La deslumbrante solvencia de David Fray

El pianista y la Orquesta de Cámara de París brillan en el Auditorio ovetense con un sobresaliente concierto

David Fray, rodeado de músicos de la Orquesta de Cámara de París, ayer, en el Auditorio. | Juan Plaza

David Fray, rodeado de músicos de la Orquesta de Cámara de París, ayer, en el Auditorio. | Juan Plaza / J. Mallada

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

Con los ecos del piano todavía resonando en la sala sinfónica del Auditorio Príncipe Felipe, tras el concierto del sábado protagonizado por Alice Sara Ott, la música regresaba al mismo escenario de la mano de las Jornadas de Piano "Luis G. Iberni", ciclo organizado por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo que, en esta ocasión, reunió sobre las tablas a la Orquesta de Cámara de París, la directora Nil Venditti y el pianista David Fray. Además, esta cita musical involucraba también el componente emotivo al servir como homenaje a Lars Vogt, pianista y director de la orquesta francesa entre 2020 y 2022, fallecido el pasado mes de septiembre. Por si estos mimbres no fueran suficientes, la cita musical, organizada por la Fundación Municipal de Cultura (FMC) y patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA, aglutinaba un programa muy atractivo con obras de Felix Mendelssohn, W. A. Mozart y Georges Bizet, un reclamo difícil de rechazar por los melómanos ovetenses que, si bien en menor número del habitual, acudieron al concierto y se mostraron, durante las casi dos horas de velada musical, especialmente respetuosos.

Abría boca la obertura "Las hébridas", de Mendelssohn. En esta obra, una de las más célebres del Romanticismo por su inspiración, la formación francesa exhibió un nivel muy coral, con unas maderas de dulce sonoridad, unos metales de emisión aseada y unos timbales precisos y rotundos. Todo ello, unido a una cuerda homogénea y bien timbrada y a la dirección, de memoria, de la directora italo-turca dieron como resultado una notable interpretación.

A continuación, todos los focos se centraron en David Fray. El pianista francés, alto y desgarbado, se enfrentó al "Concierto para piano número 9" (subtitulado "Jeunehomme") con una facilidad y solvencia dignas de elogio. Quizá con demasiada, pues en algunos pasajes su velocidad provocó algún leve desajuste con la orquesta que, Fray y Venditti se encargaron de equilibrar con presteza.

Público en el Auditorio, antes de dar comienzo el concierto. | Juan Plaza

Público en el Auditorio, antes de dar comienzo el concierto. | Juan Plaza / J. Mallada

De menos a más en los tres movimientos que conforman esta obra, su claridad en la pulsación y su técnica, permitieron que Fray se luciera en los habilidosos pasajes mozartianos con un sinfín de trinos y matices, hasta finalizar, perfectamente ensamblado y acompasado a la agrupación transpirenaica.

Pero seguramente el mayor acierto fuera la expresividad y el dramatismo que logró imprimir al Andantino. Encorvado sobre el Steinway municipal, hubo algo de poético en la intimista atmósfera que recreó el pianista francés: concentrado, mirada perdida entre un mar de teclas y con la única compañía de su pañuelo para atajar cualquier intento de rebelión sudorípara que amenazase las yemas de sus dedos.

La segunda mitad, tras la pausa, deparaba la "Sinfonía número 1" de Bizet. Nil Venditti tomaría la palabra para dirigirse al público y, primero en inglés y posteriormente en italiano, comentar que la obra había sido escrita por Bizet con tan solo 17 años y que, por tanto, reflejaba la energía, vitalidad y pasión propias de la edad. Y así lo entendió la italo-turca, peculiar en su estilismo, con un manejo sólido de la orquesta y un dominio del repertorio que se plasmó, salvo el concierto, en la ausencia de partituras en el pódium.

La orquesta de Cámara de París evidenció el nivel de sus componentes, destacando la brillantez del sonido, el dominio del volumen y las dinámicas, hábilmente trazadas, para rubricar una ejecución trepidante, de gran viveza y el mejor broche posible a un concierto digno del sobresaliente nivel al que están acostumbrados los ovetenses.

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