Carlos López-Otín, adiós al hereje cisne blanco

Uno de "los 1.500 sabios del mundo" en 2010, colíder del grupo español del Consorcio Internacional de los genomas del cáncer que salva miles de vidas, se jubila sin que la Universidad le resarciera del daño recibido por un grupo de infames

Ángeles Álvarez / Rafael Sánchez Avello

Cuando estas líneas lleguen a los lectores, faltarán unos pocos días para que se cumpla el hecho de que Carlos López-Otín se jubile en la Universidad de Oviedo. El cisne blanco de nuestra laguna universitaria, desaparece para siempre de las aguas de Asturias. Su ausencia temporal en aguas parisinas, a la espera del prometido apoyo público institucional de la Universidad de Oviedo, que le resarciera del inmenso daño recibido por parte de un grupo de infames, ha caducado, sin que la promesa se cumpliera, y el profesor Otín se va para siempre.

Una ausencia definitiva que, seguramente, pasaría inadvertida mediáticamente, si de las autoridades académicas y políticas dependiera. Por ello, nosotros –Ángeles Álvarez, exdirectora de FICYT ((Fundación para el Fomento en Asturias de la Investigación Científica Aplicada y la Tecnología), y Rafael Avello, periodista–, en nuestra calidad de amigos y profundos admiradores del trabajo y la persona de Carlos López-Otín, queremos difundir esta triste noticia, para que los ciudadanos asturianos sean conscientes de la enorme pérdida que supone para Asturias y para la ciencia en general, la retirada de Otín.

No estamos solos en esta apreciación. Nada más conocerse la noticia, han sido muchos los investigadores, profesores, alumnos y otros profesionales e instituciones de nuestra comunidad, que se han ofrecido a suscribir con su apoyo y rúbrica estas líneas de despedida, que pretenden no solo mitigar el estado anímico del ilustre investigador, sino hacernos reflexionar sobre los orígenes y consecuencias de esta dolorosa decisión.

Como Ángeles Álvarez, y como responsable durante casi 40 años de la gestión de la investigación en Asturias, puedo dar fe de la excelencia y reconocimiento nacional e internacional de Carlos, desde sus primeros galardones como el de mejor científico joven europeo, o el premio Dupont, hasta los últimos premios Leader europeos como mejor científico en genética y biología molecular en 2022 y 2023.

Una quincena de premios en España (como el Premio Nacional de Investigación o el Jaime I), y en Europa, conforman esos reconocimientos, junto a tres "Doctorados Honoris Causa" en España y otro en Chile.

No solo los innumerables premios y distinciones en medio mundo dan fe de su excelencia investigadora; no en vano participó dentro de un consorcio europeo en el desciframiento del genoma del chimpancé, lo que provocó su fichaje por la empresa estadounidense Celera Genomics, para que él y solo un científico europeo más, hicieran lo propio con el genoma humano.

Carlos López-Otín tiene en su haber de méritos, también, haber sido declarado miembro de "los 1.500 sabios del mundo", en el año 2010. Colíder, junto al doctor Elías Campo, del grupo español del Consorcio Internacional de los genomas del cáncer, su contribución permitió descifrar el genoma tumoral de más de 500 pacientes con leucemia linfática, y establecer así dianas terapéuticas que han salvado, y salvarán, miles de vidas.

De su influencia internacional dan cuenta las más de 87.000 citas registradas sobre su cerca de medio millar de publicaciones científicas, con un índice h de 126 (el mayor en España en su campo, y uno de los 10 de mayor impacto de Europa). Por resumirlo en una sola frase, Carlos ha puesto a la Universidad de Oviedo y a nuestra tierra, en el mapa de la Ciencia en el mundo. Y sin pedir nada a cambio. En 30 años tan solo pidió una vez, ayuda económica al Principado. Los fondos de sus investigaciones los obtenía él en otras fuentes nacionales y europeas.

Centros científicos españoles, europeos, norteamericanos y asiáticos, intentaron ficharle con tentaciones económicas y equipamientos, que Carlos rechazó por amor a su tierra adoptiva, Asturias, y por lealtad a sus equipos de trabajo y a sus alumnos. Porque Carlos, al margen de su laboratorio, era un extraordinario docente, incluso cuando se le encargó que diera clase en primer curso de química.

Al contrario que otros muchos científicos, que cuando están en lo alto de la parra no se bajan de ella, Otín dedicaba gran parte de su tiempo a la docencia y a orientar a sus alumnos inculcándoles su amor por la ciencia. Más de 5.000 estudiantes de grado de medicina, química y biología han pasado por su docencia, junto a otro medio millar de postgrado, en los que dejó su impronta científica y humana, permitiendo la creación de nuevos grupos de investigación de excelencia reconocida.

Esta es la pérdida, que con su semiforzada jubilación sufre Asturias, la Ciencia y, de forma más especial, la Universidad de Oviedo, fruto de la insidia miserable y de silencios cómplices.

Por otra parte, yo, Rafael Avello, como amigo y confidente de Carlos y como periodista, conocedor de muchos de los entresijos de la Universidad, y de los innumerables logros científicos de Otín, a quien entrevisté en reiteradas ocasiones, quiero dejar patente otros aspectos de Carlos López-Otín, como muestra de ese apoyo que hoy, en este artículo laudatorio, –y que también pretende ser restaurador de daños–, suscriben tantos.

He sido testigo personal de su dedicación laboral, que se iniciaba ya de madrugada; pero sobre todo, de su faceta humana y su condición humanística que, a mis ojos, le convertían en todo un personaje del Renacimiento. Talentos científicos acusados de herejía, que solo fueron reconocidos siglos después de su existencia, como Kepler, Servet, Vanini, Copérnico o Galileo (que se salvó por los pelos tras medio abjurar de sus creencias científicas), e incluso el propio Newton, o Charles Darwin y, mucho antes Hipatia, a los que solo el tiempo colocó en el lugar que merecían.; pero fue Giordano Bruno el prohombre que más se me asemejó a Carlos.

Mucho de ese saber renacentista del profesor Otín, está presente en sus libros, que deberían ser de obligada lectura para quienes en el futuro pretendan hacer de la ciencia, y especialmente de la bioquímica, su dedicación profesional; pero también para los ciudadanos de a pie que tengan simplemente ansias de conocimiento.

Hoy no es la Inquisición quien acaba con quienes se dedican a la ciencia, sino la envidia de los mediocres que nunca accederán al conocimiento, por más que un título o un puesto académico pretendan que sea su aval. Giordano Bruno falleció en la hoguera, pese a los esfuerzos del único defensor que se atrevió a ello, Morosini; pero, sobre todo, por el silencio cómplice y cobarde ante la autoridad de muchos de los colegas de su época aunque, en el fondo, fueran también defensores del heliocentrismo.

Un silencio cómplice que también alcanzó a López-Otín en las horas oscuras de su injusto acoso y que hoy, los firmantes y suscribientes de este artículo de desagravio, reconocimiento y reflexión, en la hora de su jubilación, pretendemos compensar, aunque sea de forma escasa.

Pero si su plena dedicación a la ciencia y su altísima cualificación científica no fueran méritos suficientes, no queda, como digo, a la zaga, su humanidad, humildad y generosidad. No fue solo una vez, sino varias, las que suspendió o declinó dar una conferencia en una Universidad o prestigiosas instituciones de otros países, porque la fecha coincidía con una charla suya a los alumnos de algún instituto o colegio asturiano.

El primer gesto generoso que recuerdo fue durante sus primeros tiempos de investigador, en que pretendía renunciar a figurar en el trabajo sobre el diagnóstico de la peste porcina, –en la que había colaborado junto a su maestro Eladio Viñuela–, para que fuera éste el titular único de la patente, si bien alguien le convenció para que figura y así, parte del dinero pudiera llegar a la Universidad.

De hecho sus patentes posteriores, como la desarrollada con la empresa Bristol-Myer, o la relacionada con una terapia para la progeria, han generado ingresos sustanciales a la propia Universidad. Y si su devoción por Viñuela le movió al gesto reseñado, otra muestra de su generosidad y humildad es la que mantuvo con su otra profesora, la esposa de éste, la galardonada científica asturiana Margarita Salas. Carlos declinó su nominación a los Premios Príncipe/Princesa de Asturias, hasta que no se lo hubieran concedido previamente a Margarita.

Generosidad y humanidad de las que pueden dar fe cientos de personas que, durante todos estos años, acudieron a él en demanda de alguna ayuda o consejo, pues las puertas de su despacho estaban siempre abiertas, al menos un día a la semana, para atender a cualquiera a quien pudiera ayudar, sin cita previa, ni recomendaciones de nadie. Muchos le deben así su salud, su vocación, su trabajo, e incluso su vida, al aconsejarles, al orientarles sobre a quiénes debían acudir para tratarse, facilitándoles el acceso a ello y, en ocasiones haciéndoles compañía personal en su trance. Generosidad traducida incluso en términos económicos, como la donación del bien dotado premio Dupont, a "Médicos sin Fronteras".

Todo eso, y mucho más, que haría interminable este laudatorio, es lo que pierde Asturias y la Ciencia española.

Pretendían que se fuera por la puerta de atrás y sin hacer ruido. Pues han conseguido el ruido de quienes suscribimos estas líneas y de una inmensa mayoría de los ciudadanos que en estos momentos están leyéndolas.

Nos preciamos aquí de ser sus amigos, aunque su vida centrada en la ciencia, el conocimiento y la ayuda a los demás, junto a su timidez, no le facilitarían el tener muchos. Pero los tiene, y por eso queremos acabar con una frase de otro amigo, el profesor aragonés Alberto Jiménez Schuhmacher: "Su legado queda en todos a los que nos ha transformado y cambiado la vida: investigadores, pacientes y cualquier persona que buscase salud o conocimiento".

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