Un pingüino en mi ascensor

Sucesos extraños en la región de los líos

Francisco García

Francisco García

Aquella semana de primeros de febrero de 2024, el noticiero llenó sus páginas de fenómenos extraños. La gente se encerraba en abandonados pozos carboníferos para estudiar la habitabilidad de la luna, de tal manera que la empresa estatal minera llegó a un acuerdo con la agencia espacial estadounidense, que la acogió como filial a cambio de renombrarse. Y así Hunosa pasó a ser Hunasa. La sorprendente gestión la hizo el nuevo presidente de lo que queda de la minería pública, gestor de reconocida trayectoria interestelar, ya que en sus tiempos de consejero autonómico solía estar a la luna de Valencia.

Aparecieron aves extrañas en las playas, tal que parecían pingüinos bipolares pues se hallaban fuera de lugar y fuera de sí. Finalmente resultaron ser araos, unos pájaros en peligro de extinción que como su propio nombre indica solían llevarse bien con los agricultores. Los mismos que esa semana cambiaron de trabajo -a la fuerza ahorcan- y comenzaron a emplearse como agentes comerciales de John Deere, convirtiendo calles principales de capitales de provincia en concesionarios al aire libre de impecables tractores.

Los trenes, que iban a ser más rápidos, comenzaron a retrasarse. Las autoridades prometieron convoyes más ligeros que iban a llegar en marzo, pero se demoraron hasta Avril. Algún político avispado declaró que los retrasos eran “puntuales”, lo cual supone una “contradictio in terminis”. ¿Cómo va a ser puntual la impuntualidad?

Para mas inri, al musculoso y legendario caudillo lo emplumaron y disfrazaron de María Jiménez. Los árbitros empezaron a mostrar tarjetas azules y el colectivo LGTBI reclamó que las hubiera también arco iris.

Tan enrarecido estaba el ambiente, que el presidente de la región decidió sumarse al guirigay planeando un cambio de gobierno que duró dos telediarios. Esta mañana, al salir de casa, había un pingüino en mi ascensor que ufano silbaba esta melodía: “No sé lo que me pasa últimamente, no dejo de espiar a la vecina de enfrente”. ¡Viva el antroxu!

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