La vida junto a Víctor Manuel

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Cuando un personaje como Víctor Manuel plantea una gira que se titula "La vida en canciones", uno ya puede hacer una idea de lo que se va a encontrar. Pero es difícil ser Víctor Manuel. Quiero decir, es difícil tener una carrera de más de cincuenta años, un espectáculo de dos horas y media con un éxito infalible detrás de otro, estar en forma para sacarlo adelante y poder incluir en él canciones de amor, de juventud y de madurez, de fuerte carga política, social., intelectual y sentimental, éxitos y algún capricho personal.

Víctor habla de Brigite Bardot, la cual le parece que ha envejecido mucho peor intelectual que físicamente, y de Ana que, al contrario, parece permanecer en su corazón tan fresca como la primera vez que se vieron. Habla de su padre, de su abuelo y de sus hijos. De los tiempos en los que había que luchar lo mismo que de aquellos en los que hay que dialogar. De grandes asuntos igual que de pequeñas historias que se quedan al margen de la sociedad. Todo envuelto como un producto artísticamente muy profesional. Pintando el escenario de verde botella de sidra cuando habla de su tierra, de dorado cuando habla de amor y de rojo cuando asoma la muerte.

A nadie le importa si la voz de Víctor no alcanza la limpieza de determinadas notas. Sus versos no han perdido vigencia, ni fuerza, su poética no ha quedado trasnochada. El que sale al escenario, el Víctor Manuel de 2023, cuenta efectivamente, entre anécdotas y canciones, la historia de un niño, la de un joven, la de un guerrero, la de un amante, la de un observador, la de un artista, la de un hombre que le tocó vivir y participar en su porción de historia, la de un personaje polémico, criticado y admirado en proporciones variables. No hay que estar de acuerdo en todo, aunque haya incondicionales que aplaudan todas sus coletillas. Víctor cuenta, pero también debate y dialoga.

Quiso el destino que el viernes se sentase a mi izquierda un hombre alto como una montaña. Fuerte, bravo, con las manos de haber trabajado con ellas toda la vida. Aventurando un juicio de valor muy arriesgado, me atrevería a decir que no era de los que se sienten cómodos cuando visitan Oviedo. Y me permito, además, usarlo como ejemplo con todo el respeto. Porque al llegar a su butaca, le dijo a su compadre "No sé qué me pasa, toy nerviosu". Durante el concierto vivió toda una catarata de emociones. Después de cada canción, suspiraba y musitaba "gracias, gracias". Mientras duraron los versos de "La planta 14", se revolvió incómodo en el asiento. No pude evitar ver en él el paralelismo con ese minero del que habla la canción, ese que era el más fiero y que por no irse al patrón, lloraba en el suelo. Poco le faltó para saltar a bailar entusiasmado, en pleno patio de butacas, con "El cuélebre". Después del "Asturias" se puso de pie y gritó: "Puxa Asturias, mecagüenmiputamadre" y al acabar la velada aplaudió hasta que le echaron humo las manos y salió a la calle feliz como un niño de cinco años el día de los Reyes Magos.

"La vida en canciones" fue verdad. Para su público es verdad, se sientan a escucharle hablar y cantar y ahí está todo lo que han vivido, su memoria, sus alegrías. Alguna lágrima. Yo, que no era tan de Víctor, tengo que reconocer en él un gran contador de historias. Un trovador que vuelve a casa y vuelve a vencer heroicamente, convoca a sus fieles y los pone de pie enardecidos, emocionados, incondicionalmente suyos. Durante más de cincuenta años. No es fácil.

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