“Fue una persona muy noble, prototipo de buen paisano, trabajador incansable que se desvivía por los suyos”. A Alejandro se le rompe la voz al recordar a su padre apenas veinticuatro horas después del trágico suceso. A pesar de acumular millones de kilómetros al volante tras 38 años ganándose fama de taxista mítico de Oviedo, a Victorino Gayo le enganchaba la bici y disfrutar del ciclismo, “su gran terapia”. El miércoles, se desplazó hasta la playa de La Franca. Allí se subió a las dos ruedas y cuando circulaba a la altura de La Borbolla una inesperada caída desde siete metros al río Cabra acabó con su vida. “Murió en uno de sus sitios favoritos”, indica el único vástago del fallecido.
Victorino era un clásico del taxi en la capital asturiana, adonde llegó con tan solo 6 años desde Candanedo (Tineo) de la mano de sus padres, Benigno y María, quienes abrieron hace medio siglo en el Cristo la sidrería La Cruz, embajada del suroccidente asturiano en Oviedo. Desde ese establecimiento llevaban encargos a los pacientes de esa zona de la región que se encontraban ingresados en el antiguo Hospital General. “Se hicieron famosísimos por el pote y la fabada, gracias en gran medida a que muchos vecinos les regalaban productos de primera por ayudarlos en el HUCA”, subraya Alejandro.
El local hostelero familiar quedó en manos de Gonzalo, el hermano mayor, mientras que Victorino se subió por primera vez al taxi con tan solo 20 años. Miembro del colectivo Asotaxi, durante sus casi cuatro décadas de trayectoria quien más o quien menos solía identificarle por su dedicación al volante. “Trabajaba todos los días, no perdonaba uno”, explica su hijo desde la capilla ardiente restringida a la familia en el tanatorio Ciudad de Oviedo.
El fallecido dedicó sus pocas horas libres al deporte. Durante una larga etapa se volcó con el kárate. Era cinturón negro y ejerció como entrenador en un conocido gimnasio del Cristo hasta que las rodillas le dijeron basta. Una lesión le impedía el pleno rendimiento en el deporte que tanto le dio y fue entonces cuando halló en la bicicleta una forma activa de evadirse de la rutina y mantener su alto nivel de actividad física.
Las dos ruedas fueron el principal punto de encuentro con su hijo, también taxista y devoto del motor. La desgracia asomó a la familia hace siete años cuando Alejandro sufrió un accidente de moto, del que todavía no ha logrado reponerse del todo. Como aliciente para la rehabilitación, el único hijo de Victorino hizo una promesa: si se recuperaba, ambos participarían en la carrera BTT del Soplao, una dura prueba de 166 kilómetros. “Nos llevó 14 horas, pero lo conseguimos”, comenta con añoranza el único hijo de un Gayo que aquel día de 2018 fue el más feliz del mundo al superar la línea de meta.
La familia solía veranear en el camping de La Paz, en Llanes, hasta hace tres años. Los Gayo habían echado raíces en el concejo llanisco y, aunque ya no solían pasar largas estancias allí, Victorino solía escaparse con el coche y realizar rutas ciclistas por el concejo. Sin embargo, este miércoles el destino le fue esquivo y a pesar de ser localizado por un camionero, el ciclista no pudo sobrevivir a los fuertes golpes recibidos tras despeñarse.
Ayer nadie se creía que Victorino, el trabajador inquebrantable y deportista nato, no volvería a rodar en su taxi. El silencio inundó durante toda la jornada el tanatorio. Además de hijo, el taxista deja viuda, Montse Menéndez, y un hermano mayor, Gonzalo, “que lo quería como si fuese un hijo”. Mientras tanto, el taxi con licencia número 179 permanecía aparcado. Hoy, Victorino será incinerado en la más estricta intimidad.
