Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Los funcionarios del Registro Civil de Oviedo no están en absoluto preocupados ante la posibilidad de tener que decidir qué apellido llevará un niño en el caso de que sus padres no se pongan de acuerdo. El proyecto de ley del Registro Civil, aprobado la semana pasada por la Comisión de Justicia del Congreso, incluye esa disposición, ante la que la plantilla, que atiende a los ciudadanos en la planta baja del Palacio de Justicia, ni se inmuta. En los últimos veinte años ninguno de los trabajadores ha sido testigo de una discusión ante su ventanilla por el orden de los apellidos de un bebé. «En nueve meses, ya tuvieron tiempo de discutirlo», conjetura un veterano.

«El funcionario no es nadie, actúa en nombre del juez. Cuando los registros no estén judicializados será otro asunto, pero eso ¿cuándo lo veremos?», argumenta el mismo trabajador. Precisamente es lo que se pretende con la ley en tramitación, desvincular el Registro Civil de la judicatura. Otra compañera, sentada ante el ordenador, comenta que «hace años que hay una ley que permite alterar el orden de los apellidos y aquí nunca se nos ha dado el caso. El porcentaje que lo hace no llega al 5 por ciento», una observación que secundan todos sus compañeros.

Del proyecto de ley, al que aún le queda mucho camino por andar, los funcionarios de Oviedo -ocho trabajadores en la actualidad- afirman no saber más que lo difundido por los medios de comunicación. Cuando los progenitores lleguen al Registro sin un acuerdo sobre el orden de los apellidos de su hijo se les citará en tres días, en los que tendrán que tomar una resolución; si aun así no consiguen entenderse, el funcionario responsable del Registro Civil tendrá que tomar la decisión, siempre en beneficio del niño, de modo que, por ejemplo, si una combinación de apellidos resulta malsonante deberá evitarla.

Los funcionarios de Oviedo no se han visto nunca en esa situación, jamás en lo que respecta a los apellidos y escasas veces se les han presentado parejas que no lograban ponerse de acuerdo sobre el nombre de su hijo.

Recuerdan solamente un caso, hace ya años, por lo insólito. «El padre quería llamarle Judas y la madre, con más sentido común, se negaba», cuenta una de las empleadas.