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El lado salvaje

La noche es suya

Lechuzas, búhos, chotacabras y murciélagos animan la vida nocturna de Oviedo y su entorno, junto a varios noctámbulos por conveniencia

Rinolofo pequeño F. C. ROBILLER

La noche se mueve. El título del afamado thriller de Arthur Penn aporta una descriptiva síntesis de la falsa quietud nocturna en lo que a la fauna salvaje se refiere (en la vecindad humana, el movimiento, la "movida", forma parte de la esencia de la vida urbana). Aunque no resulta fácil sorprender a algunos de sus actores, otros se muestran sin reservas o dan noticia vocal de su presencia. Una parte de la fauna noctámbula lo es por obligación, porque en la oscuridad resulta menos visible, menos vulnerable, y la discreción está directamente vinculada a su supervivencia. Los roedores, ratas y ratones, son un ejemplo paradigmático de esa nocturnidad adaptativa. Otros viven a oscuras porque lo han "elegido", porque la evolución les ha conducido a ese modo de vida, para ocupar un nicho ecológico: el turno de noche de sus homólogos diurnos. Así, lechuzas y búhos son los cazadores que sustituyen a las águilas, milanos, aguiluchos, halcones y demás aves de presa activas en las horas de luz, mientras que los murciélagos relevan a los pájaros insectívoros al atardecer, con la salvedad del chotacabras europeo, que, al igual que aquellos, actúa de noche.

Los murciélagos vuelan abiertamente por el espacio urbano, ajenos al potencial peligro que puede derivar de sus pobladores humanos y de sus actividades. No tienen alternativa: necesitan salir cada noche a cazar polillas y otros insectos, y estos tienden a concentrarse en los puntos de luz, que están asociados a lugares habitados. La especie más frecuente es el murciélago enano, cuyo tamaño hace justicia a su apellido, pero también posee buenas poblaciones urbanas el murciélago grande de herradura, que a menudo se refugia en edificios, sobre todo en invierno, al igual que hace su pariente menor, el murciélago pequeño de herradura. El poco conocido murciélago hortelano se guarece en resquicios de paredes, cajas de persianas y otros pequeños habitáculos de las edificaciones. El murciélago de cueva, un cavernícola estricto, puede aparecer en edificios durante el invierno; hace unos años, un individuo se instaló en un soportal del barrio de La Florida.

Algunos de estos quirópteros son presas regulares de la lechuza común, con varias parejas urbanas, en edificios viejos o descuidados del casco antiguo y de la periferia. Su escalofriante chillido delata su presencia cuando patrulla en busca de ratas y ratones, sus presas principales en este medio, y también lo hace su blanco plumaje (en las partes inferiores) cuando se expone a la luz de las farolas. En cambio, su vuelo resulta completamente silencioso, como el de todas las rapaces nocturnas, debido a la peculiar estructura desflecada y al recubrimiento ceroso de sus plumas, que amortiguan el sonido.

También se detectan por la voz los búhos que frecuentan -unos más que otros- el casco urbano. En realidad, su distribución sigue la de los parques y se dispone de forma más continua en la periferia. El que más se interna en la ciudad es el cárabo común, habitante tradicional del Campo San Francisco, que requiere espacios arbolados. El autillo europeo depende del arbolado abierto, como el que conforma los paisajes de campiña, así que le van bien los parques de Invierno y Purificación Tomás, en los cuales se escucha su canto en las noches de la primavera y el verano. A su vez, el mochuelo europeo requiere campos despejados.

El ave nocturna menos afín a los ambientes urbanos es el chotacabras europeo, de inconfundible voz matraqueante, que recuerda el sonido de una máquina de coser, de un carrete de pesca o de un motor lejano, y que se escucha en la época estival.

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