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Paloma Frechilla, Encarnación Jiménez, María Aurora Jiménez, Bárbara Pérez y Elena Álvarez . | Fernando Rodríguez

Seis braceras de diferentes cofradías de Oviedo comparten su experiencia con el paso al hombro: “El sentimiento que genera es imposible de describir”

“Cuando despides una Semana Santa solo esperas la siguiente”, confiesan

La historia cofrade es también historia de mujeres; de niñas que vieron a sus padres cargar con el Cristo al hombro y también quisieron sentir el peso de la Pasión; de jóvenes que entraron en el mundo de los braceros por casualidad y fueron fieles a su paso hasta edades longevas. Estas son las vidas que bailan los pasos desde abajo y sueltan lágrimas de emoción y fe, como les sucede a Paloma Frechilla, Encarnación Jiménez, María Aurora Jiménez, Bárbara Pérez, Elena Álvarez y Paula Velasco. Comienzos variopintos, diferentes cofradías, diversidad de edades y una misma devoción. “El sentimiento que genera cargar con el paso es algo imposible de definir”, coinciden.

Frechilla comenzó por echar una mano y acabo poniendo el cuerpo entero. “Me gustó la experiencia, ahora formo parte de El Silencio y El Santo Entierro”. Las Jiménez son tía y sobrina, y fueron en contra del relevo generacional. Fue María Aurora, de 19 años, y cofrade desde una edad temprana, quien animó a Encarnación a probar. Ambas salen en El Entierro, La Borriquilla y El Silencio. Pérez se alistó a los siete años, después de conocer de memoria las procesiones al verlas año tras año junto a su madre y una profesora, mientras su padre procesionaba en Ribadesella; primero llevó bandejas con clavos, después al Cristo Yacente. Álvarez comenzó junto a su marido y es bracera “por promesa”. Quedó prendada de las emociones que solo conseguía pujando el paso. Al igual que Velasco, que siempre quiso convertirse en costalera y vio la oportunidad en el Nazareno: “Ese día hago un balance y me prometo algo a mí misma. Dos años de parado, doble balance”.

Dos años de parón, con los pies bailando al ritmo de la saeta, tal como describen, han acumulado el doble de ganas en sus robustos brazos. “Cuando despides una Semana Santa solo esperas la siguiente”, confiesan: “No es un adiós, es un hasta pronto”. Ahora que se han abierto hueco en un mundo, en general, masculino como el de los braceros, no hay quien las pare. Aseguran que jamás se han sentido discriminadas y que para soportar el peso no se piensa en género, sino en hacer equipo. Entienden que en algunos pasos la consistencia o las características de la pieza la hacen idónea para los hombres, pero, también, aseguran que, “si se ponen pueden conseguir eso y más”. ¡Al cielo con ellas!

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