernas. Antes de abismarnos en la campaña electoral, antes también de que el voto resuelva, subrayo que este mandato tampoco ha faltado arrojo. Contra ese quejicoso coro habitual de lamentos y lastimeros augurios, dopado siempre de lugares comunes, hemos encauzado el Principado hacia el paradigma económico verde, digital y sostenible, que son los adjetivos del futuro. Como prometí en 2019, asumí las dos recomendaciones que el mismo Pedro de Silva aconsejaba a un gobernante: la primera, que no temiera equivocarse; la segunda, que no se dejase «atrapar por los vapores de la vieja Asturias, un bálsamo hecho de manías e historias tópicas con efectos narcóticos. Asturias sólo se hace grande cuando se libra de ellos».

Hoy me reafirmo en la osadía, convencido de que el Principado ya ha abierto sus ventanales al horizonte. Estamos transitando hacia una nueva Asturias, y con tal ímpetu que ya no hay retroceso posible. Ese camino comenzó hace 40 años con un programa electoral del Partido Socialista que se titulaba «Por tu tierra». Me atrevo a apropiármelo para devolvérselo como un ofrecimiento a Pedro de Silva: el triunfo del día 28 será por nuestra tierra, querido presidente.

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