Opinión | El pasado del presente

El color y el calor de las banderas

El significado asturiano del 25 de mayo que se celebra mañana

La bandera de Asturias ondea delante de la basílica de Covadonga.

La bandera de Asturias ondea delante de la basílica de Covadonga. / Luisma Murias

Las entidades territoriales a las que el discurrir histórico común ha dotado de hitos que son referentes compartidos suelen recurrir a ellos para afianzar el sentido de pertenencia del conjunto. Entre los que Asturias tiene como queridos están el lejano y mítico de Covadonga y Pelayo que por encima de creencias y pasiones es de todos. Más cercano, aunque hayan pasado 216 años, es el 25 de mayo de 1808, cuando la histórica Junta General se rebeló contra la ocupación napoleónica y asumió la soberanía en ausencia del rey mutando en revolucionaria. Asturias, en aquella contienda, luego llamada de la Independencia, fue pionera en internacionalizar el conflicto y después en el desarrollo de la primera Constitución Española. Un tiempo de cambio, de revolución en medio de una guerra; un atrevido salto hacia adelante.

Coincide en nuestra tierra este 2024 el desfile de las Fuerzas Armadas, habitualmente un sábado próximo a la festividad de San Fernando, uno de los patronos del ejército, con el 25 de mayo asturiano. En este día la bandera nacional es, como en cada desfile, protagonista principal junto con hombres y armas. Curiosa coincidencia de celebración, patria chica y patria grande, ambas inclusivas.

Tras el diseño del Estado español con la Constitución de 1978 en comunidades autónomas, 17 más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, cada una sacó de la historia con diseño expreso o heredado su bandera. Porque, aunque a veces lo queramos ignorar, los símbolos nos importan, se aprobaron las leyes que los regulan; y todas tienen las suyas. La que cuenta con un soporte documental de indudable interés es la de Asturias, por otro lado la más atípica de todas, la de más antiguo anclaje escrito. La "Carta de Jovellanos al marqués de Camposagrado sobre el blasón que deben pintar en sus banderas el Regimiento de Nobles de Asturias" de 1794, hace 230 años, es de un gran valor para fijar lo que nos identifican. Un color azul, como el cielo astur infrecuente que acompañara a la victoria de Pelayo en la legendaria batalla, y una Cruz medieval, escudo protector y victorioso, conforman la enseña regional. Y, como es en los momentos de dificultad cuando se estabilizan los emblemas, el 25 de mayo de 1808 se ha querido ver como el principio de la consolidación de aquella divisa que fue cobrando relevancia representativa con el tiempo. Procedente del texto del ilustrado es el escudo cuya ley autonómica ha cumplido hace unos días 40 años y pronto la bandera legislada en 1990, querida mucho antes, cumplirá 34. Son ya símbolos maduros.

Las banderolas de identidad nacieron en la antigüedad como distintivo de los ejércitos, antes incluso que los uniformes. Eran rígidas y pesadas, o con insignias de metal y por lo tanto tenían más de estandartes, como los que encabezaban las divisiones de las legiones romanas. Dicen que los primeros en disponer de telas que pudieran ondear al viento por su ligereza fueron los chinos aprovechando su destreza en la elaboración de sedas siglos antes de Cristo. A partir del periodo medieval el tejido delicado de Extremo Oriente se conoció en occidente y quienes podían comenzaron a elaborar así sus pendones a menudo con los escudos de armas del rey o señor que mandaba las tropas. Evidentemente no representaban a una comunidad de ciudadanos soberanos sino a un territorio bajo control señorial o regio. Las banderas en el sentido actual comienzan a partir de la Ilustración con la quiebra del absolutismo y más aún con la soberanía nacional en naciones de individuos libres en la formación de los Estados liberales del siglo XIX. En ellos ya son de todos los miembros de la comunidad nacional.

El origen de cada una de las banderas es muy diferente y está imbricado en su historia. Algunas nos resultan familiares precisamente porque acontecimientos relevantes las han popularizado. Así la francesa supuso la ruptura con el antiguo régimen tras la revolución de 1789; la danesa, que se precia de su antigüedad (s. XIII) en cuanto al color y el diseño, fue muchos siglos marca señorial; la italiana, inspirada en la francesa, se hizo general con la unificación territorial; la británica, o Union Jack, combina las cruces de los patronos de Inglaterra, Escocia e Irlanda. USA incorporó estrellas a sus trece barras de las colonias a medida que fue ampliando la federación. Algunos países idearon las suyas tras los movimientos de independencia de las metrópolis para romper con su pasado colonial. El fin de la Unión Soviética hizo surgir al menos varios nuevos países, cada uno orgulloso de su nueva divisa; lo vemos con la de Ucrania acosada. La española, roja y gualda, tan permanente, procede del estandarte que Carlos III eligió para distinguir a los buques de la armada en alta mar en 1785 y su uso se consolidó en la guerra de la Independencia, siendo en 1843 cuando un real decreto unificó todas las enseñas para representar al Reino de España. La actual, con el escudo nacional, es ley desde 1981, contando con respaldo mayoritario, y contempla la exhibición junto a ella de la de las comunidades autónomas pero "la bandera de España ocupará lugar preeminente y de máximo honor".

Hasta los más declarados adversarios del credo patriota festejan con algarabía los triunfos de sus grupos preferidos, las conquistas de los países amigos o se identifican con las causas más variopintas envueltos en banderas; y cuando quieren escenificar una ofensa evidente ultrajan la del "enemigo" temporal o del rival eterno. Si la fatiga, el desánimo o el miedo atenazan el cuerpo nada arropa más que la bandera que queremos. Se recogen de los campos de batalla. Cubren los féretros de los soldados caídos. Se asoman a las ventanas en ocasiones múltiples. Cuando el éxito acompaña al esfuerzo nada sirve para demostrar el contento tanto como el calor emocional de una bandera.

Hemos de ser conscientes de que, como dice un gran historiador: "la selección de los hitos históricos se realiza para apoyar la definición de una identidad colectiva". Para no errar los hechos han de ser ciertos y estudiados. Daba Jovellanos, a propósito de la historia y la enseñanza, grandes consejos que bueno es repetir una y otra vez:

"No nos olvidemos de lo que fuimos ni dudemos de lo que somos.

Lo que importa es perfeccionar la educación y mejorar la instrucción pública; con ello no habrá preocupación que no caiga; error que no desaparezca; mejora que no se facilite".

["Carta de Jovellanos al marqués de Camposagrado sobre el blasón que deben pintar en sus banderas el Regimiento de Nobles de Asturias" de 1794. Web de la Junta General del Principado de Asturias (acceso libre)]

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