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La historia del canadiense que llegó en bicicleta y lesionado a Picos de Europa, se quedó a vivir y ahora cuida vacas

Tyrone Mactley llegó herido a Arenas hace siete años, los vecinos le dieron cobijo y prados, los ganaderos le enseñaron el oficio en el monte y ya nunca se fue: en febrero venderá el primer lote de carne de su propia ganadería

El canadiense que se quedó a vivir en Picos

Hace 7 años, Tyrone Mactley, canadiense de nacimiento, de madre suiza de origen español y padre irlandés, paró, casi por casualidad, en Arenas de Cabrales. Llevaba ya un tiempo recorriendo España en bicicleta, prácticamente con lo puesto, y se había lesionado en una pierna. Iba a quedarse lo justo para recuperarse. Pero los vecinos le acogieron. Le ayudaron. Primero le dejaron utilizar una antigua cuadra para dormir. Después ya encontraron una casa algo más adecuada. Decidió que hasta su marcha podía dar clases de inglés a los escolares del concejo. Fue conociendo gente. Subía al monte con los pastores. Le enseñaron su forma de vida. Y se enamoró de ella. Y del paisaje. Y del modo de entender la propia existencia, en respetuosa armonía con el medio que procura el sustento. Pensó que tal vez había encontrado su lugar en el mundo. Le prestaron unas fincas y ya nunca se fue: montó su propia ganadería, que lleva por nombre Caoru y que a principios de año saca al mercado su primera producción de carne ecológica, con varios sellos de calidad.

“Venía en bicicleta. Llegué a Arenas y paré. Me había lesionado una pierna. Tenía ganas además de hacer un alto en el camino. Conocí a una gente que me dejó alojarme en una cuadra al principio y luego ya encontré una casa adecuada. Pensé que estaría bien quedarme para descansar y recuperarme. Y pegué unos carteles de clases de inglés para ganarme un poco la vida. Funcionó muy bien y me empezaron a llamar padres de muchos niños del colegio. No tenía tampoco una intención definida sobre cuánto quedarme. Pero al cabo de los meses fui conociendo, poco a poco, a muchas personas. Sobre todo pastores, gente de la zona que vivía de la ganadería, un tema desconocido para mí, pero que siempre me había gustado. Y les fui acompañando al monte y viendo todo lo que hay aquí. Yo he estado en muchos sitios del mundo, pero esto es extraordinario. Creo que, a veces, en Asturias, no se aprecia lo suficiente todo lo que se tiene. Me impresionó. Me parecíó una maravilla. Y me acogieron muy bien. La verdad es que he tenido mucha suerte: la gente me ha tratado pero que muy bien. Me fui enamorando del lugar y ya son siete años: tengo pareja, casa y la ganadería. Me he establecido y no me voy a ir”, explica Tyrone Mactley, de 39 años.

El idioma no fue un problema. Su madre es hija de emigrantes españoles a Suiza. Habla la lengua a la perfección, sin ningún tipo de acento. Cuenta que a España ya venía desde pequeño, y que su vida transcurrió un poco a caballo entre los países de origen de sus progenitores. En Irlanda, el del padre, también pasó temporadas. Y en Barcelona, donde hizo dos máster relacionados con la literatura, trabajaba en un hotel cuando decidió abandonarlo todo y coger la bicicleta para aventurarse en busca de otras alternativas de vida.

“Trabajaba en una recepción de un hotel. Tenía un buen sueldo para lo que es una ciudad. Pero no me acababa de convencer ese tipo de vida. Y un día simplemente junté lo poco ahorrado que tenía, cogí una bicicleta, con una guitarra y vendiendo pulseras, iba de refugio en refugio… No tenía muchas pretensiones, solo quería desconectar, cambiar un poco la forma de pensar, ver alternativas. No me gustaba la vida que estaba viviendo y quería encontrar otra forma de hacer las cosas. Y llegué a Arenas”, cuenta.

Cuando recaló en la localidad cabraliega ya llevaba unos tres años subido en la bicicleta, conociendo y explorando. El lugar, sus gentes y su modo de vida acabaron por ser la respuesta que buscaba. Aún explica con emoción algunas de las cosas que ha hallado: “Aquí hay una cosa que no hay en otros sitios y es la tradición. Aunque es verdad que en cierto modo está pasando un mal momento, no se ha perdido. Hay un enlace del que todavía puedes aprender, los abuelos que se dedicaron a esto toda la vida y te enseñan. Uno puede aprender de ellos si quiere y eso está aún muy vivo”.

Poco a poco, señala, “algún amigo” le animó a dar el paso definitivo. “Me dijeron que por qué no lo intentaba, con lo que me gustaba… Y bueno, otros vecinos más mayores me prestaron praos, cuadras y me puse a limpiarlos y a arreglarlos. Y dije, pues venga, compro unas vacas”.

Dicho y hecho. Tiene 11 vacas nodrizas, seis quedan para la recría y cinco xatos son los que, en febrero o marzo de 2021, darán lugar a la primera producción de carne que salga de la ganadería Caoru. El lote tendrá todos los sellos necesarios para hacerlo “único”, explica. “Carne de casin, Ternera Asturiana , el sello de productu d’equi y el nuestro DeCasa, que sin ser un sello oficial lo queremos dar a conocer porque es el que más ilusión nos hace”, añade.

"Conocí a una gente que me dejó alojarme en una cuadra al principio y luego ya encontré una casa adecuada. Pensé que estaría bien quedarme para descansar y recuperarme. Y pegué unos carteles de clases de inglés", recuerda

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En la crianza y comercialización del producto hay también una filosofía de vida. “Son animales de casa de toda la vida, criados como lo hacían y aún hacen los paisanos en los pueblos asturianos para su consumo familiar, cebando y cuidando los animales como si fuera para nosotros mismos, y esto es lo que queremos llevar a la mesa, ese sabor de toda la vida. Criados en libertad los primeros seis meses de vida, aprovechando de sus madres la leche que pastan en los puertos de alta montaña. Cebados con hierba segada por nosotros en el entorno de los Picos de Europa en primavera y verano, guardados en la cuadra durante el frío invierno para enternecer la carne y rematado con el sabor único que da el maíz autóctono. Con los suplementos mínimos e imprescindibles para el bienestar del animal. Estamos empezando y nos queda mucho por aprender, pero este es el camino que hemos elegido: poner en la mesa carne de verdad, criada por nosotros hasta el final, conociendo y mimando cada animal hasta su último día, asegurando una crianza extraordinaria, no solo en calidad, también en bienestar, y que esa carne tenga el mismo sabor que la que cría cualquier paisano para sí mismo”.

Caoru, la gran aventura del canadiense que se hizo pastor en los Picos de Europa

Habrá un pedido mínimo, que también tendrá su razón de ser. Será un octavo de canal, entre entre 14 y 16 kilos. “Así el consumidor tendrá una variedad de todos los cortes de la carne. Pero es también un tema de principios. Tenemos que volver un poquito a ver las cosas como eran, más sostenibles, y un animal da para muchas recetas distintas y variadas, que la gente no usa porque solo ponemos un filete en la plancha. Y hay estofados, guisados, redondos… Y me parece muy interesante que se recupere eso, porque hay que saber utilizar un animal entero. No podemos simplemente desechar lo que no sabemos consumir”, explica. Los encargos se entregarán a domicilio en toda España, eso sí, sin gastos de envío siempre que sea dentro de Asturias, porque fuera los costes se disparan.

El discurrir del relato de Tyrone Mactley cuenta muchas historias dentro de una sola que empieza y acaba en Cabrales. Hasta Caoru, el nombre de la ganadería, parece de leyenda. La palabra denomina un camino del que se dice fue construido en tiempos de la guerra de los cántabros contra los romanos. Vía que por la que a finales del siglo XIX también pasaban los arrieros con sus mercancías o los cabraliegos que marchaban en busca de mejor fortuna.

A este joven canadiense no le llevó lejos sino que le trajo cerca. Él mismo lo cuenta en un “post” en redes sociales: “La antiquísima senda de Caoru, que cruza la sierra de Portudera saliendo de Arenas, es la ruta tradicional de la transhumancia característica de los Picos de Europa, gracias a la cual en verano se echan los animales a pastar en las majadas. Es sobre el inicio de esta senda donde se encuentra la sede principal de la ganadería, en la conocida como cuesta Morán. Y es en esta senda donde comenzó mi enamoramiento hacia estas montañas y su forma única de pastorear y manejar los animales siguiendo las estaciones, una forma antigua de la que aún quedan supervivientes y fuertes ecos de los pastores de antaño, ecos que no deben desaparecer en este pequeño rincón de Asturias que ocupa buena parte de mi corazón”.

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