La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arde San Claudio: esplendor y ruina de la fábrica de loza de Oviedo

El brillante pasado de la factoría, que llegó a tener 600 obreros y producir 10.000 piezas diarias, contrasta con su lamentable presente

41

La ruina de la fábrica de loza de San Claudio Irma Collín

Los restos del último incendio en la fábrica de loza de San Claudio aún humeaban dos días después. Están en el linde oriental del recinto, junto a la antigua fábrica de tubos, también abandonada. El caucho de los neumáticos quemados ya se ha evaporado, dejando tras de sí una tierra negra y la carcasa metálica que alguien, en los próximos días, recogerá para sacarse unos cuartos con su venta. Esa es la única producción que, actualmente, se puede sacar de la antigua fábrica, una factoría que, en sus momentos de mayor esplendor, llegó a tener 600 trabajadores y a producir del orden de 10.000 piezas diarias.

Esos tiempos quedaron atrás. En la actualidad, la fábrica de loza es un vertedero con pretensiones. En cualquier recodo del recinto hay basura de todo tipo y condición. Incluso en una parte concreta, muy próxima al lugar en el que se produjo el incendio de esta semana (el segundo registrado en la antigua fábrica en lo que va de año), se han tirado decenas de tóneres de impresoras. “Los tiraba aquí una empresa, dejaron de hacerlo cuando lo denunciamos en el periódico, pero estos no los recogieron”, señala Luis Miguel Fernández Lorenzo, presidente de la Asociación de Vecinos de San Claudio, que guía a LA NUEVA ESPAÑA en su recorrido por el complejo.

Cuesta creer que esas naves derruidas albergaron, no hace tanto tiempo, una pujante empresa con renombre internacional. Su origen se remonta a junio de 1901, cuando diez socios fundaron la Sociedad Senén María Ceñal y Compañía. La factoría como tal, con unos 150 empleados en su primera etapa, comenzó a funcionar justo dos años después, tras completarse la construcción, en un terreno conocido como la Huerta de Abajo, de una fábrica con diez pabellones y un amplio sótano, edificada en torno al eje que marcaba, de este a oeste, el trazado de la vía férrea Trubia-Oviedo. La conexión con el tren facilitaba la llegada de suministros y la salida de la producción, que empezó a distribuirse entre agosto y septiembre de ese mismo año.

La fábrica de loza de San Claudio, en una imagen de 1959.

En las instalaciones de la antigua fábrica, cuyas puertas están abiertas y que carece de cualquier medida de vigilancia, se conservan aún un sinnúmero de piezas de loza, a medio elaborar, sin que hubiesen pasado por el proceso de cocción que las convertiría en objetos deseables para cualquier familia. Platos, tazas, cuencos, soperas, jarras… hay literalmente montañas de piezas, todas de un blanco roto, dispersas por la nave central de la fábrica. Son los restos que dejó tras de sí el cierre de la empresa, en la primavera de 2009. Su último propietario, Álvaro Ruiz de Alda, se quedó con la marca y con la maquinaria más relevante, para incorporarlas a otra factoría. “Lo trasladaron todo a Marruecos, ahora siguen haciendo vajilla de San Claudio, pero en Marruecos”, señala Fernández Lorenzo, mientras coge en la mano una pieza del color de la arcilla que asemeja un transportador de ángulos, de esos que se incluyen en packs escolares junto a la escuadra y el cartabón. “Es un molde”, aclara Fernández Lorenzo.

Este tipo de moldes eran imprescindibles en una empresa con el nivel de producción de la fábrica de loza de San Claudio. Ya en su primera época, cuando se fabricaban lozas de estilo china opaca, la producción alcanzó las 100.000 piezas al mes, un 10% de ellas decoradas, gracias a la organización implantada por Luis Vázquez de Sandoval, “don Luis”, que dirigió la fábrica durante cuatro años antes de ser “fichado” por la fábrica barcelonesa de Montgat.

Arde San Claudio: esplendor y ruina de la fábrica de loza

Todo eso ocurrió antes de la Gran Guerra y de la consiguiente crisis de suministros que precipitó la venta de la fábrica, ya en 1920, a José Fuente y Díaz-Estébanez, que pagó 1.875.000 pesetas por la factoría. Acto seguido, se asoció con Luis Pérez Lozana, Marcelino Fernández-Suárez, Fernando Fernández-Ladreda y Guillermo Fuente para reflotar una compañía que, ya entonces, pasó a denominarse Fábrica de loza de San Claudio. Fernández-Ladreda, capitán de artillería, se encargó de reorganizar una fábrica que, tras abandonar los hornos de vapor y abrazar al electrificación, disfrutó de su primera época de esplendor. El problema de suministros que había lastrado la factoría en los años previos se solventó sustituyendo la loza china opaca por caolines gallegos. Ya en la Segunda República, la factoría alcanzó los 300 trabajadores.

En los suelos de la fábrica aún se pueden ver cartones con el nombre comercial. De su maquinaria quedan apenas algunas piezas inservibles, tomadas por el óxido y las pintadas. Solo su peso explica por qué no se las han llevado: prácticamente cualquier objeto metálico de la fábrica ha sido esquilmado. No queda ni una puerta, ni una ventana. “Se llegaron a subir al tejado para arrancar aquello que se pudiera vender”, relata Fernández Lorenzo, que no puede evitar acudir a la frase hecha: “cualquier día tenemos una desgracia”.

En el deambular por la fábrica, llaman la atención unas láminas ilustradas, con elaborados diseños florales. No cuesta reconocer la ilustraciones: son las que decoraban las vajillas del modelo “Flores y frutas”, uno de los auténticos “best sellers” de la fábrica, la misma en la que la reina Letizia servía la comida a su marido y sus hijas, en unas fotos difundidas por la Casa Real en enero de 2018.

Esa vajilla, como la mayor parte de los grandes diseños que dieron fama a la fábrica, se produjo en la época de Luis Fumanal Otazo en San Claudio, Entre 1952 y 1989, el director artístico modernizó los diseños de las vajillas, como antes habían hecho, con los sistemas de producción, José Fuente Fernández, que había liderado un proceso de ampliación y modernización de la fábrica que incluyó la adquisición de dos hornos Kerabedarf, importados de Alemania.

Bajo el liderazgo de Fumanal Otazo, la fábrica alcanzó su época de mayor esplendor, con una plantilla de 600 trabajadores y alcanzando renombre europeo gracias a la calidad de sus piezas y a sus elaborados diseños, algunos de los cuales son hoy piezas de museo.

El almuerzo de la Familia Real, con las piezas de la fábrica de San Claudio sobre la mesa. Casa Real

Curiosamente, las ruinas de la fábrica de San Claudio albergan ahora otro tipo de arte. Entre los incontables grafitis que han colonizado casi cualquier lienzo de pared, hay algunos realmente buenos, obras que despiertan genuina admiración. Murales que emergen entre la basura y la podredumbre que han sometido a todo el complejo.

Para los vecinos de San Claudio, en la antigua fábrica de loza confluyen el dolor por ese brillante pasado industrial y la indignación por el actual abandono de unas instalaciones convertidas en dolor de muelas, una cicatriz mal curada por la que se cuelan ratas y rateros, un nido de basura, trapicheo y vandalismo.

En 2014, la Agencia Tributaria puso la factoría en venta, sin que llegasen ofertas por los terrenos. Más recientemente, en 2020, el Estado ofreció la parcela al Ayuntamiento para que la adquiriese, pero el Gobierno municipal no vio beneficio alguno en la operación. Nadie quiere una fábrica en ruinas convertida en vertedero y con algunos elementos que gozan de protección patrimonial, lo que también puede ser un hándicap para según qué cosas.

Los vecinos, cansados de pagar los platos rotos del cierre de la factoría, insisten en buscar un futuro para esa zona. “Este recinto sería ideal para hacer la ciudad deportiva del Real Oviedo. Son 50.000 o 60.000 metros cuadrados sumando la fábrica de loza y la de tubos, y la ubicación sería ideal para ellos, los campos de La Pixarra están muy cerca”, sostiene Fernández Lorenzo, que parece imbuido del espíritu de Renato Cesarini, aquel delantero italiano que se hizo célebre por resolver los partidos por la expeditiva vía de marcar en los últimos minutos. Porque los vecinos de San Claudio están convencidos de que aún se puede construir un triunfo desde esas ruinas convertidas en vertedero que alguna vez fueron una fábrica de loza.

Compartir el artículo

stats