La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alma de Oviedo

Vivan las Vega: las tres hijas del oftalmólogo Álvaro Fernández-Vega siguieron los pasos de su padre

Las tres son médicas, desoyendo los consejos de casa, y trabajan en la clínica de la familia

Por la izquierda, Mónica, Beatriz y Lucía, esta semana, en «Campuloto», Ceceda. IRMA COLLÍN

Lucía, Beatriz y Mónica Fernández-Vega Sanz han sido, por este orden, las primeras mujeres médico de una saga presidida, en su infancia, por su padre Álvaro y su tío Luis. Hoy las tres trabajan en la clínica del Naranco, Lucía y Beatriz como médicas oftalmólogas y Mónica como anestesióloga. Han participado en las campañas en Camboya del jesuita Kike Figaredo y Mónica fue una de las fundadoras, hace 21 años, junto a su marido, de la asociación Galbán para familias de niños con cáncer.

Los Vega eran tío Luis y papá, dos hermanos oftalmólogos y una clínica. Ellas son las Vega, las tres hijas de Álvaro Fernández-Vega Diego y de Conchita Sanz. Lucía, Beatriz y Mónica, segunda, tercera y quinta de seis hermanos, fueron las primeras chicas que se dedicaron a la Medicina en la saga familiar. Hoy siguen ejerciendo en el Instituto oftalmológico que lleva su apellido y, a pesar de una biografía muy compartida y de los cinco años escasos que van de la mayor a la pequeña, todavía les sorprende la cantidad de veces que alguien, por la calle, en la consulta o en el Tenis, les confunde con alguna de las otras dos.

¿Tanto nos parecemos? Sí y no. Cuando eran las niñas de los ojos de papá pero todavía no sus pupilas, la vida se extendía desde el campo de maniobras hasta la librería Jotacé, inmensos descampados donde jugaban a investigar, las letras de HC podían ser un tobogán, todos los años nevaba fuerte y mamá se asomaba por la ventana en la casa de los millonarios, la única construida en aquellos años sesenta, y llamaba a cenar.

Mónica, Beatriz y Lucía, esta semana, en «Campuloto», Ceceda. IRMA COLLÍN

En aquel ecosistema familiar con mucho niño y mucha clase particular se cuelan ya algunos recuerdos de la clínica en Uría 1, después trasladada al número 3. Era el lugar de poner las vacunas, ver la cabalgata y contemplar aquella Santa Lucía –hoy en la capilla del Instituto Oftalmológico– a la que retiraron los ojos del platillo, tal como se la representa, para confusión de algunos pacientes que se empeñaban en dejar allí una propina. Los fines de semana se viajaba a la finca familiar de «Campuloto», en Ceceda. Dos horas en el 1430 del padre, seis niños, la chica y el matrimonio. Nueve en total. A los pequeños les daban la opción de ponerse en unos almohadones con los que se estrujaban en las curvas y el hermano mayor, Álvaro, ponía la banda sonora con una guitarra. Lucía y Bea, como todas las hermanas que van juntas, crecieron muy pegadas. Había bofetones si una invadía el lado de la cama de la otra, que separaban con un reguero de agua en el colchón, y cuando regalaban un vestido para compartir se llevaba la cuenta del número de veces que lo ponía cada una.

Un día a Lucía, muy buena en ciencias, vinieron a proponerle que estudiara una carrera nueva, Informática, pero ella ya se había decidido por Medicina. Al año siguiente, con 18, ya ayudaba al padre a operar por las tardes. En el Sanatorio Girón, en la Cruz Roja, en el Sanatorio Blanco. Era la ventaja de hacer la carrera aquí y no en Madrid, como su hermano Álvaro. Cuando Beatriz dijo que ella también Medicina, el padre se preocupó: “La consulta no va a dar para todos”. Y con Mónica –“¡pero no lo hagáis por inercia!”– lo único que consiguió fue apartarla de la oftalmología con el argumento de que “la anestesia es muy bonita”.

Mónica, Lucía y Beatriz, esta semana, en «Campuloto», Ceceda. IRMA COLLÍN

Las biografías de las Vega se entrecruzan en las siguientes etapas como sucede en la conversación, sin pisarse pero completándose, dibujando casi una coreografía sin conflicto y con apoyo. Cuando Lucía dio a luz a su primera hija, Bea estaba en Roma, en casa de Paloma Gómez Borrero, cliente de la clínica y amiga de la familia. “Acabo de ser tía”. “¿Quieres que la bautice Juan Pablo II?”. Nadie se lo podría imaginar, pero así sucedió y así lo vivió la familia en un viaje a ver al Pontífice. Mónica y Lucía también compartieron estancia y formación en Londres, en el Moorfields Eye Hospital, y cuando la hermana pequeña se enteró de que su hijo de cuatro años tenía cáncer, todas bajaron a tierra y estuvieron lo más cerca y más firmes posible. El sol va cediendo en Ceceda y Lucía, Bea y Mónica siguen entrelazando sus vivencias con gracia y dulzura. Se han dejado mucho en el tintero y quieren añadir citas a las tías, a los veranos en Gijón, a todos los primos de Madrid, a su prima Maite, que es como la cuarta hermana... Difícil llegar a todo, pero hoy, al menos, hablan ellas. No van a salir solo los chicos siempre. Vivan las Vega.

Compartir el artículo

stats