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El kiosco de “La Chucha”, un superviviente sin vida en el corazón del Campo San Francisco

La pequeña tienda de golosinas se adjudicó a principios del XX, triunfó entre los 60 y los 80, ardió, se restauró, fracasó y ahora sale a concurso

"La Chucha" tras el repintado.

De todas las resurrecciones posibles del Campo, la del kiosco de “La Chucha” parece la más improbable. El olvido del templete de Juan Miguel de Guardia tiene más que ver con problemas administrativos, pero se recuerdan bien los bailes del bombé y no es difícil pensar en la banda municipal tocando allí. El aguaducho, hoy desvencijado, está a las puertas de una reforma integral y el verano pasado todavía funcionaba la terraza. Pero “La Chucha” –¡ay!– hace falta echar la vista muy atrás para acordarse del tiempo en que esos 2,25 metros funcionaron de forma regular y llegaron a ser epicentro del ocio franciscano. Su gestión sale ahora de nuevo a licitación, junto a la de los kioscos de prensa de titularidad municipal, y parte de una cuota de 356,74 euros al año, para quedárselo durante ocho. Un nuevo intento de devolverle vida a pesar de los años que lleva sin chuches.

El kiosco en noviembre de 1985, ya muy deteriorado.

El puesto, explica Casaprima en “El Campo de los hombres buenos”, es un superviviente de aquellos que a principios de siglo XX sirvieron para vender agua azucarada, abrigo de limpiabotas, casetas para diversas sociedades o despacho de prensa. Según investigaciones de Carlos Cano, citadas en su charla de hace dos años sobre personajes populares de Oviedo, “La Chucha” fue una planchadora que vendía chucherías a la intemperie hasta que el Ayuntamiento le puso un kiosco. La “Chucha” que todavía muchos recordarán, era Carmen Mier (y su marido), que se hizo cargo del negocio en 1955 y lo regentó hasta los años ochenta. Esa fue la edad de oro de La Chucha, la de los conos de arroz para dar de comer a las palomas, fotonovelas, pitos sueltos y alguna revista.

En los noventa se pierde el rastro de titulares. Consta que una hija de Mier, Olga, pudo llevar las riendas del puesto unos años; que, cerrado, fue pasto de pintadas, roturas y un incendio, hasta que Gabino de Lorenzo mandó restaurarlo (de forma totalmente artesanal, sin clavos, y con una inversión de dos millones de pesetas). Fue en mayo de 1993, y al siguiente se cedió su gestión a la asociación ASPAYM. Tampoco duró. Cerró por humedades al año siguiente, y aunque que en 2005 una nueva “Chucha”, Carmen Berros, volvía a vender gominolas, la concesión no duró mucho. Desde entonces, los intentos de adjudicarlo han quedado desiertos y el gasto en quitar las pintadas que habitualmente lo decoran, en aumento. Solo algunos grupos de adolescentes, cuando mejora el tiempo, pasan la tarde bajo su tejado.

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