Danza de la muerte
Que la Muerte nos sorprenda agotados cuando nos invite a su danza, que iguala a ricos y a pobres, que convoca a todos los nacidos, y que no admite demora, excusa ni dilación posible
Pilar Galán Rodríguez
Que la vida iba en serio, como nos enseñó Gil de Biedma, se aprende con la primera muerte que te toca. Con un poco de suerte, antes las balas han silbado cerca pero las has esquivado sin saber cómo ni por qué, por puro azar. Si has cumplido algunos años, has visto el dolor ajeno, incluso has tratado de comprenderlo, de forma no muy acertada.
Solo cuando se experimenta se entiende el inútil ritual del consuelo, pero también para qué sirve el tiempo del luto. Negarse esa ausencia no sirve para otra cosa que para provocar un mal mayor. Quienes fingimos que no pasa nada, que no necesitamos un descanso o que nos dejen en paz, acabamos tocados y a veces, si no lo resolvemos, hundidos.
Es difícil cuidarse después de la pérdida de alguien a quien quieres. La sociedad entera está ahí para recordarte que tienes que vivir, pero ya mismo, y que lo mejor para dormir o para mantenerse en pie es entregarse al sueño pegajoso de los somníferos. "Tú lo que tienes que hacer" es la frase más pronunciada en los velatorios.
Y enseguida surge el nombre de unas pastillas milagrosas que te harán volver a como eras antes
Y enseguida surge el nombre de unas pastillas milagrosas que te harán volver a como eras antes. Pero yo no estoy deprimida ni tengo ansiedad, solo estoy triste, contestaba yo ante esas miradas de conmiseración que parecían decirse entre ellas que me veían peor aún de lo que creían.
Y además, continuaba yo, es imposible volver a como era antes. Con consejos y sin ellos, con química y sin ella. Cuando te toca la muerte, aunque parezca una paradoja, la vida cobra sentido. Haces mil propósitos de enmienda para no volver a dedicar tiempo a lo superfluo, para no enfadarte por tonterías, para vivir.
Enseguida olvidas tus buenas intenciones y el tiempo que no quieres perder te pasa por encima, como a todos. Algo queda de tanto dolor, un recuerdo, una cicatriz que pica o molesta igual que una piedra en el zapato.
Lo que yo he aprendido es el rápido reconocimiento de los momentos felices, ese instante en que parece que todo cobra sentido y no falta nadie y las cosas se quedan quietas en su sitio. Esa lucidez tan breve. Esa belleza. La muerte nos enseña a nosotros, que lo sabemos todo, que nada es para siempre. Nos lo lleva mostrando hace muchísimos años, lo hemos leído en los clásicos, hemos explicado los tópicos en las clases y observamos sus efectos cada vez que vemos un telediario u hojeamos un periódico. Por eso, celebro cada ocasión sin dejar pasar una.
No hablo de quemar la noche o volver a casa a las tantas, sino de abandonar la pereza de vivir por la laboriosidad de la conciencia de que somos efímeros. La vida va en serio, tanto, que no conviene dejar de reírse y disfrutar para evitar que el dolor, que llega siempre, nos pille sin que puedan quitarnos lo bailado, solo porque no hayamos querido salir a la pista.
Que la Muerte, ahora sí, con mayúsculas, nos sorprenda agotados cuando nos invite a su danza, que iguala a ricos y a pobres, que convoca a todos los nacidos, y que no admite demora, excusa ni dilación posible.
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