Colombres, sacristía de la hispanidad

Una obra inmensa entre dos mundos hermanos que Octavio Paz llamó "síntesis del amor"

Francisco Rodríguez

Queridos amigos: Quiero empezar diciendo que me produce una gran satisfacción abrir este acto rodeado de personas amigas que nos honran con su presencia. Una vez más, el presidente del Principado de Asturias ha venido hasta aquí en una muestra indudable de su interés por estar presente entre nosotros, compartiendo así un momento de íntima alegría, como es el encuentro que hoy celebramos. Muchas gracias, presidente. Pero deseo también hacer constar la alentadora sensación que me produce la presencia de Antonio Suárez, llegado recientemente de México, en uno de esos viajes suyos, que son mucho más que un largo paseo. Y es que él, desde la presidencia de la Asociación de Amigos de la Fundación, realiza un permanente seguimiento de nuestras actividades y nos presta el consejo y la ayuda que necesitamos para intentar ser mejores cada día. Por eso digo, querido Antonio, que se dan entre nosotros afinidades que hacen grato el trabajo, al tiempo que nos mueven el ánimo necesario para mantener viva la memoria de tiempos pasados.

De aquellos tiempos en que los nuestros solían cruzar el gran charco, y no precisamente por el aire. Contigo, y con los grandes amigos mexicanos y argentinos, nos llega la mejor música de América, esa sinfonía cordial, expresada en acordes infinitos que brotan en almas un día transterradas y que jamás olvidan su origen. Esa música sin par, que es la música del recuerdo y del prodigio de una encomiable asistencia sin alharacas. Al hablar de estas cosas, no puedo silenciar el apoyo de las instituciones públicas y de muchas personas del sector privado que han encontrado en Colombres un ámbito lleno de reconocimiento y respeto hacia ellas, y que hace posible que todos aquí nos sintamos "l´aise", como gustan decir los franceses. Y claro está, tampoco puedo dejar de hablar de esa pujante organización económico-financiera que es Abanca, cuyo presidente, Juan Carlos Escotet, nos honra con su amistad y con su ayuda. Gracias, Juan Carlos.

Y ahora, déjenme decirles también que, aunque no estamos en la mejor hora del mundo en materia de celebraciones, sí lo estamos para exaltar y reproducir en nuestra memoria esa fabulosa obra que es la cultura de la Hispanidad: un portento al que el tiempo ha contribuido a hacer cada vez más grande, y al que Octavio Paz define como la "síntesis del amor". Lo expreso así, porque el descubrimiento de una tierra a la que llamamos América, sin que poco o nada se supiera de los poblamientos precolombinos que en ella existieron hace la friolera de más de cuarenta y cinco mil años, y a la que llevamos nuestra habla, nuestras costumbres y hasta una nueva manera de vivir, a aquellos ciudadanos que desconocían el mundo, es algo que seguramente no tiene parangón posible en la entera y variopinta humanidad. De ahí que España pueda decirse a sí misma, mirándose fijamente al espejo, que entre los ladrillos del orbe sobresalen con brillo propio los que colocaron con esmero aquellos antepasados nuestros que, sin duda alguna, soñaban con la Gloria.

Ya sé, ya sé que han surgido en el mundo hispánico algunas lagunas a las que sería bueno tildar de lapsus de la historia, por Io que tuvieron de deseos desenfrenados de emancipación, debidos seguramente a las poco razonables urgencias de quienes antepusieron las emociones ocasionales propias de la inmadurez a las siempre aconsejables frialdades de la razón y la prudencia -por decirlo de manera no beligerante-. Pero aquí está hoy Colombres, dispuesta a desempolvar el catalejo con que se mira a la historia y a interponer la templanza, siquiera sea de manera testimonial.

Aquí estamos ahora nosotros, convencidos de que nada bueno se obtiene de la querella por la querella entre los que tanto tienen para defender en común; entre aquellos cuya complementariedad con la envejecida Europa sería sin duda deseable para todos. Aquí está, otra vez, Colombres, queriendo constituirse en sacristía de la Hispanidad, y aspirando a ser el recinto íntimo en el que rendir permanente homenaje a nuestros ancestros. Todo ello sin olvidar el inmenso coraje de quienes no dudaron en seguir los pasos de los que salieron de España a partir de los finales del siglo XV, para abrirnos el camino a los que veníamos detrás. Por eso mismo señalo hoy aquí, más allá de los límites de la vigilia, que me sentiría muy dichoso si lo que no es ahora otra cosa que un soñar despierto se convierta más pronto que tarde en un contemplar, alineados, los símbolos que subyacen en nuestras banderas hispánicas, ondeando a impulsos del viento del Cantábrico y a las puertas de nuestra Fundación.

Añado que me sentiría feliz de saber que en nuestro hermoso recinto se oiga siempre Ia lengua de Castilla, que es universal como ninguna. Y para finalizar estas palabras, que me salen del alma, les pido permiso pare ponerme virtualmente al lado de nuestro director, Santiago González, y del excelente equipo humano que trabaja a su vera de manera encomiable. Muchas gracias también a todos ellos, Para nuestros amigos presentes, mi más cordial y fuerte abrazo.

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