Ángel FIDALGO

María Antonia Román es una mujer de color alegre que vino desde la República Dominicana en busca de una vida mejor. Y en Asturias encontró el infierno, en forma de maltrato por parte de su pareja. «Llegué a estar muy mal». Ahora vive en la casa de acogida de Oviedo y derrocha optimismo y ganas de plantarle cara a la adversidad desde que participa en el programa «Clara» del Ayuntamiento de Oviedo, una iniciativa única en la región con la que se persigue ayudar a las mujeres a las que la vida se les puso cuesta arriba y que tienen especiales dificultades para la inserción laboral. La psicóloga Consuelo López, el hada madrina de estas mujeres, explica que en las charlas del programa «se aprende lo que nunca se enseña, la formación emocional, para que cambien de actitud, para que tengan recursos y sobre todo autoestima. Que sepan que son personas y que valen mucho, y que reflexionen sobre lo que les ha pasado y por qué».

Una decena de estas mujeres exponen a LA NUEVA ESPAÑA sus experiencias y cómo para algunas «Clara» es ahora sinónimo de vida, de ilusión, tras haberlo perdido casi todo. Como el caso de María Antonia Roman: «Aprendí a quererme como persona y, sobre todo, como mujer». Ahora hace un curso de carretillera, lo que la mantiene muy ilusionada, «yo que ni siquiera sé andar en bicicleta...».

«En la sala de espera del psiquiatra me enteré del programa. Había tenido una separación traumática, que estuvo precedida de muchas humillaciones, lo que repercutió en mi salud. Si no fuera por la ayuda que recibí no sé qué hubiera llegado a hacer», afirma una asturiana, de unos 50 años, que prefiere mantener el anonimato, y se encontró con una puerta abierta hacia la vida.

Soraya Montoya es de Avilés y tiene dos hijos. Pese a su juventud ya estuvo en muchos centros de acogida. Al primero llegó durante su primer embarazo. Se acogió al programa como un náufrago a una tabla. Logró flotar.

En «Clara» se forjan grandes lazos de amistad. Es como una tela de araña que entre todas tejen para protegerse. Si están enfermas se ayudan, igual que si tienen que ir a recoger a un niño porque el trabajo de la madre se lo impide. Saben que ya nunca volverán a estar solas. Ya están pensando en hacer una asociación que las mantenga unidas. Tienen hasta el nombre: «Sinergia fuente clara». Pero necesitan un local donde reunirse.

Ana Rosa es de Oviedo. Confiesa que anduvo por muchos sitios «totalmente perdida y aislada», sin saber a dónde dirigirse. «Tuve la suerte de llegar aquí, donde en este ambiente sacamos lo mejor que hay dentro de nosotras y donde nos mostramos tal y como somos, sin tapujos». Pero para ella, igual que para sus compeñeras, este programa no puede ser el definitivo. «Vemos que necesitamos más tiempo, una fase más, porque aquí juega mucho la magia. Nos mostramos como somos, nos desnudamos el alma. Todo esto nos prepara para salir al mundo».

Olga es la más joven, tiene sólo 20 años. Llegó al telecentro del Ayuntamiento buscando orientación laboral. Despué le llegó una anorexia que se juntó a problemas familiares. Se animó a entrar en este programa y ya es otra persona.

Genma está separada y con depresión. La emoción no le deja hablar. Cristina, ovetense, llegó con la autoestima por los suelos. Primero se dio cuenta de que existía, y después aprendió a disfrutar de la vida.

La barcelonesa Ana Comas llegó a Asturias por amor, pero ahora tiene remordimientos porque dejó a su madre, de 83 años y con parkinson. «Y a lo mejor tendría que estar con ella y no aquí, porque siempre estaba cuando la necesité. Lo dio todo por mí».

Liliya Damzen es una rusa que vino desde Moreda, donde vive, sólo para dar su testimonio sobre lo que significa «Clara». Pero la emoción no la dejó hablar. Esta mujer renunció a cursos por los que le pagaban solamente para estar en este programa, con un grupo de mujeres a las que ahora considera su familia.