Un enfermo de alzhéimer que estaba en el HUCA se pierde varias horas por las calles con la vía puesta
"Que no nos traten como a perros, la gente mayor también somos personas", denuncia la esposa del hombre, de 81 años, a la que no le dejaron acompañarle en Urgencias del hospital pese a su estado
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Ilustración. / Pablo García
Adelina Eguren tiene 79 años y un susto en el cuerpo que todavía no se ha quitado desde que el HUCA le extravió a su marido, el pasado lunes. Su zozobra no llega solo por el incidente que acabó con Germán Rojo, 81 años, alzheimer, cáncer de colon, de riñón y de pulmón, vagando por La Corredoria con una vía en el brazo y totalmente desorientado. Es un ejemplo más, cuenta, del trato que reciben muchas veces los ancianos. Ella no pretende denunciar al hospital, pero sí dar la voz de alarma. "Que lo que le pasó a él no le pase a otra familia", explica con la voz entrecortada. "Que tengan un poco más de cuidado con la gente mayor, que aunque no nos defendamos bien, también somos personas".
Germán Rojo trabajó toda su vida en Telefónica. En el barrio ovetense de Pumarín todos lo conocen. Es uno de los pocos sitios donde no se desorienta, porque a sus problemas oncológicos (le han tenido que quitar un riñón) se han sumado ahora los de la cabeza. "Él no sabe nada, no se acuerda de las cosas y no sabe dónde está", explica su esposa. Por eso Adelina Eguren gestionó la tarjeta de dependiente que le permite acceder con él al médico cada vez que tiene consulta o necesita acudir a un centro de salud. Así fue, por ejemplo, hace pocas semanas, cuando a Germán Rojo le dio un trombo y pudo entrar en el HUCA acompañado por su esposa. Pero el pasado lunes, 3 de octubre, las cosas sucedieron de una forma completamente diferente.
Su marido se encontraba mal. Fiebre y tos. Era covid. El matrimonio tiene un hijo pero vive fuera de España, así que una sobrina ayudó a Adelina Eguren a acercarse a urgencias del HUCA con su marido. Pero no le dejaron entrar. Le dijeron que había mucha gente, que no había sitio para los acompañantes y que tenían que esperar fuera. Eguren quiso hacer valer su tarjeta, esa que le permite estar cuidando de su marido, pero le dijeron que no. "Yo comprendo que cuando una persona se vale por sí misma hagan eso; yo, gracias a dios, la cabeza la tengo bien, pero él no". Y les insistía: "Os digo que mi marido no sabe nada, que no concuerda, que se levanta de la silla y ya no sabe dónde ir". "Pero se emperraron en que no. ‘No se preocupe que está en el hospital, ¡qué le va a pasar!’, me dijo uno".
La excusa fue premonitoria. Era la una de la tarde. Le mandaron que preguntara en un rato. Pasaron dos, tres horas. La anciana y su sobrina seguían esperando. "Vale más que marches y te llamamos", le explicaron en la puerta. Así que Adelina Eguren volvió a su casa a hacer tiempo hasta que le avisaran para recoger a su marido. A las seis y media de la tarde sonó el teléfono, pero con malas noticias. Germán había desaparecido. "No me lo podía creer, ¿pero no les había avisado yo de que tenía alzheimer, que no se le podía dejar solo, que si lo sientas o lo levantas ya se pierde?". Donde lo metieron o cómo el hombre abandonó el hospital con la vía puesta es un misterio. Nada más conocer la noticia, la poca familia que tienen en Oviedo se puso en marcha. Un sobrino, su mujer, algunos vecinos. Todos fueron a buscarle y pidieron al hospital que avisara a la policía. Adelina Eguren se quedó en casa, a la espera de más noticias. En el móvil, Germán Rojo sí contestaba, pero incapaz de explicar su situación:
–¿Germán, dónde estás?
–Estoy aquí delante, hay una frutería.
Después de un par de horas de búsqueda, la policía encontró al anciano sentado en un banco en la Estrecha, con la mirada perdida, delante de la clínica de San Rafael. Tenía la vía en el brazo, estaba pálido y asustado. El final es menos feliz porque, aparte del susto y la supuesta negligencia, no hubo ninguna disculpa posterior, se queja la mujer. "Nadie nos pidió perdón, tuve que llamar yo después al 112 para vinieran a quitarle la vía, y tuvo que ir mi sobrín a buscarlo y volver al hospital para que le dieran el informe".
La indefensión que sufrió Adelina Eguren se ha repetido otras veces. A los pocos días llamó al centro de Salud para pedir una cita porque su marido tiene que tomar el Sintrom. "Como está con el covid me dijeron que se tenía que hacer un test, yo le dije a la enfermera que no sabía y ella me contestó que se lo pidiera a una vecina. ¿De verdad tengo que ir picando por las puertas para que me ayuden con esto, no es su trabajo como ATS?". Son esos detalles, que se repiten otros días en otras ocasiones, los que acaban derrotando a esta mujer y haciéndole levantar la voz: "Lo que pido es que tengan un poco más de cuidado con la gente mayor, que no nos defendemos bien, pero somos personas. Tenemos móvil, pero no estamos con las nuevas tecnologías, la mitad de las cosas no las entendemos, y nos tratan como si fuéramos perros, como si nunca hubiéramos trabajado, como si estuviéramos por la vida de regalo, como si fuéramos apestados. Quiero que la gente lo sepa y que tengan un poco más de consideración".
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