Discurso de Adrián Barbón por la concesión de la Medalla de Oro de la Cámara de Oviedo a Obdulia Fernández

Adrián Barbón

Adrián Barbón

Hace unas semanas supimos que Asturias había superado en octubre su récord de turistas. En los diez primeros meses del año sumó 2,5 millones de visitantes, más que en todo el año anterior. Aunque sean recientes, esos datos han caducado. Me explico: eran previos a la conexión con la alta velocidad ferroviaria, anteriores también a que las principales ciudades estuvieran atiborradas de gente durante el puente festivo. Con seguridad, a estas alturas esa marca ya ha sido ampliamente rebasada.

Asturias está de moda. Lo he dicho en otras ocasiones y estoy dispuesto a repetirlo todas las veces que haga falta, hasta que nos lo creamos. Hasta que seamos conscientes, por la fuerza de la evidencia, de que nos estamos convirtiendo en una potencia turística y en una comunidad atractiva para vivir, trabajar e invertir.

Cada vez que hago una afirmación de este tipo, me tachan de optimista. No de un optimista iluso, que vive en una nube de ensoñación, sino de un optimista falsario, que tergiversa los números para ocultar la negra realidad, como si intentara, con un esfuerzo inútil, esconder la basura bajo la alfombra. Están empeñados en que me haga cofrade de la decadencia. Eso sí que es perder el tiempo: por más que insistan, no voy a dejar de alegrarme al conocer que Hispalink acaba de revisar al alza las previsiones de crecimiento del Principado, al comprobar que Asturias atrae más empresas de las que se van por cuarto año consecutivo o al saber que hay 12.893 personas menos en paro y 11.120 más con trabajo que la legislatura pasada.

No, no puedo dejar de alegrarme ni pretendo dejar de hacerlo. Con los pies en la tierra, sostengo que el impacto turístico, industrial y logístico de la llegada del AVE; la inmediata aprobación del presupuesto autonómico más alto de nuestra historia, con 6.348 millones; la negociación del acuerdo de concertación y la reanudación de la estrategia de captación de inversiones, incluida la próxima apertura de una oficina económica y comercial en Madrid, son razones que confluyen a favor de la esperanza.

En realidad, pienso que todos quienes se alegren de que Asturias reciba buenas noticias deberían votar a favor del proyecto presupuestario de 2024, y así demostrarían con hechos que anteponen el interés del Principado a sus cuitas de partido

En todo caso, el debate no es entre pesimistas y optimistas, porque esto no es sólo cuestión de emociones. Para mí, la verdadera disputa está entre asumir o negar que el paisaje económico de Asturias ha cambiado. Si ahora mismo nos colocásemos unas gafas del ayer –pongamos de un ayer de hace medio siglo atrás- asistiríamos a un espectáculo desolador. No hay pozos mineros abiertos, los castilletes han dejado de funcionar, la siderurgia no está envuelta en una nube densa de humos rojizos y hasta los ríos de la cuenca central, el Nalón y el Caudal, han dejado de ser caudales de aguas negras.

En efecto, cómo hemos cambiado. Asturias es otra. Y esa Asturias distinta, la que ha abierto la variante de Pajares, la que suma un número creciente de start ups y de empleo tecnológico, la que lidera la transición ecológica y sobrepasa en sólo diez meses un récord histórico de turistas es la que reclama nuestra atención. Si nos obcecamos en buscar el mismo motor que movía el siglo pasado, acabaremos decepcionados. A esos efectos, sólo posaremos los ojos en ruinas, vestigios de una época irrecuperable. Si, en cambio, dejamos que la vista descubra la nueva realidad, encontraremos una comunidad autónoma pujante, que está recobrando su orgullo de identidad, dispuesta a subirse al tren de los grandes cambios, segura de que podrá con todas las reformas que se le pongan por delante.

Esa comunidad, representada hoy por la Cámara de Comercio, es la que distingue con la medalla de oro a María Obdulia Fernández, presidenta de Paisajes de Asturias. En nombre del Gobierno del Principado, reciba también mi enhorabuena y mi agradecimiento público.

Ser el último en intervenir en un acto público tiene siempre un inconveniente: puedes estar convencido de que alguien se te habrá adelantado. Y así ha sido: ya me han pisado los elogios a María Obdulia, ya han subrayado que es la primera mujer en recibir la medalla de oro y ya han descrito a qué se dedica su empresa.

Así que a mí me toca elegir un derrotero distinto. Y se me ocurre que la labor empresarial de Paisajes de Asturias anuda bien con mis reflexiones anteriores. Cuando María Obdulia Fernández y su marido, Víctor Madera, compran un palacio o un caserón, ya sea Las torres de Donlebún o Villa Excelsior, tampoco usan las gafas del pasado. De hacerlo, sólo verían muros caídos, ventanas ciegas, un esplendor arruinado. Valioso, pero rebasado por el tiempo.

Por fortuna, ellos saben mirar de otro modo. Saben mirar en grande y hacia el futuro, dos virtudes muy necesarias en esta Asturias lanzada de lleno a una etapa de transformación. Entienden que este patrimonio cultural no está condenado al abandono, sino que puede revivir, generar actividad y empleo y hacerlo, precisamente, en concejos mermados de población.

Turismo es una palabra muy ancha. Mi gobierno está orgulloso de que Asturias esté de moda, como afirmé al principio, pero sabe que nuestra ambición no puede limitarse a abarrotar los centros de las ciudades de visitantes durante unas fechas determinadas. Si esa fuese nuestra frontera, andaríamos muy cortos de miras. Además, hay ejemplos de sobra en muchas partes, tanto en España como en otros países, de los problemas que plantea la masificación.

Nosotros aspiramos a bastante más. A desplegar una oferta amplia que abarque el mayor número de tipos de turismo, del ecológico al gastronómico, el deportivo o el cultural; que sea desestacionalizada y que se extienda por Asturias entera, de la costa a la montaña, del Eo hasta Tinamayor. Y queremos que toda esa amplia y diversa oferta esté cosida por un hilo de oro común: el reconocimiento y aprecio a nuestro patrimonio y nuestra cultura. Nunca permitiremos que ese hilo rompa porque esa es la marca que nos distingue, la que nos permite sobresalir respecto a otros destinos. Tengamos dos certezas: seremos una potencia turística, pero nunca dejaremos de ser un paraíso natural y cultural.

Paisajes de Asturias lo entiende a la perfección. Todos sus proyectos engranan en esa idea común del respeto y la revitalización patrimonial hacia el porvenir, sea cual sea la comarca donde los lleven a cabo. Me alegro de veras de poder participar en esta merecida entrega de la Medalla de Oro de la Cámara de Comercio de Oviedo a Obdulia Fernández. Como presidente del Principado, yo también me pongo las gafas del futuro para pensar en grande. Porque Asturias, y también lo repetiré las veces que haga falta, tiene mucho más futuro que pasado