Polariza, que algo queda

Contra la diabolización del adversario

Guillermo Martínez

Guillermo Martínez

Un programa reformista es considerado como tibio y una actitud moderada como cobarde. Las disensiones internas son traiciones, y la simplificación pública, coraje. Los equipos se forman por capilaridad y menos por complementariedad. Los hooligans saltan al campo y nunca hubo tantos creyentes en el universo laico. La polarización no es la distancia entre diferentes posiciones, es el antagonismo entre ellas. Empequeñece el espacio público, pues hace que los elementos a compartir sean mas escasos. La confabulación y la conspiración compiten con la vertebración de ideas dentro y fuera de las formaciones políticas.

La polarización necesita fabricar diferencias donde no las hay, diabolizar al adversario, asumir la sumisión a la dictadura de la urgencia. Lo peor es que cuando se instala la baja calidad en el espacio público, éste necesita nutrirse permanentemente de estos ingredientes, y la voracidad por la mediocridad –la apelación constante y ligera a la emoción–, aumenta. Por eso intenta invadir los procesos de elección interna de los partidos, reducir los espacios de duda ante fenómenos complejos como la inmigración, el cambio climático, o la forma de pensar y creer. A la vez, se señala la contribución de los medios de comunicación como responsables del alto voltaje de esta "electricidad social". Pero, ¿cómo llamaríamos a una sociedad que cada vez se informa más por lo que otros dicen que pasa sustituyendo el análisis por la crónica fugaz? La eliminación de anclajes y análisis y la reducción de todos los tiempos al presente tiene un efecto corrosivo sobre la cohesión social.

Resulta difícil de entender qué se dude que haya verdaderas diferencias entre las distintas opciones políticas, pero se advierta de la polarización política. Tampoco está claro que las preferencias sociales hayan cambiado de forma radical en las últimas décadas. Lo que si se estaría produciendo sería una identificación cada vez mayor de los votantes de los partidos con el ideario marco de la formación política. Es decir, menos pluralidad dentro de los votantes de cada partido, y un mayor sentimiento de antipatía hacia los adversarios. Diversos estudios señalan como en muchas circunscripciones electorales de los EE UU se estaría pronunciando una mayor diferencia en los resultados de formaciones políticas, consolidando bastiones de uno y otro signo. Probablemente a mayor polarización, menos diferencias reales.

Un problema complejo lo es porque mezcla causas y consecuencias, y porque coloca la solución en la culpabilidad del otro. En sentido mecánico, la polarización limita la popularidad de los gobiernos, pero también pone tope a las expectativas de la oposición, siendo más difícil alcanzar mayorías claras. En realidad, consigue estabilizar los bloques, pero a costa de incrementar el foso entre ellos. Ello hace que los resultados electorales señalen más que el desarrollo de programas políticos, perdedores y ganadores.

Es paradójico que las identidades –cuyo reconocimiento es síntoma de sociedades avanzadas– hayan contribuido –por reafirmación o por reacción– a fragmentar en lugar de a enriquecer el conjunto, cuestión más evidente aun cuando se combina con el espacio y emerge la emoción territorial. Esto cuando se nos había prometido un orbe global donde el espacio importaría menos. Y ojo con la brecha entre lo rural y lo urbano, que condiciona más que ayer patrones, valores y comportamientos.

No confundamos polarización con politización. La primera busca culpables, la política, soluciones. Decimos que la política decide menos que antes, pero le exigimos mucho más que en el pasado. Para que esta no sufra la fatiga de tanta carga, bien haría la ciudadanía con ejercer su papel: huir del descanso de las respuestas, salir de la seguridad de las verdades propias. No traslademos nuestra responsabilidad a los demás.

Suscríbete para seguir leyendo