Opinión | Un millón

Taylor Swift y su efecto

Fui a ver algo nuevo y no lo hallé en Taylor Swift, mohín molón, sobacos victoriosos, besos en los bíceps, bañador de brillos, muslos refulgentes y postura de Wonderwoman, haciendo oleaje con el estadio SoFi de Los Angeles como Tormenta de X-Men. Canciones que hablan de sueños, mensajes que masajean el empoderamiento universal, bálsamo para la obrera agotada y para la Barbie ociosa, guitarrismos Swarovski desproporcionados al ritmo, piano de la Cosa del Pantano vertical y cambios de vestuario fantasía a velocidad de ilusionista. Sus manos hacen el corazón, dan golpecitos de pechoamor, su índice dispara un "tú" a miles de egos, delante de la coreografía diversa y multirracial del ballet de sonrientes, debajo de lo último en imágenes 3D para espectáculos en vivo, de millones de puntos led.

La reina del pop avanza con paso equino de escuela española de Viena, ahora púber, ahora malota, ahora novia de volantes en un campo de nubes, ahora heroína de zapato bajo, luego poligonera de boutique, sin fallar una nota ni gastar esa voz porque Taylor Swift es un ser escénico muy capacitado que hace sentir al público que todo está bien cuando estás a medio kilómetro de la estrella.

–Compré la entrada hace un año para tener este recuerdo en el futuro.

No hay nada nuevo, pero sí la suma de todo lo que complace. Lo nuevo es el público, que se renueva en cada promoción y llega con el entusiasmo emocional, el barullo hormonal y el punto de ebullición más rápido porque el cambio climático trae un incendio de quinta generación en las redes y en los medios y Taylor Swift no solo canta sino que te saca de una depresión, te hace sentir su amiga, se pesa en millones de dólares, aporta el 0,37% del crecimiento nominal del PIB de Estados Unidos, da retorno en hoteles y pizzerías, decantará las elecciones entre Biden y Trump, curará leprosos, los ciegos verán y resucitarán los muertos.

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