Opinión
Elecciones con doble trasfondo
El referéndum de independencia y la continuidad de Pedro Sánchez, los dos asuntos en el aire tras las elecciones catalanas
Los catalanes votan hoy bajo el signo de una incertidumbre total a la que nada escapa, ni la participación, ni el número y el resultado de cada uno de los partidos que ocuparán al menos un escaño, ni la configuración de una mayoría parlamentaria independentista o de izquierdas, ni la composición del próximo gobierno autonómico. Tan incierto se presenta el panorama que ni siquiera se puede descartar la sorpresa mayúscula que supondría una victoria contra pronóstico de Junts sobre el PSC. La encuesta que está prohibido difundir en España y sin embargo se publica en Australia, mantenía ayer una ventaja insalvable de los socialistas en porcentaje de votos, pero traducida a escaños la reducía a la mínima expresión. El prorrateo electoral sobrevalora en Cataluña al voto del interior, donde Junts es más fuerte, en detrimento del voto metropolitano de Barcelona, donde lo es el PSC. Es por esta incertidumbre que los candidatos han extremado la prudencia a la hora de fijar expectativas. Solo Puigdemont y, en un tono más suave, Illa han tenido el arrojo de marcar su objetivo, poniendo el listón en la presidencia de la Generalitat.
La elección de los diputados del parlamento catalán es directa, pero en esta ocasión es necesario tener presente que la del jefe del Gobierno autonómico corresponde a los diputados elegidos, no a los electores. Por tanto, la responsabilidad queda en manos de los grupos parlamentarios, que es como decir que serán los partidos los que en última instancia tendrán que tomar una decisión. El hecho adquiere mayor relieve con un parlamento muy fragmentado, como el que se espera que vaya a salir de las urnas. Los vetos planteados por los candidatos permiten descartar algunas opciones, pero dejan la puerta abierta a otras sin comprometerles con ninguna en particular. De ahí que la campaña haya transcurrido de principio a fin amenizada por todo tipo de hipótesis, combinaciones y cábalas.
Para la mayoría de los votantes son unas elecciones catalanas. Esa mayoría votará con la presunción de que la distribución de los escaños entre los partidos no determinará, pero sí condicionará, la orientación de su gobierno autonómico. Pero los electores catalanes, lo mismo que el resto de los españoles, esta vez espectadores de excepción, son plenamente conscientes de la influencia que las elecciones de hoy tienen en dos asuntos que demandan una resolución urgente. Uno es la independencia de Cataluña. Con su voto, los catalanes expresarán su intención de abandonar la idea, aunque solo sea por un tiempo, o de insistir en la celebración de un referéndum. Illa representa la actitud de pasar la página del procés, y Puigdemont, pero también ERC, la CUP y AC, la de persistir en el ejercicio del derecho de autodeterminación. En cualquier caso, cabe desear que el resultado electoral ponga fin al juego de la ambigüedad que se viene practicando en este punto.
El otro asunto es el gobierno de Pedro Sánchez. Afecta gravemente a todos los españoles, no solo a los catalanes. El Ejecutivo tiene la legitimidad que le ofrece la mayoría parlamentaria que lo sustenta, pero es débil y está en un trance difícil. Dependiendo del gobierno que se forme en Cataluña, su situación podría despejarse o volverse más complicada. Pero no está claro qué fórmula de gobierno catalán le puede convenir más. En principio, parece evidente que con un gobierno de izquierdas presidido por Illa debería ganar en capacidad de acción y estabilidad. Sin embargo, eso podría precipitar la ruptura de Junts, que se ha resistido desde el inicio de la legislatura a introducir los dos pies dentro de la mayoría parlamentaria, a pesar de haber apoyado a Pedro Sánchez. La hipótesis de un gobierno catalán de partidos independentistas es, aparentemente, la más temible para Moncloa. Y, paradójicamente, aunque es seguro que sometería al Ejecutivo español a un duro chantaje permanente, no es descabellado pensar que quizá sea el único arreglo posible para garantizar su continuidad.
Todas las posibilidades que encierran las elecciones catalanas, al final, desembocan por uno u otro conducto en Puigdemont. Es el único candidato que se lo juega todo a una carta, la de ser presidente de la Generalitat. Un pacto del PSC con ERC lo expulsaría de la vida política. Es tentador, pero conlleva el enorme peligro de que Junts responda pasando con armas y bagajes a la oposición. De confirmar la segunda posición que le auguran las encuestas, Puigdemont elevará la presión sobre Pedro Sánchez, que se vería en el brete de relegar a Illa o perder un apoyo esencial para la legislatura. Lo primero alargaría la presencia política de Puigdemont, habría que ver si más conciliador o irredento, y lo segundo abocaría a un final de legislatura abrupto o plagado de accidentes provocados. Volvemos, pues, al punto de partida. La política española se dirime desde julio entre las exigencias de Puigdemont y las concesiones de Pedro Sánchez. Ambos deben ir con cuidado: a Puigdemont no le interesa la caída de Pedro Sánchez y a Pedro Sánchez le interesa que Puigdemont no huya de la posición que le facilitó la investidura. Condenados a luchar y pactar. Un duelo memorable.
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