Opinión

Convénceme para que me quede

Un mal sainete del presidente del Gobierno

Termine como termine, todo este número del hombre sensible tiene, por más que se disimule, un tufo a capricho que espanta y, lejos de ennoblecer y humanizar la política, la rebaja hasta convertirla en un magazine, "Dimíteme deluxe". La vida en directo, "no lloréis, que me voy a casar con ella". Puro estómago, poco cerebro.

Ya que hablamos de sentimientos de Estado, dejadme que os pregunte algo: ¿os imagináis que vuestra pareja os dijera en un arranque de narcisismo adolescente que se pira cinco días a Ibiza a pensar porque no sabe si lo vuestro merece la pena?

Claro que hay muchas respuestas posibles a esa pregunta, pero, resumidas, dos son obvias:

–Entiendo… piénsatelo y cuando lo decidas, a ver qué he decidido yo, que no te veo muy a la altura.

–Amor mío ¡claro que vale la pena! No me dejes. Lo que necesites, haré lo sea, mi bien.

El liderazgo político y el amor tienen una cosa en común y es que ambos tienen mucho que ver con cierto modo de admiración. Sin embargo, cuando esa admiración es utilizada por el par para establecer una relación de superioridad se convierte en chantaje: mal.

Cuando estás dispuesto a tragarte seis horas de autobús para adular a un líder que no hará el favor de encarnarse ante sus compañeros, estás dispuesto a renunciar a la crítica, y no me refiero a la de los "medios fachas", que haberlos hailos, me refiero a la del militante de base o del votante que sabe leer.

Uno puede desenamorarse, puede decidir que ya ha tenido bastante. Entonces debe irse, tratando de no hacer daño, sin depositar en el otro, sujeto o sociedad, la responsabilidad de su decisión. Se permite, aunque es de poca categoría, echarle la culpa al otro. Fin. La vida sigue, volverás a querer, vendrá otro presidente, seguramente socialista.

Está bien cuestionarse. Está bien, de vez en cuando, preguntarse si uno está donde quiere estar. Está mal amenazar para lograr adhesiones y anular cualquier capacidad crítica. En las relaciones y en el gobierno esa actitud sólo busca acaparar poder, es tóxica.

En mi opinión, lejos de demostrar vulnerabilidad para generar empatía, nuestro queridísimo presidente está estableciendo con su comunidad una relación tóxica. Si se queda, nuestra relación presidencial se habrá convertido en un chantaje que nos llevará a aceptar casi cualquier cosa para, como cantaba Dalida "pour ne pas vivre seul". Si se va, habrá que hacer terapia colectiva para evitar un sentimiento manipulador de culpa bien macizado por Ángeles y Silvia, Maruja y Rosa, Pedro y Jorge Javier.

Estamos viviendo un cabildo abierto, como aquel organizado por la CGT, en el que los descamisados trataban de forzar que Evita fuera vicepresidenta de Perón. Por si sirve de algo, y desgraciadamente el peronismo es, últimamente, un guion de consultas, Evita, obligada y entre lágrimas, renunció.

Algo así, con o sin renunciamiento oiremos el lunes: "No haré nada que sirva para alimentar el odio de los resentidos, de los que no aceptan la nueva Argentina de Perón", todo está escrito. Pero mantened el ánimo, compañeros, cierto es que la pobre Evita, no mucho después, pasó a la inmortalidad, pero volvió para ser millones.

Muy mal todo este sainete. Muy mal.

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