Alma de Oviedo

Un cielo azul que pasa: el sueño infantil del Naranco que Casilda Ríu logró enraizar

Artesana, escritora, jardinera, Casilda Ríu enraizó en Nava el sueño infantil de belleza descubierto en el Naranco

Casilda Ríu García

Casilda Ríu García / Fernando Rodríguez

Chus Neira

Chus Neira

Es mediodía y en la cabaña-tendejón que Rens ayudó a levantar con troncos caídos aquí, en La Cogolla, en Nava, Casilda Ríu bosqueja el perfil de una cara en una libreta, cuelga esos ojillos suyos, tan colmados, en el horizonte, a la Peñamayor, y vuelve a la cuesta del Naranco:

"Mi padre era un señorito que quedó viudo con tres hijos y se casó con mi madre, que era de Llanera. Soy Casilda porque hay un tío Casildo, y de pequeña le tenía mucha rabia, por nombre de vieya y bruja. Pero le fui cogiendo el gusto. Casilda, la que canta. Ese que ves ahí al fondo montar a caballo todavía, con 82 años, es uno de esos tres niños, Eduardo, Dado. Su hermano, Ríu Mora, Enrique, ya no está. Miraba a las nubes y veía caballos, era un jinete bastante ganador en aquellos años en que Oviedo era grande por su hípico. Que vuelva el hípico, por favor, y que pongan a Pinín con Mafalda en el Campo.

En la Cuesta del Naranco, en brazos de su tía Nieves, con su abuela Luz al fondo.

En la Cuesta del Naranco, en brazos de su tía Nieves, con su abuela Luz al fondo. / LNE

"Nosotros vivíamos en Fray Ceferino, y desde el patio trasero podía ver la casina de la cuesta del Naranco. Tenía un hermanín que murió, detrás de mí. Se puso azul, decían mis hermanos. Y creo que por ese niñín y por cuidar a Consuelín, mi hermana, cuando nació, mi madre me mandó más con mi abuela Luz, en la Cuesta. Luz Uría García-San Miguel. Yo soy aquella casa, las vacas, bajar en una yegua blanca con un carro. Corriendo a Peñalba. ¿Sabes el tesoro que era tener sed y coger un bombón? En esa casa, muy pequeña, casi no andaba, estaba un día toda vestidina guapa y me escapé. Me aventuré a un sitio, ahí, al final del prao, donde había una peralona. Me agaché y me encontré con el arte, la poesía, el color. Era una clavelina rosada, no se me olvidó en la vida. Es mi primer recuerdo apasionante: aquella inquietud e inseguridad hasta llegar al borde del prao y luego ese camino enorme de la belleza que se me abrió al contemplar la flor.

Eduardo Ríu, en el Naranco, con sus tres primeros hijos, entre ellos el jinete Ríu Mora a la derecha.

Eduardo Ríu, en el Naranco, con sus tres primeros hijos, entre ellos el jinete Ríu Mora a la derecha. / LNE

"Después de descubrir el campo, en la juventud descubrí la zona. Aquel Oviedo de color sucio me encantaba. Esa casa llena de tiros subiendo por el Postigo que parecían lunares. Yo entré por la zona y llegué hasta el final, a la esquina conflictiva. Los setenta tuvieron la fuerza contracultural. No sabes cómo siento que los ochenta, tan conculturales, se apoderaran de todo. Allí estaba la antigua taberna fundada por un escultor italiano que vendía ‘santi, boniti, barati’. Eso decía Luis. Su tía Angelita llevaba en aquella taberna el viejo Cecchini, y dejaba cantar, pero no a todo el mundo. Estaban los murales de naturaleza de Carlos Sierra y el soneto a la sidra de Felipe Prieto escrito en la pared. ¿Qué fue de aquel soneto? Al final del local, donde ya no había pinturas, Luis me enganchó un día con una canción. ‘El Uruguay no es un río / es un cielo azul que pasa’. ¡Qué bien cantaban juntos los Cecchini cuando lo hacían por Sudamérica! Luis tenía el taller en el Paraguas y se lo pasó a Fernando, que puso el bar. Hay que contarlo bien. Aquella plaza era arte y artesanía. La primera feria. Yo ya vendía, bordados. Al lado una chica tenía collares con macarrones, Lito y Selito traían las piezas de cerámica de Faro, Urrusti padre... Todo aquello pasó en aquel mercado del Paraguas, pero tuve poco tiempo.

Un cielo azul que pasa

-Luis Cecchini, con su hijo Pablo en brazos, con Casilda, embarazada de Breza, a su lado. / LNE

"En dos años dejé la Facultad. Nacieron Pablo y Breza. La vida se me caramboleó, como me están haciendo hoy las palabras. Es flipante. Todo era taller. Luis hacía esculturas de cera y luego se puso malo. Le salió esa carta, ‘il matto’, se perdió por allí, y Luis ya no estaba. Nos separamos tranquilamente. Se me brindó un compañero, Manolo, y me vine a vivir aquí. Con Pablo y Breza. Me recompuse sola, abrí el taller, trabajé el cuero, hicimos el Mercáu Astur con mi hermana. Con estas manitas. Ahora soy jardinera, tengo la mente bien ajardinada y un nieto criado a horizonte abierto. Pinto cuatro paxarinos y me sigue gustando vestirme de medieval".

Consuelo Ríu, Rosa Fernández Juan y Casilda Ríu, con Luis Cecchini.

Consuelo Ríu, Rosa Fernández Juan y Casilda Ríu, con Luis Cecchini. / LNE

El periodista coge el coche y se va, pero todavía antes de desaparecer por el camino de los pláganos, una voz le llama. Es Casilda que viene corriendo, sonríe y le da un clavel. "Para ti, para quien quieras". Y es la misma niña fascinada de la Cuesta.

Un cielo azul que pasa

Un cielo azul que pasa / Chus Neira Foto: Fernando Rodríguez

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