Alma de Oviedo

En sus mejores sueños

Ana Somolinos trabaja y apura la vida familiar con una energía que no se le agota ni cuando está durmiendo

Ana Somolinos, en la calle Schultz.

Ana Somolinos, en la calle Schultz. / Fernando Rodríguez

Chus Neira

Chus Neira

Ana Somolinos García-Morales (Oviedo, 49 años) es desde hace dos años y medio responsable del área de «Diversidad, equidad e inclusión» de recursos humanos de la multinacional médica Boston Scientific para Europa, Oriente Medio y África. Antes, ocupó un puesto idéntico en_DuPont, donde desarrolló la mayor parte de su carrera, 23 años, ocho de ellos también como ayudante de los presidentes Pascual Sisto y Enrique Macián. Está casada con el belga Guy Vaes y tienen dos hijas de 15 y 17 años, Inés y Catalina.

Ana Somolinos todavía vivía en la casa vieja, donde Salesas, cuando aquella mañana, tumbada bocabajo en la cuna, le invadió una espantosa sensación de terror. ¿Dónde está mi madre? Con un esfuerzo sobrehumano, aquel bebé de no más de tres meses se levantó como pudo sobre las maninas, estiró el cuello, logró divisar entre los barrotes allá al fondo del pasillo, en la cocina, a María Luisa García Morales y se dejó caer, relajada y tranquila. Esta economista, jefa del área de Sostenibilidad Social para toda esta parte del planeta en una multinacional médica americana, sabe bien que la literatura científica descarta la capacidad para tener recuerdos anteriores a los tres años de edad, pero tampoco las fases del sueño se suceden en su cabeza, dice, con la lógica de la ciencia.

"Soy consciente de que me estoy durmiendo porque empiezo a escuchar la banda sonora, en estéreo, me envuelve la música de forma muy dulce, siempre música clásica, en ocasiones ‘Abba’, y luego empiezan los dibujos animados, a veces en blanco y negro, siempre muy largos, tanto que hay hasta anuncios de detergente por el medio". A lo visto, "ni en los mejores sueños" sería la expresión de un imposible si la que habla es Ana, pero es que la hija de Enrique Somolinos desafía otra vez toda lógica cuando explica su peripecia vital. Dice que su chispa es la del matriarcado que empieza por la "Bisi" y la abuela Mari, y que esa capacidad para entrar en acción, el perpetuo espabile, se lo ganó en las pistas del Tenis a la voz materna de "¡Aaaaaaaaaal primer bote!". Pero es que su vitalidad supera con mucho el instante de la explosión y parece prolongarse más allá en una inagotable fuente de energía que le ha permitido transformarse en cualquier cosa que haya soñado salvo, al menos de momento, la egiptóloga que su padre le desaconsejó ser en favor de una carrera "más versátil" como Económicas. Fue, valga de ejemplo, la profesora de sevillanas en su COU de Minnesota, mínimas de -45 grados, donde exportó el flamenco aprendido en la academia de Alicia Crabiffosse y dejó vídeos tutoriales en varios colegios del estado. La bata de cola siguió en la maleta del Erasmus en Bélgica, del que regresó convencida de que a tanta amabilidad de aquel pueblo le correspondía, por su parte, ayudar a los de aquel país si se los topaba en Asturias. Y, de un flamenco a otro, le bastó pensarlo y ponerlo en práctica para que, ya en DuPont, en el trabajo soñado que casi le hacía pellizcarse cada mañana al abrirse la garita en el Valle de Tamón, encontrase a Guy Vaes, el belga del que ya nunca más se separó.

Es él quien tiene que saltar de la cama y retenerla como puede cuando, aún muy sonámbula a punto de cumplir sus cincuenta, sale por la casa de madrugada a toda pastilla, nada del arrastrar zombi de los que sueñan despiertos. Con él, cuando Ana no viaja, cuando no está detrás de la pantalla en el "zoom", conectada desde Oviedo o Salinas al otro lado del mundo, vuelca en Inés y Catalina, sus hijas, sus luces, ese mundo de maravilla, fantasía, energía que lleva por dentro y brilla por fuera.

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