Ayer se cumplieron 24 años de aquel “infausto” 26 de enero de 1998 en que, parafraseando a Miguel Hernández sobre Ramón Sijé, “temprano levantó la muerte el vuelo”. Así se refirió ayer Josefina Martínez a la madrugada en que falleció su marido, Emilio Alarcos Llorach. Lo que siguió, desde entonces, ha sido un empeño en que no enmudezcan los ecos de su trabajo. A ello se ha dedicado la Cátedra Alarcos y todavía con más ahínco este 2022, en que se celebra el centenario del nacimiento del lingüista salmantino nacionalizado ovetense. El “Año Alarcos” se presentó simbólicamente en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo, primero con unas palabras del rector, Ignacio Villaverde, de su viuda y de su hijo, Miguel Alarcos, y luego con la conferencia del académico Pedro Álvarez de Miranda, encargado de iniciar los actos de este centenario.

Miranda, en su análisis de la figura de Alarcos, “un hombre necesario”, título que sacó de un obituario escrito por Ángel González, habló del Alarcos lingüista, del gramático, del estudioso de la literatura y, en resumen, del conocedor de la lengua, alejado de dogmatismos y normativismos y “envuelto en una escéptica cautela”, conocedor, como era, de que “la lengua es sabia y sigue su cauce, de que a la lengua hay que dejarla en paz”.

Antes de estas conclusiones, antes del inicio de la charla, Villaverde y la familia habían presentado en una esquina del atrio alto del claustro el “Año Alarcos”. A su lado, una vitrina confeccionada para la ocasión mostraba algunas de las principales obras del lingüista junto a su toga, birrete, muceta, puñetas y guantes. “Están esperando que su titular se invista, pero no lo hará, signo de ausencia”, resumió Josefina Martínez.

El rector, Ignacio Villaverde, había hablado de la importancia del homenajeado (“uno de los grandes”, “creó escuela”) y de los actos que se están preparando. Sin agotar los detalles, Villaverde citó una exposición “Todo Alarcos” para dentro de un mes y dio algunos nombres de los actos de la semana central de actividades, como Francisco Rico y Carlos García Gual, y algunas actividades como una “noche alarquiana”, con recital. El centenario cuenta con comité de honor en el que se encuentran desde el ministro de Cultura a los directores del Cervantes y la RAE, el presidente del Principado, la concejala de Cultura y el alcalde de Oviedo.

Por la izquierda, Villaverde, Álvarez de Miranda y Josefina Martínez, ayer, al inicio de la conferencia. | Luisma Murias

El hijo de Josefina Martínez y Emilio Alarcos, Miguel Alarcos, aportó también a la puesta de largo del centenario una lira, un poema acróstico en el que se podía leer el nombre y los dos apellidos de su padre y que finaliza con el verso “humanista te hiciste con Oviedo”. Precisamente de Miguel Alarcos es también el lema que subtitula el homenaje y que bajo la firma manuscrita del homenajeado se lee “un humanista poliédrico”.

Esas muchas caras de Alarcos fue de las que habló Pedro Álvarez de Miranda en su charla inaugural. El lexicógrafo y bibliotecario de la Real Academia Española explicó que pese a no haber sido discípulo directo de Alarcos sí se considera alumno de sus obras, “como cualquier filólogo de mi generación lo es de libros como la ‘Fonología española’”.

En su repaso a Alarcos, Álvarez de Miranda habló del discurso de ingreso de Alarcos para ocupar la letra “B”, hablando sobre “La lucha por la vida” y descubriendo a “un Baroja nuevo”. El lingüista pasó a ocupar entonces la que había dejado vacante Narciso Alonso Cortés, y aunque es cierto que en aquella selección se había presentado también María Moliner, Álvarez de Miranda contó ayer cómo la autora del “Diccionario del uso del español” no llegó a la final de aquellas votaciones, quedando la última pugna entre Alarcos y José García Nieto.

Escrutinios aparte, Álvarez de Miranda situó a Alarcos en “la verdadera edad de oro de la Academia” y de la “escuela española”. Citó la aportación de introductor de las corrientes europeas en España pero también su profundo conocimiento de la historia de la lengua, como en su libro “Español, lengua milenaria”, donde ya apunta que aquel primer romance era un instrumento perfecto, porque toda lengua está acabada en sí misma en todo momento, pese a que hoy no pudiéramos entender a aquellos hablantes. Por último, habló de la afición por “hurgar en la literatura” y de su falta de dogmatismo, que le llevó, incluso, a romper una lanza por Solana cuando el ministro erró “doceavo” por “duodécimo”. “Alarcos”, concluyó, “decía que las únicas lenguas que no cambian son las muertas, y que no hay que ensañarse con los errores, porque mañana pueden ser la norma”.