Seguro murió de viejo y Desconfiado fue al entierro

El aumento de los fraudes en los seguros

Seguro murió de viejo y Desconfiado fue al entierro

Seguro murió de viejo y Desconfiado fue al entierro

Antonio Arias Rodríguez

Antonio Arias Rodríguez

Estos días estuve disfrutando de una serie televisiva británica. La trama básica –una historia real– gira alrededor de un funcionario que, acosado por las deudas, finge su muerte en el mar para que su mujer cobre la indemnización del seguro de vida. "El ladrón, su esposa y la canoa", se titula. No es para tirar cohetes, quizás por su corto presupuesto, pero tiene ese punto de realidad cotidiana –tipo "Full monty"– que me encanta del cine inglés con actores desconocidos. La historia se complica porque la compañía aseguradora no paga tras la desaparición sino hasta que se certifique el fallecimiento (el tipo vive escondido en el desván colindante) y esto no sucederá hasta transcurridos unos años, cuando legalmente se presume el fatal desenlace allí.

Algo similar a esta trama lo encontramos en nuestro centenario Código Civil, que presume la defunción según diversas circunstancias (artículo 194) entre las cuales, efectivamente aparece el naufragio. Una solución jurídica (mejorada en el año 2015) que permite a las familias de los marineros instar la declaración de fallecimiento transcurrido el mes de un accidente con evidencias racionales de ausencia de supervivientes.

Volviendo a la serie, el matrimonio protagonista debe seguir pagando la hipoteca y, además, la prima del seguro. Mientras, no hay ingresos. Menudo lío. El asunto me recordó a un buen amigo que, diagnosticado de cáncer, consultó cómo debía obrar con el seguro de su hipoteca. Muchos de estos procesos, por suerte hoy, se curan, cronifican o alargan y durante un tiempo se convive con los efectos del tumor ¿Hay que notificarlo al seguro de vida? Obviamente la compañía no lo renovaría con tan alto riesgo o lo haría a una prima inasumible. En 2015, también se modificó la Ley de contrato de seguro para zanjar (artículo 11.2) en las pólizas de personas, que "no tienen obligación de comunicar la variación de las circunstancias relativas al estado de salud del asegurado, que en ningún caso se considerarán agravación del riesgo".

El fraude detectado en los seguros alcanza un 2% del total de siniestros anuales, habiéndose duplicado en la última década. En la actualidad, la inteligencia artificial descubre con mucha fiabilidad esos engaños (incluso por foto) alertando a las compañías para revisar determinados siniestros. Más de la mitad de los casos de simulación corresponden a sucesos en los que el asegurado ha sufrido un siniestro real, pero intenta colar unos daños que nada tienen que ver: es el llamado fraude oportunista que los peritos tienen perfectamente asumido en las pólizas multirriesgo y automóvil.

Hoy se asegura todo. Los empresarios con negocios en el mercado internacional con viajes a "países de riesgo" popularizaron y sistematizaron el seguro de secuestros. En realidad, es un pago para que una compañía especializada te saque del apuro si caes en manos de los extorsionadores. Da la sensación de que este asunto se lleva con alguna generosidad institucional porque ni los raptores emiten factura ni jurídicamente puede colaborarse con el delito por el efecto llamada. El viejo dilema.

Tras una sencilla búsqueda en Google leo en los prospectos de una aseguradora que reembolsa el rescate en caso de secuestro y "trabaja exclusivamente con asesores expertos en respuestas ante situaciones de crisis". Un buen eufemismo. Otra compañía garantiza la "solución completa" (¿Rambo?) incluyendo en la cobertura el apoyo de "Consultores de respuesta (ilimitados)". Tres palabras curiosas que todos leemos entre líneas imaginando al Sr. Lobo presentándose: "¡Hola! Resuelvo problemas". Muchos de nuestros compatriotas, directivos o simples empleados de multinacionales, cubren esa eventualidad en países como Ecuador, Colombia, Venezuela o Panamá. Con estos mimbres, parece algo angelical el británico de mi serie intentando engañar a una compañía aseguradora.

Otra de las zonas oscuras de los seguros "al límite" cubren los ciberataques, cuando son una variante del secuestro, en este caso de datos. El ciberdelincuente accede y copia (primero) y encripta (después) las bases de datos de una empresa que se enfrenta a pérdidas millonarias por la difusión de información sensible relativa a sus clientes. Eso sin mencionar lo que ahora llamamos riesgo reputacional. Otro gran daño es la simple parálisis de las operaciones cotidianas. Imagínese al contable diciéndole a la Agencia Tributaria (siempre sale Hacienda, en efecto) que no puede ingresar el IVA por un ciberataque. Lo cierto es que muchas compañías deciden afrontar el rescate a través de la aseguradora. Corroboro con un discreto amigo asesor fiscal que dos de cada tres pymes atacadas pagan con un desembolso medio de 20.000 euros.

"Nosotros no pagamos chantajes". Tampoco preguntamos a la aseguradora cómo ha conseguido recuperar el control de los ordenadores. Otra vez la vieja polémica. Por supuesto el sector público ni por asomo entra en estos juegos, pero a veces el destrozo es tan grande que importantes ciudades norteamericanas han preferido pagar. Imagino al alcalde declarando "nosotros nunca, nuestra aseguradora lo ha resuelto".

No deja de sorprenderme la naturalidad con que se reconoce en los documentos oficiales que los servicios secretos rusos están detrás, directa o indirectamente, de los ataques más destructivos en materia informática. El ciberespacio se ha convertido en el quinto escenario de las operaciones militares: tierra, mar, aire, espacio y... "ciberespacio". Así, el Informe del Ministerio de Defensa y su documento "Ciberamenazas y tendencias 2023", página 13 y siguientes, donde señala varios grupos delictivos de ese país cuyos nombres omito por si hay ropa tendida. Como reza un proverbio brasileño: Seguro murió de viejo mais Desconfiado fue a su entierro.

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