La calidad de un médico no se mide por sus notas

Urgen medidas para atajar la progresiva pérdida del componente vocacional de la profesión médica

Juan Junceda Moreno

Juan Junceda Moreno

La salud es el mayor bien que tenemos todos, incluidos los médicos. Está muy por encima del bienestar económico, político o social, aun siendo éstos importantes. Hoy día, la medicina está cambiando vertiginosamente. En algunas cosas, para bien: la tecnología es apabullante, la rapidez y la facilidad en obtener métodos diagnósticos es cada vez mejor y los tratamientos cada vez son más eficaces. Sin embargo, muchos de los que estamos en el terreno de la salud nos damos cuenta de que está fallando el mecanismo que mueve todo esto.

Hace muchos años, mi padre me dijo que lo primero en la medicina era el paciente, y lo segundo, el médico.

Es penoso que ahora, a una carrera como la nuestra, sólo puedan acceder alumnos extraordinarios o gente con posibilidades económicas, y es a ellos a quienes estamos entregando nuestro futuro. No se me malinterprete: nada tengo en contra de un buen estudiante. Pero el Ministerio de Educación, con el encorsetamiento que plantea a la hora del acceso a las facultades de medicina, hace que solamente los mejores académicamente puedan llegar, y el problema está en que esos mejores no tienen por qué ser buenos médicos. La experiencia desde hace aproximadamente una década nos está demostrando que efectivamente es así.

Vamos a explicarnos. Lo que significa el afecto a un desconocido que sufre, lo que significa que algo te mueve a esforzarte por una persona, por entender el dolor o la enfermedad que ésta padece o el miedo que te transmite cuando estás hablando con ella, poco a poco lo estamos perdiendo. Esta actitud no es del todo fácil, y es necesario cultivarla. Creo que se está perdiendo en parte la vocación de médico.

El enfermo no desea tanto ver un médico con un magnífico ordenador y mirando sólo para una pantalla y dándole al teclado, como que se le escuche, que se le pregunte y que también obviamente se tenga tiempo para estar con él. La pescadilla que se muerde la cola es que, hoy día, cada vez hay menos médicos; y que para atender a cada vez más pacientes –porque la población va envejeciendo– disponemos de menos tiempo. Y sigue la pescadilla mordiéndose la cola porque los médicos ya no son, salvo algunas excepciones, vocacionales, sino que son escogidos entre los que pueden acceder a una carrera que es de las pocas que tiene una salida segura; con lo cual van a ella los más brillantes.

¿No sería mejor tener la posibilidad de que los que tienen vocación y tengan más capacidad de sintonizar y de empatizar con las demás personas puedan tener la opción de trabajar en ello? A la mayor parte de los que somos o seremos pacientes así nos gustaría; no entendemos por qué siguen erre que erre sin ponerse de acuerdo y sin tener ninguna reunión el Ministerio de Sanidad con sus cabezas pensantes y el Ministerio de Educación con las suyas, acerca de las necesidades de médicos a corto y medio plazo.

No es tan complicado. Basta ver la cantidad de médicos que poco a poco se van jubilando, y que serán aluvión en los próximos años, y ver de qué manera se puede modificar o tener una elasticidad en el acceso a los estudios de medicina. De lo contrario, vuelvo a insistir, se irán los que puedan económicamente a estudiar al extranjero o a estudiar a universidades privadas, y el nivel de la relación médico-enfermo de los que estudian en cualquier universidad va a quedar simplemente al arbitrio de que ese alumno tan magnífico y tan brillante académicamente sea además una persona empática, sea una buena persona, tenga un corazón receptivo y capacidad de esfuerzo, y no sólo una demostrada capacidad sobresaliente de estudiar.

Algún célebre comunicador está empeñado, y así lo dice, en que la escasez de médicos se debe a que los propios médicos obstruyen la formación de los nuevos profesionales. Eso no tiene sentido. Nada queremos más los médicos que un recambio suficiente. Entre otras razones porque, si somos un número adecuado a las necesidades, con más calidad se atendería a la población, y sobre todo con menos agobio.

El esfuerzo que tenemos que hacer para sacar adelante la asistencia es, en general, importante, y en los sitios donde no se consiga sacar esa asistencia adelante se solucionaría con una mejor gestión (otra asignatura pendiente). Pero el hecho es que el trabajo podría mejorar, y mucho. Ese es uno de los retos que tiene la sanidad pública a la hora de gestionar recursos, aunque esta es otra batalla, harina de otro costal.

Los que estudian medicina ahora pueden ser enormemente inteligentes y con una gran capacidad, pero no sabemos si quieren realmente ser médicos o simplemente van a una profesión en la que abundan las salidas laborales y la situación social del trabajador es, por decirlo de alguna manera, gratificante todavía.

Lo cierto es que, a cuenta de todo esto, ya empieza a haber algunas comunidades autónomas en las cuales se permite el ejercicio a personas sin especialidad o bien tienen que traerse médicos de otros países, con títulos sin homologar en Europa, como todos sabemos "por razones de garantía de la asistencia sanitaria".

¿Preferimos tener mejores profesionales, una adecuada gestión sanitaria, o preferimos una presión fiscal asfixiante para que luego los dineros de todos se gasten en cosas sin apenas relevancia o en beneficio de unos cuantos, en lugar de dotar mejor a las facultades para forjar a más médicos?

El tiempo nos lo va a decir, a no tardar mucho.

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