Asturias y los asturianos

Historias ferroviarias

Aprovechar la Variante de Pajares

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Javier Junceda

Javier Junceda

Josep Pla escogía siempre el transporte más lento para viajar. Los desplazamientos se hacían en su época para peregrinar a Lourdes, irse de luna de miel y por negocios. Los que nos limitábamos a circular en verano por la ruta de la seda hacia el Occidente de Asturias, encontrábamos también en el premioso ferrocarril de vía estrecha la cura a nuestros mareos. El autobús era un tormento aún peor que el coche familiar, y de hecho aún están en paradero desconocido pasajeros que escaparon de ese tormento monte arriba. ¡Quién fuera vaca!, suspirábamos vomitando desde la ventanilla al ver al ganado pastar plácidamente en la orilla.

Aunque al compás del chacachá tardabas una eternidad, no tenías urgencia en apagar incendio alguno. La vida moderna se ha empapado de emergencias que no lo son, y por eso precisamos trasladarnos a una velocidad de vértigo pese a que antes y después perdamos el tiempo miserablemente. Preferimos la inmediatez a disfrutar de un paisaje de ensueño, igual que hemos abandonado la primorosa cuchara para entregarnos a la comida basura.

Aquellos recorridos ferroviarios sin mirar al reloj contaban con algunos compensadores de la demora. El peculiar agujero del retrete con vistas a la vía o las caras de los que entraban en el vagón contrarrestaban cualquier exasperante retraso. Eran años sin teléfonos móviles, lo que permitía echar a volar la imaginación sobre nuestros compañeros de trayecto, tantas veces envueltos en truculentas historias fabricadas por el aburrimiento.

Frente a este bucólico panorama, insistimos hoy en recortar la duración de los viajes, haciendo pasar por ese aro la bondad mayor o menor del medio elegido. Esa cuestión resulta crucial para los que precisan estar a una hora determinada en un lugar concreto, a los que debiera brindarse fórmulas capaces de permitirlo. Pero, para el resto de usuarios, no tengo tan claro que veinte minutos arriba o abajo resulten decisivos, pese a la ansiedad generalizada que nos invade. Los que por motivos de trabajo hemos tenido que desplazarnos con asiduidad, conocemos además las frecuencias que funcionan con agilidad y las que no, y estas suelen coincidir con horarios en los que se viaja por puro placer.

"Hay dos tipos de locos, los que se creen Napoleón y los que piensan que la red ferroviaria italiana tiene solución", afirmó el siete veces primer ministro Andreotti. El caso español no es parangonable, pero está generando parecidos dilemas, como el que cuestiona si una línea férrea de alta velocidad sirve para atraer a gente a un territorio, o más bien para propiciar la marcha a la metrópoli del que ya reside en él. La respuesta no parece encontrarse en las multimillonarias infraestructuras o en las sofisticadas locomotoras, sino en las reales capacidades de atracción que se sepa ofrecer al que llega, en términos de oportunidades económicas o laborales, así como de facilidades para radicar en una zona.

Nuestra idiosincrasia, naturaleza, cultura o gastronomía, pueden servir como interesante reclamo al que viene, pero son del todo insuficientes para que se quede. Si de verdad queremos aprovechar las posibilidades que nos brindan esos recursos y nuestras privilegiadas condiciones climáticas deberemos congeniarlas con medidas amables a la inversión, a la iniciativa empresarial o a la simple actividad productiva, con una fiscalidad acorde a ese objetivo. Como es obvio, no hemos destinado tantísimos cuartos a horadar la cordillera solo para fomentar los paseos a León a tomar el vermú o para recibir a madrileños que vienen a comer fabada y retornan a su casa a hacer la digestión.

Digámoslo sin rodeos: o proponemos horizontes atractivos a los que queremos traer aquí, o la variante de Pajares acabará convirtiendo a la capital de España en el mayor concejo asturiano, haciéndonos perder un tren al que nos ha costado Dios y ayuda subirnos.

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