En tu calendario taurino anual se acercaba la Feria de León cuando el sorteo de la vida te asignó en tu lote el peor de los toros, el más astifino y resabiado de todos.

Lejos de dar la «espantá», asentaste las zapatillas en la arena, no perdiste el sitio y confiando en tu dominio de los terrenos te dispusiste a afrontar tu faena más importante.

Durante la Feria de Begoña y, aunque el parte médico te impedía continuar la lidia, seguiste dedicándonos sonrisas de cartel. Aún recuerdo la comida que te preparé con tus amigos de la peña sin que supieras que era un homenaje encubierto, porque nosotros no estábamos tan seguros como tú de que pudieras con el morlaco, de embestida poco clara, que te había tocado en suerte.

En septiembre nos decías, con tu optimismo innato, que la faena estaba encarrilada. Disfrutaste como siempre de la corrida de San Mateo, deseando que algún día se convirtiera en una de las ferias importantes del Norte, donde decías que por error te había tocado nacer en vez de en el Sur como correspondía a tu afición.

Te gustaste como siempre organizando las jornadas taurinas, ¡cuántos personajes de trapío conseguiste traer!... y una vez más la peña que presidiste y fundaste se llevó las mejores ovaciones por su buen hacer. Fue en ésta, tu plaza preferida, la de tus jornadas, donde el toro de la enfermedad te lanzó un gañafón a modo de pérdida de facilidad de expresión que nos hizo sufrir a los más cercanos.

Viendo que apretaba en tablas te fuiste a los medios y a todos dedicaste naturales cargados de confianza y tranquilidad, te estabas gustando a sabiendas de que pisabas terrenos comprometidos y en uno de esos lances con cadencia y profundidad te llegó la cornada que todos nos temíamos; fue certera y dañina y, aunque quisiste continuar embraguetándote con un torniquete de ilusión y optimismo, la suerte estaba echada.

Te nos fuiste a la vez que cerraba la plaza por la que tanto luchaste en tu vida, ironías del destino. Quizá no podía imaginarse sin ti y decidió despedirse contigo.

Siempre estuviste en lo más alto del escalafón, pero sería injusto no reconocerle parte del mérito, primero a tu cuadrilla, en forma de peña taurina integrada por grandes aficionados y mejores amigos a los que siempre agradeceré el apoyo recibido cuando trazabas tus últimos muletazos, y luego -y sobre todo- a la que fue tu apoderada durante cincuenta y seis años. Le tocó ver los toros desde la barrera estando siempre al quite ante cualquier percance del maestro. Gracias, mamá, te mereces la puerta grande de la generosidad.

Nos queda tu ilusión, tus ganas de vivir y tu espíritu alegre. Cada feria, cada plaza, cada alusión al mundo taurino me recordará a ti y se me hará difícil no volver a verte pululando sin parar en los callejones o discutir contigo quién ha sido el mejor torero de la tarde, pero el toro de la añoranza está en mi lote y a mí me toca lidiarlo.

Alzo la montera al cielo y te brindo estas palabras. Va por ti, maestro.

Tu hijo Ramón.