Los vecinos del número 24 de la calle del Padre Buenaventura Paredes, en el barrio de Pumarín, regresaron ayer a sus casas pasadas las dos de la tarde después de haber pasado fuera la noche del jueves porque su edificio corría el riesgo de venirse abajo. Pudieron volver todos excepto los propietarios del primero izquierda, el piso en el que aparecieron las enormes grietas que sirvieron para dar la voz de alarma y que llevaron a los técnicos municipales a decretar el desalojo del inmueble. "Está para tirarlo entero. Ahí dentro no podemos vivir con un bebé de seis meses", explica José Armando Norniella, que tendrá que seguir alojándose en un hotel hasta que los seguros aclaren de quien es la responsabilidad de lo ocurrido. "También hemos hablado con los servicios sociales y estamos esperando su respuesta", dice.

El Arquitecto Felipe Díaz de Miranda, actuando en representación del Ayuntamiento, fue el encargado de dar el visto bueno al edificio antes de permitir la entrada de los vecinos. Recorrió piso a piso el inmueble junto a dos efectivos del cuerpo de bomberos para comprobar que no había peligro y que los trabajos de apuntalamiento del forjado llevados a cabo el día anterior habían resultado efectivos. "No existe ninguna señal que indique riesgo para los habitantes del edificio, que por supuesto es lo más importante. En las vigas y en los pilares no hay ni una grieta ni una fisura, lo que ha pasado es que se ha roto el forjado situado entre el bajo y el primer piso", les explicó a los vecinos, que le esperaban congregados en la acera situada frente al portal. Entre los motivos que se barajan como causa del suceso figuran "las filtraciones de aguas fecales", que se han detectado durante la inspección.

En ese momento también le dio la mala noticia a José Armando Norniella y a su mujer, que ya se lo esperaban debido al mal estado en el que se encuentra su casa. "La única vivienda que está totalmente clausurada es el primero izquierda. Tampoco se puede entrar al local que hay justo debajo", les dijo Díaz de Miranda haciendo referencia al bajo que utiliza un comercio de la zona para sus trabajos de impresión en papel y en otros materiales. "Ahí guardaban un montón de máquinas para su trabajo", explica el arquitecto. Por el momento el local está completamente ocupado por los puntales que sujetan el suelo de la vivienda de José Armando Norniella.

Y es que el piso está para el arraste. Lo que comenzó como una pequeña fisura en la pared de la entrada se ha extendido por toda la casa, que está llena de grietas y se ha hundido unos treinta centímetros en casi toda su superficie. "Estamos hundidos. Todo lo que teníamos lo hemos invertido en este piso y lo compramos hace poco más de un año", señala Norniella emocionado. Jesús Fidalgo, uno de los que si pudo entrar en casa, aún no las tiene todas consigo. "Es normal que estemos preocupados, sólo hay que ver como está esa vivienda", señala.