A Jorge Portillo Vega le rondaba hace tiempo por la cabeza acabar con todo para dejar de sentirse acorralado por las deudas y sus propias mentiras. Ese "todo" incluía la vida de María Isabel Márquez Uría, la mujer con la que mantenía una relación sentimental desde hace cuatro años y con la que compartía un piso de alquiler -pagado por ella- en la calle General Zuvillaga. La mantuvo engañada desde que la conoció. Apenas tenía dinero y nunca consiguió un empleo estable tras abandonar Bilbao, mudarse a Oviedo y gastarse la indemnización que recibió de un antiguo trabajo. Ella creía justo lo contrario y estaba convencida de haber encontrado a su media naranja después de pasar por un divorcio. Portillo materializó hace una semana la idea que le rondaba persistentemente. Para hacerlo se bebió "casi de golpe" un litro de vino, ignoró la medicación que controla su trastorno de la personalidad y le asestó "cinco o seis golpes" en la cabeza a su pareja con la barra de una mancuerna. Pero antes volvió a contarle mentiras. Dos para ser exactos, según se desprende de la declaración de Portillo -a la que ha tenido acceso LA NUEVA ESPAÑA- ante la titular del juzgado de violencia contra la mujer, Mónica Casado.

El jueves 5 de noviembre, María Isabel se vistió temprano para ir al banco con su novio. Le habían bloqueado una tarjeta de crédito y no sabía por qué. Era el segundo suceso extraño que le ocurría en menos de diez días porque una avería le había dejado sin luz en casa. Al menos eso es lo que él -que también se había levantado pronto para dar una vuelta- le había dicho. Le esperó en la cocina pacientemente, pero cuando llegó tuvo que volver a sentarse. Al parecer habían quedado algo más tarde en la sucursal.

Él no podía más. Isabel estaba a punto de descubrirle. Iba a saber que estaba arruinada, iba a saber que le había sacado dinero sin permiso, iba a saber que no tenía trabajo, iba a saber que les habían cortado la luz, e iba a saber que se había gastado mucho dinero en juegos de azar porque era la única forma de conseguir crédito rápido, saldar deudas y devolverle lo que le quitó en secreto.

(Curiosamente, ganó en abril 5.390 euros en la loto. Dos mil euros se los dio a su novia, a la que contó que se los había adelantado el banco, y con el resto saldó una pequeña deuda ).

Se quitó la ropa de calle y se puso algo más cómodo mientras fingía que esperaba la hora de la cita bancaria. Luego se tomó una botella de vino de un litro a espaldas de su compañera, fue al dormitorio con la excusa de vestirse de nuevo y echó agua en una esquina. Tenía claro lo que iba a ocurrir después.

Portillo llamó a su compañera alarmado porque había una fuga de agua en la pared. Isabel se arrodilló en la cama para ver mejor el lugar por el que supuestamente salía el agua y luego todo se fue a negro. Falleció a consecuencia de los golpes que su novio le asestó con la barra metálica de gimnasia que guardaba debajo de la cama y que, supuestamente, compró hace años para ejercitar los músculos.

A partir de ahí, la mentira se adueñó por completo de su existencia. Pasó dos noches en un hotel de la calle Santa Clara, se fue a tomar un vermú a una sidrería y entró y salió de su domicilio en varias ocasiones como si nada hubiera pasado. El lunes 9 de noviembre decidió quitarse de en medio. Viajó en tren y autobús a Avilés, Luanco, Candás, Perlora y Gijón con la intención de arrojarse al vacío, pero no pudo hacerlo. Se entregó en la Comisaría Local de Gijón horas después.