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La Universidad, un juego de niños

“La Noche de los Investigadores” despertó ayer el interés de los más jóvenes, que llenaron el edificio histórico

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Así ha celebrado la Universidad de Oviedo la Noche europea de los investigadores Miki López

La acera del edificio histórico de la Universidad, en la calle San Francisco, era una fila india. Un río de gente se iba sumando a la cola hasta rozar la altura de La Escandalera a las seis de la tarde, cuando la feria abrió sus puertas. “¿Pero aquí regalan algo?”, se preguntaba un vecino al ver cómo las familias se agolpaban unas tras otras esperando para entrar. La Universidad regalaba ciencia en forma de dientes de elefante, de pequeños drones, de palabras antiguas en idiomas olvidados, de telescopios con los que ver las estrellas, de imanes que levitan, de fuego, matraces, moléculas...

Una niña utiliza uno de los telescopios de la asociación “Cielos Despejados”. | Miki López Carlos LAMUÑO

“La Noche de los Investigadores” de la Universidad de Oviedo congregó a científicos de bata, de bota y de biblioteca. Representantes de diferentes facultades dispusieron ayer un “buffet libre de la ciencia” con 26 puestos en los que convertir en juego y divulgación los temas que acaban poblando las páginas de las revistas científicas.

El patio del edificio histórico. | Miki López

Nada más cruzar los arcos del edificio histórico, en un puesto privilegiado cubierto con una carpa, dos jóvenes con camisetas verdes organizan unos diplomas. “¿Sabes lo que es un ‘falso amigo’?”, pregunta uno de ellos a quien se acerca, al tiempo que señala dos paneles con palabras en castellano y portugués, que se parecen, aunque sus significados no tengan nada que ver. Se llama Gonzalo Llamedo y es profesor de Filología Románica. El experto en lenguas romances explica que, quizás, a él y a su ayudante (Isidro Benítez) les han separado del resto por ser los “bichos raros” de la feria, por no encajar en lo que la gente considera ciencia y, quizás también, justo por eso, por reivindicar su papel de científicos “de biblioteca”.

 Niños jugando con las “moléculas” de uno de los  puestos. | Miki López

Niños jugando con las “moléculas” de uno de los puestos. | Miki López

Los niños corren bajo la estatua de Fernando Valdés Salas, pasando de un stand a otro. Los huesos que adornan uno de ellos son un reclamo demasiado fuerte para muchos. Allí, un grupo se queda atrapado con las explicaciones de los profesores. De un bote sacan la cabeza de una serpiente de herradura y dos hermanos de unos 8 o 10 años se atreven a sacar un dedo del puño y pasarlo por la cabeza del reptil disecado pero húmedo por el formol. “¡Cómo mola! Es suave”, exclama uno de ellos, que se lanza a tocar los dientes puntiagudos de una mandíbula de tiburón.

Las colas para entrar a la jornada. | Miki López

Andrés Arias, responsable del puesto explica que la intención del stand es realizar una comparativa entre los cuerpos de diferentes animales y los del ser humano, con la idea de que los niños sean conscientes de que no son tan distintos. “Eso repercute en el trato que les damos a los animales”, opina.

Sobre las cabezas del público sobrevuela un pequeño dron equipado con una cámara. Las imágenes de los distintos puestos de la feria de la ciencia las ven dos niñas que llevan unas gafas especiales de visión en primera persona. El objeto volador es obra de Drone4students, un grupo de estudiantes de ingeniería de la Universidad de Oviedo que se dedica a construir sus propios drones y organizar competiciones entre ellos.

El presidente de la entidad, el estudiante de Ingeniería Electrónica Jorge Martín, explica que para esta ocasión han decidió exhibir uno de sus drones menos ambiciosos, el más pequeño y menos peligroso de ellos, para evitar cualquier problema entre el público “si fallase algún motor”.

Según iba oscureciendo se acercaba el momento de la asociación astronómica asturiana “Cielos despejados”, cuyos telescopios ocupaban una de las esquinas del patio de la Universidad. “Siempre pasa igual, tenemos que esperar hasta la noche y, cuando llega, se nubla”, bromeaba uno de los miembros de la agrupación mirando a un cielo ya de color gris.

Incluso así, los telescopios, de distinto tamaño, forma y potencia, ya eran suficiente reclamo para los más jóvenes, que les echaban el ojo a los aparatos para después colocarlo en el ocular. El cielo estaba nublado, pero alguno seguro que despejó su futuro.

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