Opinión

Víctor García Oviedo

Un arquitecto de método

El legado de un urbanista integral que no deja escuela ni discípulos

"No siempre está en mano del hombre el coordinar sus ideas y formar con ellas una obra arreglada, como principio, medio y fin"

Mariano José de Larra (1809-1837).

Ramón Fernández-Rañada, como el resto de sus compañeros, se encuentra –para su práctica profesional– en un periodo histórico de revisión: se ha roto con la tradición y con la arquitectura moderna. Aparece la posmodernidad. Los arquitectos y la arquitectura no disponen de un método; pero, en periodos anteriores, al menos, tenían autonomía y reconocimiento social. Pues bien, en el contexto actual, la triada de saberes propios de la profesión –"saber" (disciplina), "saber hacer" (técnica) y "saber que sabe hacer" (cultura)– ha sido el "ecosistema" de un arquitecto cómo Ramón. Un arquitecto que se dedicaba al urbanismo, pero que en lo que se hubiese implicado lo habría hecho bien, muy bien. Aquí me viene las palabras sobre el Cid: "¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor!". Pero Ramón defendía, por pura defensa instrumental, el compromiso, desde el despotismo ilustrado: "No tengo porque dar explicaciones".

Los vacíos disciplinares, técnicos y culturales los cubría Ramón con su trabajo. Y, en vez de dedicarse a la enseñanza, hacía como los jueces: las memorias de los planes eran, a veces, mucho más interesantes que el propio plan. Porque aunaba el planeamiento –instrumento jurídico– con el físico, el urbanismo. Algo que se echa a faltar en los planes actuales, en los que la predominancia de la seguridad jurídica deja de lado la morfología urbana, la imagen y los paisajes. El urbanismo para él era integral y no estaba en discusión. Daba "liebre por gato", como decía el arquitecto Alejandro de la Sota.

El proceso degenerativo de la profesión, a Ramón, le cambió la forma de vida. Y, ante esta situación, se blindó huyendo hacia adentro. Encapsulándose, como se dice ahora. El tiempo era sagrado... batiendo marcas mundiales. ¡Un café con él duraba treinta segundos! Y, lo que es mas importante, estaba continuamente abriendo vías de conocimiento y especializándose en metodologías para encuestas, aportando datos sobre explosivos para ayudar al esclarecimiento del 11-M, cómo conseguir acabar con ETA diagnosticándola a fondo... Porque Ramón no solo sabía de todo; es que necesitaba darle salida a todo lo que su cabeza creaba permanentemente. ¿Era feliz? ¡Yo qué sé! Lo que sí sé es que el sentido del deber estaba por encima de cualquier afecto. Es más, incluso tensionando las relaciones personales hasta límites insospechados, lo que te hacía dudar de los compromisos de amistad. La profesión, en ningún caso, se negociaba.

La individualidad de Ramón le llevó al ostracismo. Y esto, como dirían en mi pueblo: "Andar en cuadrilla no estaba entre sus prioridades" y le obligaba a ver las cosas desde una mirada única, con sus únicas referencias. Es más, para muchos de su mundo profesional, les producía ambivalencias: por un lado nadie le discutía sus conocimientos; por el otro, otros muchos, sobre todo la clase política, entendía que les debía pleitesía, algo que no aceptaba y, menos, si entraba en contradicción con sus conclusiones y propuestas. Si lo querían, bien; si no, también.

Por eso, lo que hizo tiene tanto mérito y hay un ejemplo que lo transciende y define: el POLA (protección de la costa asturiana). Lo mejor que define este trabajo es que era el único que podía hacerlo. Pero tuvo presiones desde todas las partes.

Vivió, Ramón, la contradicción de trabajos individuales en equipos multidisciplinares, que no dejan de ser la suma de partes. Entendía que era imposible y él lo hacía todo, para bien o para mal. Pero lo que no ha podido es hacerse a la idea que se tenía que "batirse el cobre" con multitud de sectoriales: patrimonio, costas, CHC, carreteras... hasta llegar a ochenta y seis, y sin olvidarse de las administraciones en general. Mas allá del número, el problema está en la segmentación administrativa, que sólo le interesa lo suyo, y unas cortan los brazos, otras las piernas y el resto hasta la cabeza de los planes. Con lo cual, el plan, los planes, se van a la balda. Y, si no, en última instancia, aparecen los tribunales, que por una parte "no significativa" del plan lo anulan en su totalidad. Algo que, por cierto, nunca le paso a él porque blindaba sus planes como nadie.

Ramón no ha creado escuela ni tiene discípulos. Nos tiene a una serie de colegas que somos capaces de poder aprender de su obra: entre lo que es una práctica profesional o no; entre la arquitectura y el urbanismo; entre los contenidos de los planes y los proyectos: entre las ideas y las ocurrencias; entre lo inmediato y lo estructural... Vamos, ante el objeto de nuestra profesión: construir la ciudad, que los diferenciaba de aquellos que sólo querían construir su patrimonio personal.

Asturias tiene una deuda contraída con un arquitecto urbanista al que debe rendir un homenaje. Se lo ha merecido en vida y, al no ser posible, procede que se le haga cuanto antes.

Ramón, deja de darle vueltas la cabeza y descansa en paz, que bien merecido lo tienes.

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